NO SOLO MÚSICA. ÁNGEL LUIS QUINTANA

Angel Luis Quintana

No es ni la primera ni la segunda vez que recorro estas tortuosas calles del centro de Madrid llenas de historia de camino a su casa. Desde que nos conociéramos hace más de dieciséis años son muchas las veces que he acudido a él por diversos motivos, pero nunca como hoy.

Cuando conoces a una persona durante tanto tiempo hay preguntas que no hace falta hacer para saber qué pensará y dirá, pero probablemente el simple hecho de que se las plantee directa y premeditadamente, como a traición, sí que hará que cambie su modo de reaccionar, permitiéndome redescubrir a alguien muy familiar, pero no por ello incapaz de sorprenderme. Esto me parece algo fascinante, pues cambiar las reglas del juego lo harán diferente, nuevo, y hacerlo con quien ya he vivido mil aventuras, no hace sino añadirle interés. Todavía no tengo que esforzarme apenas para escuchar el constante murmullo de las multitudes que asaltan la Plaza Mayor y sus alrededores en estas fechas, cuando llego a su portal, donde me saluda otra vez más la misma placa de siempre que me recuerda que Don Miguel de Cervantes fue alumno de la academia antaño ubicada en el edificio, y no puedo evitar hacer una desproporcionada comparación conmigo, ya que yo vengo también a visitar a mi maestro. Me sorprendo a mi mismo algo nervioso, expectante, y también ilusionado, seguro de que después de esta noche tendré aún más motivos para estar orgulloso de haber sido alumno de Ángel Luis Quintana.

Angel Lu, como yo le llamo cariñosamente, me abre la puerta de su casa vestido elegantemente, como si fuera a dar alguna de sus clases magistrales. Me ahorro los comentarios al respecto porque me gusta esta nueva complicidad que se ha creado entre nosotros, como si estuviéramos representando un papel. He llegado diez minutos tarde pero, por primera vez, no protesta. Se le nota que también está un poco nervioso, sabe que hoy es diferente. Le miro divertido mientras cumple con todas las formalidades del protocolo que se le presuponen al buen anfitrión, todas esas que normalmente se van poco a poco olvidando según adquieres confianza con tu invitado, y ese es nuestro caso.

Me enseña encantado un cofrecito de madera expositor de las variedades de cápsulas que tiene para su recién estrenada cafetera Nesspresso, y me da la impresión de que está intentando retrasar el momento de la entrevista, aún a sabiendas de que no hay nada que me vaya a contar que yo no sepa ya.

Después de sentarnos en el sofá, con nuestra segunda taza de café humeando, me doy cuenta de que ya llevamos un buen rato conversando un poco sobre todo, y el ambiente se ha relajado lo suficiente como para que empecemos a jugar a las entrevistas.

Tras todos estos años de profesión, y tantísimos viajes por todo el mundo, me gusta el hecho de que la anécdota que más cuenta es aquella en la que, en sus primeros años como músico de la Orquesta Nacional, estando en una gira por Japón, decidió cortarse el pelo en una ciudad de provincias donde se alojaba. Hace tiempo que le escasea el pelo, pero entonces lucía una frondosa mata de rizos rebeldes que no cabría en ningún canon estético conocido, y siempre cuenta que, en vez de tirarlo, el peluquero que le atendió se guardó el pelo asegurando que le traería buena suerte, pues no conocía a nadie que hubiera visto jamás esa rareza del pelo rizado.

“El mundo es inmenso”, dice, y aunque ni siquiera sería capaz de contar en cuántos países ha estado, siempre recuerda pequeños detalles que le han llamado la atención de las diversas culturas que ha conocido, a menudo aspectos que a primera vista podrían pasar desapercibidos, como el hecho de que, en Argelia, en cada ciudad predomina un color en la ropa de la gente.

Fijándonos en su trayectoria profesional saltan a la vista dos cosas fundamentales:

La primera es que, a estas alturas de la vida, y con todavía muchísimos años de carrera por delante, parece que ya ha alcanzado el éxito total, siendo primer violonchelo, respectivamente, en las mejores orquestas sinfónicas y de cámara del país. Además de eso y sus conciertos como músico de cámara, es profesor titular de uno de los más valorados conservatorios superiores de España, así como invitado especial para ejercer la docencia en Rotterdam.

El segundo aspecto que llama la atención sobre su biografía, es su versatilidad como intérprete, que le ha llevado a tocar indistintamente en grupos tradicionales, o especialistas de música antigua o contemporánea, y no solo eso, sino que tampoco es difícil encontrarle enfrascado en proyectos menos convencionales como performances multidisciplinares o incluso grabaciones de discos de música tan aparentemente alejada de la clásica como, por ejemplo, el hard rock.

Si se le pregunta por ambas cuestiones, las respuestas no pueden por menos que hacerme sonreír y estar aún un poquito más orgulloso si cabe:

“Tocar bien uno mismo es muy fácil, solo es cuestión de ponerse, lo realmente complicado, y lo que me motiva realmente ahora, es conseguir durante toda mi vida ayudar a cientos de alumnos a que amen lo que hacen, lo disfruten y lo respeten como yo”. El caso es que siempre me reconoce que la música le ha reportado muchas más satisfacciones de las que en un comienzo pensó, y así se lo ha reconocido la drítica y los jurados especialistas:

Entre las distinciones que ha recibido se hallan el Primer Premio “Ciudad de Albacete”, el Segundo Premio de Juventudes Musicales en 1983 y el Primer Premio del Concurso Permanente (también de JJMM españolas) en 1984, así como el Premio “Luis Colemán” (Santiago de Compostela) y el Premio de Interpretación Musical de la Dirección General de Música y Teatro (Madrid).

Pero no ha sido tocando en las mejores salas del mundo cuando más satisfecho con su carrera se ha sentido, sino dando clases a niños pequeños y no tan pequeños en cursillos de verano. Yo sé que la modestia es un rasgo que le define plenamente, pero siempre acepta que hay algo que sí le hace estar muy orgulloso de sí mismo: que con el paso de los años su fama como pedagogo haya superado con creces la de intérprete (justamente merecida, por otra parte).

Y con respecto a la variedad de estilos musicales que cultiva, la contestación es aún más clarificadora: “No hay música clásica, contemporánea o antigua, hay música”. Ahí queda eso.

Sería un error pensar que la música es lo que ocupa su pensamiento las 24 horas del día, pues puede alardear de ser uno de los pocos en haber encontrado el prefecto equilibrio entre disfrutar de tu trabajo con pasión, pero sin dejar de saber que es eso mismo, su trabajo, y que hay muchas más cosas en la vida, tanto o más importantes. La primera de ellas es, sin duda, y como es natural, la paternidad. Tiene Angel Luis Quintana un hijo de diecinueve años que le llena de orgullo y preocupación a partes iguales, y es en ese terreno, como padre, donde afirma haberse sentido más realizado en algunos momentos, y fracasado en otros. Haciendo referencia a lo anteriormente comentado, afirma: “Eso sí que es difícil, ser padre. Y no hay carrera que te forme para ello ni examen que certifique que estás preparado”. Más razón que un santo.

En ese momento precisamente se oye la puerta abrirse, y segundos después aparece su hijo en el salón, me saluda con afecto haciendo caso omiso de la presencia de su padre, se sienta entre nosotros dos y enciende la Playstation. Sin mirarme siquiera dice: “¿Qué, te echas unos Pros?” (Pro Evolution Soccer, uno de los juegos más populares de fútbol). “Adorable”, comenta su padre. Sonrío complacido de haber sido invitado a ese momento de intimidad familiar, y me disculpo con Gonzalo, pues así se llama, alegando que estoy haciendo una entrevista a su padre. Está vez si para el juego, me mira teatralmente, y exagerando los gestos me pregunta si de verdad espero descubrir algo oscuro en su pasado que me haya estado ocultando hasta ahora. Sin esperar la respuesta vuelve a lo suyo y podemos certificar que le hemos perdido para siempre.

Siguiendo con el tema de los diversos temas que interesan a nuestro protagonista, me acuerdo de preguntarle por algo que ya he explicado yo muchas veces a alumnos interesados en saber secretos del maestro, y que acuden a mí conscientes de la especial relación que nos une desde que yo tenía nueve años: “¿y por qué se dedicó al chelo?, ¿siempre supo que era lo que quería hacer?, ¿le venía de familia?…”. Aprovechando mi momento de atención absoluta suelto la bomba y me regodeo con el impacto mediático: “Él nunca quiso ser violonchelista, simplemente todos sus hermanos tocaban un instrumento, y él siguió con su carrera porque así se podría marchar a vivir a Madrid huyendo de la sensación claustrofóbica que vivir en las islas le producía, pero, sobre todo, porque su padre nunca le dejó cumplir su sueño: ¡Ser bailarín!”. Me encanta. Hoy en día no haber podido seguir su vocación no le frustra en absoluto, sigue disfrutando enormemente cada vez que acude al ballet, y agradece haber elegido bien, pues “¿con este cuerpo dónde quieres que vaya yo con mallas?”  También es verdad.

Además de la danza, últimamente se le ve interesado por el mundo de la tele, hasta tal punto que el año pasado le encargaron presentar dos documentales sobre ocio alternativo en Madrid, y en su Canarias natal, en los que, haciendo buen uso de su don de gentes y desparpajo, asegura haber conocido a muchísima gente interesante, comido y bebido muy bien -y gratis- y vivido experiencias maravillosas. Yo puedo dar fe de que sabe sacarle el máximo partido a la vida, para lo que siempre me aconseja que esté “receptivo”. Según él ese es el secreto para todo. Todo. Dejémoslo ahí. El caso es que los productores de los documentales debieron de quedar contentos, pues este mismo mes le han ofrecido presentar un programa de actualidad cultural, con el formato de monográficos con entrevista que él mismo haría, siendo también el responsable de elegir el tema de cada semana. Aunque dice que él no vale para eso y que se muere de la vergüenza, si lo hace con una sonrisa pícara y ese brillo en los ojos, como que no cuela.

Hace un rato que oscureció y sé que tiene una cita para cenar con unos amigos, así que le digo que me ya hemos terminado y le agradezco su tiempo y su sinceridad, no sin descubrir un asomo de decepción en su mirada, acaso su lado más presumido le iba cogiendo el gustillo a estar debajo del foco principal.

Tras despedirme del mueble con forma de persona enganchado por un cable a la pantalla, cierro la puerta y bajo las escaleras contento, satisfecho, agradecido, y sobre todo sintiéndome muy afortunado de poder haber disfrutado  de una persona así durante toda mi vida. Es muy agradable estar rodeado de gente que te engrandece el alma con tanta sencillez y naturalidad.

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