El pasado domingo 6 de junio se estrenó en el Teatro de las Aguas de Madrid la comedia bilingüe «Los sintexto», escrita y dirigida por Vanessa Martínez Cejas y Marta Herrero Cagigal. Hemos hablado con esta última sobre la dificultad de encontrar un hueco en el mundo del teatro a una avanzada edad.
Marta Cagigal, como se hace llamar artísticamente, comenzó a formarse en interpretación en 2019 por diferentes batacazos de la vida. Entre sus pasiones siempre han estado el arte, la danza y la moda, las cuales ha desempeñado profesionalmente en las distintas etapas de su historia. «Después de haber trabajado durísimo y de disfrutar del éxito, la caída fue muy dura. Me sentí como un jarrón de cristal hecho añicos en el suelo». Finalmente, logró encontrar su lugar hace menos de dos años entre bambalinas de teatros madrileños y escenarios cinematográficos.
El día anterior me encargué de asegurarla que la conexión por Skype iba a ser sencilla, y así fue. Comprobé antes que todo fuese cómodo para ella. «Seguro que a tu madre le pasa lo mismo, soy un desastre con las nuevas tecnologías», me confesó entre risas. Humor ante todo, ese es su lema.
CULTURA JOVEN: ¿Siempre quiso ser actriz?
MARTA CAGIGAL: No y en cierto modo sí. Desde pequeña sentía pasión por los escenarios. Quería ser bailarina, pero mi padre se oponía porque en esa época era como ser cabaretera (cosa que también me hubiese gustado). Me dijo que tenía que estudiar algo a la vez, una carrera seria, así que me metí en la Complutense a cursar Historia del Arte. Esa carrera tampoco le convencía, ya que consideraba que me iba a morir de hambre con sus empleos mal remunerados, así que decidí cursar simultáneamente periodismo. Por cosas de la vida, más adelante tuve que poner en práctica todo lo que aprendí en ellas.
CJ: Me ha hecho mucha ilusión enterarme de que estudió Historia del Arte como yo. ¿Alguna vez ha ejercido de ello?
MC: ¡Qué va! En el fondo fue un capricho, siempre me había gustado mucho el arte. La aprobé gracias a los trabajos, porque estaba muy centrada en convertirme en una gran bailarina. Tengo que reconocer que sus enseñanzas me ayudaron muchísimo a valorar con criterio la calidad dentro del mundo de la moda, en el que me inicié años después.
CJ: Entonces, ¿su padre nunca aceptó sus pasiones?
MC: Al principio no, le costó un poco, aunque siempre quiso que fuese feliz y tuviese éxito en la vida. Estudié ballet clásico y danza española en el Real Conservatorio Superior de Madrid, que en aquel entonces (años 70-80) estaba ubicado en la parte superior del edificio del Teatro Real. A los 19 años, y antes de terminar mis estudios, fui reclutada como solista por el «Gran ballet de la Ópera Alemana del Rhin» de Düsseldorf, una de las mejores compañías del mundo. Me descubrieron en un curso de ballet en Londres, en el verano de 1978, y me propusieron ir a Alemania a bailar para ellos. Al principio me negué a entrar porque tenía que acabar mis estudios universitarios en Madrid. Luego se lo supliqué a mi padre entre lágrimas y con un telegrama de la compañía en la mano, y logré su permiso para marcharme durante una temporada. Lo más bonito fue verle llorando de la emoción las veces que vino a verme bailar por diferentes escenarios del mundo, como Cannes, Bruselas, Düsseldorf y Granada. Para mí, esto supuso el mayor éxito de mi carrera.
CJ: ¿Se quedó al final una única temporada en Alemania?
MC: Uy una temporada, ¡me quedé 21 años! Logré bailar todos los grandes ballets clásicos («Lago de los Cisnes», «Giselle», «Las Sílfides», «La Bayadere», …), así como coreografías modernas y contemporáneas. Tristemente, 12 años después tuve que dejar de bailar por artrosis. Tenía 31 años y mis tobillos no aguantaban más tantos trotes, así que me vi en la necesidad de colgar definitivamente las puntas de ballet. Dejar de lado mi gran pasión fue duro, sobretodo cuando me había pasado la mitad de mi vida ensayando de 9-23 h. Era una vida de absoluta dedicación a la danza, mucho más monjil a la que retrata la película «El cisne negro«. Tiempo después, conocí al padre de mis dos hijos. Me separé de él a los pocos años, por lo que tuve que educarlos y sostenerlos sola. Gracias a Dios, encontré un trabajo como asistente de diseño de una modista alemana muy famosa. Mi trabajo consistía en escribir las descripciones de las colecciones, atender a los periodistas de moda que venían a las ferias de todas partes del mundo y desempeñar la labor de relaciones públicas de la empresa. Muchas marcas españolas e internacionales comenzaron a solicitar mis servicios como directora de prensa y comunicación. Por ello, fundé en Alemania una empresa de comunicación, Relaciones Públicas y organización de eventos.
Esta parte de la entrevista fue realmente dura. Vi cómo una mujer tuvo que dejar de lado sus verdaderas pasiones para abrazar empleos bien remunerados con los que poder dar de comer a sus hijos. La vida de una madre separada no siempre es fácil, en ocasiones tiene que sacrificar su propia felicidad en pro de la de sus pequeños.
CJ: ¿Le costó compaginar su desempeño como madre con su vida laboral?
MC: Sí y no, porque tuve la suerte de vivir en Düsseldorf en una casa grande y pude emplazar mi empresa en el ático. Podía bajar a darles el pecho a mis bebés frecuentemente y en los ratos libres jugaba con ellos. En el año 2000, tras el divorcio, me volví junto a mis hijos a la tierra que me vio nacer. Me propusieron hacer promoción de marcas y diseñadores españoles, así que, una vez cerrada mi empresa alemana, abrí una agencia de promoción de empresas nacionales e internacionales de moda y belleza en Madrid. Organizaba muchos desfiles, eventos, presentaciones de colecciones, aperturas de tiendas, atendía a la prensa internacional que venía a los desfiles y ferias, y un montón de otros desempeños que se alejaban del mundo de la moda que tanto amaba (y que comenzó a parecerme tremendamente falso). Tenía que alimentar a mis niños, así que no podía dejarlo. Los eduqué como pude, en gran parte desde la distancia al verme obligada que viajar con demasiada frecuencia. Si tuviese que escribir un libro basado en mi experiencia de esos años sería: «Cómo educar a tus hijos, sola, por teléfono». Fue una locura. En 2018, cuando ya estaba muy quemada de todo esto y Sofia y Philipp eran mayores, la moda entró en una profunda crisis de identidad en la que solo triunfaban las grandes marcas o las cadenas más baratas, por lo que tuve que cerrar la empresa y volver a reinventarme.
CJ: ¿Sus hijos supieron valorar el sacrificio?
MC: Por supuesto, me salieron muy responsables y agradecidos. Además, mis días libres eran de dedicación plena a ellos (con mucho amor). Ahora, mi hijo es ingeniero de Seat y hace fotografía de aventuras por placer. Mi hija estudió Bellas Artes y danza en el Conservatorio Superior. Ahora trabaja como bailarina en Alemania. La pobre ha llegado en el peor momento, con las restricciones todos los teatros están cerrados, pero por lo menos la pagan el ERTE religiosamente. Es una pena que los bailarines españoles tengan que irse fuera para poder desempeñar su profesión por el simple hecho de que en España haya solo una compañía (a diferencia de equipos de fútbol). En el resto del mundo hay, por lo menos, una por cada ciudad, por lo que les sale más rentable salir de su país para poder bailar con más frecuencia.
A lo largo de toda la conversación rondaba en mi mente una insistente pregunta: ¿cómo habrá llegado Marta al mundo del teatro? Decidí que la mejor manera de homenajear sus duros años de sacrificio era acabarla con su regreso a los escenarios, centrándome, por tanto, en la razón de mi entrevista. Creo que buscando a una actriz he encontrado a una maravillosa guerrera.
CJ: ¿Cómo se dio cuenta de que lo suyo era el teatro?
MC: Cuando cerré mi agencia en Madrid caí en una profunda tristeza, que se vio acrecentada por la muerte de mis padres y mis hermanos en solo unos años. Me paré a pensar en qué era lo que realmente podría devolverme la felicidad y llegué a la conclusión de que serían los escenarios y las cámaras. Aunque sigo bailando todos los días en una escuela, nadie pagaría por verme ahora. Como en el arte de la interpretación no hay edad, decidí que sería la vía perfecta para lograrlo y comencé a formarme en un montón de cursos (aún todavía sigo).
CJ: ¿Le resultó difícil dar ese paso a su edad?
MC: La verdad es que sí, he pasado mucha vergüenza al ver que todos mis compañeros tenían entre 15-30 años. Luego lo he disfrutado muchísimo. Mi acogida ha sido muy positiva y he hecho grandes amigos. Cuando se sorprenden de la cantidad de actividades teatrales y rodajes de cine y TV que hago, suelo argumentar que necesito formarme lo antes posible, ya que a mi edad tengo que andar «a la busca del tiempo perdido«, no tengo toda la vida por delante. El primer curso lo hice en 2019 y tan solo dos años he hecho varios cortos, una película y actuado en numerosas obras de teatro y microteatro por dinero (no me gusta nada el nombre). El más divertido de todos fue el largometraje «Encerrados», realizado durante la primavera de 2020, porque tuve que grabarme en mi casa con el móvil pegado con celo a las pareces a modo de trípode. Mi papel era el de una vecina loca que en un momento dado salía al descansillo del portal con un cuchillo en la mano. Menos mal que estaba mi hija para dar las explicaciones pertinentes al resto de propietarios de la casa, ¡qué apuro! Por otro lado, el que más éxito está teniendo por ahora es «En la Penumbra», un thriller dirigido por Dani Viqueira.
CJ: Cuéntenos un poco, sin hacer spoilers, de la obra «Los sintexto»
MC: Durante el confinamiento hice dos cursos online en inglés con la fantástica directora Tamzin Townsend. Después de acabarlos, decidimos entre todos mis compañeros hacer una obra bilingüe (inglés y español) en el Teatro de las Aguas, que estaba buscando una propuesta de este tipo. No nos poníamos de acuerdo ni en el tema ni en el género, porque si elegíamos una contemporánea habría que pagar derechos de autor y una cómica sería realmente complicada de encontrarle el punto. Finalmente, llegamos a la conclusión de que lo mejor sería hacer una comedia basada en nuestra búsqueda de la obra perfecta. La escribimos entre todos, pero Nessa (Vanessa Martínez Cejas) y yo arreglamos y estructuramos el guión. Los personajes en su mayoría están inspirados en nuestras propias historias y personalidades, aunque por razones laborales muchos de los participantes tuvieron que abandonar el proyecto y nos vimos en la necesidad de coger sustitutos. Ha sido muy divertido hacerla pero a la vez muy duro al tener que dirigir y actuar a la vez. Lo peor ha sido memorizar el papel, no era consciente de lo tantísimo que tenían que estudiar los actores. En el fondo, todo este ajetreo me ayuda a no pensar en mis problemas y, por consiguiente, he vuelto a ser feliz.