«La vida de Galileo” se despide de la Sala Valle Inclán entre aplausos y buenas críticas
Convento de Minerva, Roma, 22 de Junio de 1633. “Yo, Galileo Galilei, abjuro, maldigo, y detesto el error y herejía y, en general todo error, herejía y secta contrario a la Santa Iglesia, que he cometido por haber sostenido y creído que el Sol era el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no era el centro y que se movía”.
Veintitrés años antes, Galileo cambió todos los paradigmas científicos establecidos hasta entonces y recorrió Italia escapando de la Inquisición con la intención de escribir y difundir su Discorsi. Podía demostrar que Copérnico tenía razón, que la Tierra no era el centro del Universo y que el Sol no giraba a su alrededor, sino que era al revés. La vida de Galileo narra su historia, su tenacidad y su indiscutible aportación al mundo de la ciencia. Representa sobre el escenario su obcecación y su esperanza sobre la razón del género humano, que solo tiene que “mirar por su tubo” para darse cuenta de que su teoría es la correcta. Pero no hay más ciego que el que no quiere ver, dice precisamente la Biblia, y como consecuencia, en lo que algunos consideran una imperdonable traición a la humanidad, Galileo acaba negando públicamente su descubrimiento para salvar su vida.
Tras varios años de exilio a causa del régimen nazi, Bertolt Brecht escribió en 1955- ya de vuelta en Alemania- su tercera versión de Galileo. En un intento de retratar la situación que acompañaba por aquel entonces al mundo, y afectado por un clima de desolación a causa del lanzamiento de las dos bombas atómicas, redactó una nueva visión de la obra mucho más pesimista que las dos anteriores. Él, igual que Galileo, también había tenido que huir por sus creencias y, en contexto muy oportuno, rescató una historia que manifestaba a la perfección la responsabilidad del mundo científico y reflejaba la resistencia social al cambio y la falta de libertad de pensamiento.
La dirección de Ernesto Caballero ha querido homenajear la genialidad del autor a través de sus intenciones en La vida de Galileo, una obra que Brecht no llegó nunca a ver representada. Quiso apelar a la razón de sus espectadores, llamarlos a la reflexión y manifestar la crudeza de una historia, que si bien la mayoría ya conocíamos, no habíamos profundizado del todo en ella. En un guiño al autor de la obra, lo incluye en su representación creando el paralelismo de ideas entre Brecht y Galileo que desprecian el sistema autoritario de ambas épocas. “El nazismo es la peste”, llega a decir el Brecht de la obra.
La disposición espacial de Caballero, con un escenario circular en el centro y el público sentado a su alrededor, pretende no solo simular la forma de la Tierra y el Sol tan intrínsecos en la obra, sino guardar coherencia con las tesis brechtianas y la fuerza metafórica del círculo. Además su originalidad también hace partícipe al público de la obra, porque al abandonar la tradición del teatro a la italiana, sumerge a los espectadores en la investigación científica de la función. Con un vestuario sencillo, pero muy apropiado y reconocible, el verdadero interés recae en el juego de luces y proyecciones sobre el escenario que envuelve a la sala creando un espacio único. La música en directo y el limitado attrezzo ayudan a la imaginación sin despistarla de la trama real. Por su parte, la buena actuación de Ramón Fotserè (Galileo) y Tamar Novas (Andrea) contrarresta la densidad de algunas partes de su diálogo. En definitiva, una propuesta que grita verdades y obliga a los espectadores a salir de la sala con más preguntas que respuestas. La obra se despidió el pasado domingo, en su última actuación, entre éxito y aplausos.