La última novela del escribidor

Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa

Por Ángel García Galiano

En 2013 Vargas Llosa saca a la luz su última y más peruana novela en décadas, El héroe discreto, una brillante y entretenida fábula a caballo entre Pura y Lima, aunque también algo débil, sobre todo en la resolución de los conflictos. Construida, como ya es marca de la casa, en capítulos e historias alternas, narra los desasosiegos de Felícito Yanaqué, un pequeño empresario del trasporte en una Piura pujante, desarrollada, a la que ha recalado, de nuevo, el sargento Lituma, que se verá envuelto en la indagación del extraño caso de las anónimas cartas de la arañita que pretenden chantajear al probo de don Felícito, a quien hasta le secuestran a la querida, Mabel, para intentar ablandarlo; y una segunda historia, narrada en paralelo, en Lima, sobre la vida amorosa del senecto jefe de don Rigoberto, que a sus ochenta años decide casarse con su criada y desheredar a sus dos hijos, una pareja de holgazanes dispuesta a dilapidar, en su molicie vividora, el dinero de la empresa. A ello se suman las visiones de un adolescente Fonchito al que se le aparece ocasionalmente un extraño personaje, que sus padres toman por el demonio, que le habla de religión y que enciende y despierta este sentimiento en el padre, sepultado desde la adolescencia en un cómodo y epicúreo agnosticismo. Las dos tramas, al cabo, convergen de una manera algo inverosímil, pues la criada de Ismael Carrera, ahora su flamante esposa, resulta ser la ignota cuñada de don Felícito. En cambio los paralelismos entre ambas son muy claros, sobre todo en lo que concierne a la relación padres-hijos, los misterios afectivos de las parejas y sus soledades, o el contraste entre la bondad inocente y el egoísmo cainita.

El relato se lee muy bien, la factura es impecable, su mirada sobre un Perú desarrollista que pugna por salir de la pobreza y que se enfrenta a las paradojas de arrastrar la mágica mentalidad ancestral enfrentada a los nuevos aires pragmáticos del crecimiento económico. Hay un oído muy alerta para captar los aromas del idioma, como ya dije, es su novela más peruana en lustros, aunque Vargas llosa, salvo en La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo, jamás ha abandonado de una manera u otra su propia patria.

Lo novedoso, aunque tratado de manera muy superficial, es el interés del novelista por el mundo de la religión y de la espiritualidad. En este sentido, las visitas de Felícito a su amiga la vidente, verdadera guía espiritual del cholo retaco, bueno y trabajador, como el reencuentro de don Rigoberto con su compañero de la infancia, ahora un culto sacerdote que entrega su vida en una parroquia paupérrima, una representante de la magia popular, el otro, de la religión oficial, ambos bondadosos y sencillos, sirven de contrapunto a la miseria egoísta y material con que los hijos de los protagonistas buscan extorsionar a sus progenitores por el mero afán de conseguir dinero fácil.

Por desgracia, la resolución de la trama de las visiones de Fonchito, el inquietante y misterioso Edilberto Torres, no creo que pueda satisfacer a muchos lectores. Lo mejor, el lenguaje, las atmósferas, la sabiduría narrativa, el interés argumental de un argumento bien llevado casi siempre, aunque a veces parezca narrado por el ínclito y delirante escribidor de La tía Julia. El narrador es consciente de esa autoparodia y a ratos subraya que la trama y sus vericuetos melodramáticos y rocambolescos está rozando las lindes del culebrón venezolano. De las dos historias, la más interesante con diferencia es la de Felícito, pero en ambas la resolución argumental es un poco precipitada y rayana en lo inverosímil, no tanto en la capacidad de perdón del pequeño empresario, como en la rápida ascensión social de su cuñada y la facilidad con que, al cabo, sus hijastros aceptan un pacto para no declarar más la guerra testamentaria. Con respecto a las visiones de Fonchito, la desazón es mayor, pues no hay resolución ninguna y queda en mero expediente, sin duda decepcionante para cualquier lector, para que el autor plantee, de manera harto superficial, el problema de la trascendencia y sus derivados, la redención, el origen del mal, la existencia de Dios, etc.

Quizá el capítulo más prescindible, casi pura melancolía, es aquel en que se narra el regreso de Lituma al barrio de la Chunga, los lugares de su juventud piurana, en teoría para indagar y conseguir pruebas para el caso, en realidad en busca de su pasado, de su juventud con los Inconquistables, tal y como se nos había relatado sobre todo en La casa verde, hace casi cincuenta años. Aquella Piura pobre, cuyas casitas de adobe lindaban con el puro desierto, aquellas barriadas de chabolas desharrapadas han desaparecido y en esos lugares crecen y se extienden casitas de clase media, calles asfaltadas, luz eléctrica… y una creciente delincuencia.

«A través de la literatura, lo que se expresa es una rebeldía, una crítica, un cuestionamiento de la realidad», ha declarado Vargas Llosa. El escritor es alguien que dice «no», aquel que, precisamente porque no vive en el mejor de los mundos posibles, desea transformarlo con la palabra creadora. No una escritura comprometida en el sentido social, sino comprometida con la perfección, con la superación personal, con la liberación. En ese sentido, a nadie se le oculta que Vargas Llosa ha sufrido una gran transformación ideológica. Del joven entusiasta con la revolución cubana, amigo de García Márquez y Cortázar, al actual defensor del más puro liberalismo como modelo, no ya de los países enriquecidos, sino de los pueblos subdesarrollados de América, y que puede resumirse y atestiguarse por el cambio de devoción de Sartre por Karl Popper.

Ángel García Galiano

Doctor en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Complutense de Madrid, escritor y crítico literario.

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