Mank, ¿de David Fincher?: La fábula del mono y el organillero

Mank, de David Fincher


Cuando David Fincher estrenó su última película (Perdida, 2014), el rey de España era Juan Carlos I y gobernaba el PP, el Real Madrid tenía nueve Copas de Europa, Star Wars solo tenía seis películas y nadie sabía nada de las “plataformas de streaming”. Algunos de estos datos pueden parecer insustanciales, pero no lo son. De alguna manera aportan un contexto. Seis años después de Perdida, y tras una gran sucesión de cambios y dos series de por medio ambas para una de esas plataformas de streaming―, el director estadounidense ha estrenado al fin una película. O, al menos, eso dicen desde Netflix, ya que tampoco es que en su promoción y póster oficial se hayan hecho cargo de promocionarlo como es debido.

Mank, de David Fincher

Mank estaba llamada a ser la película que llenase este vacío para los devotos del cineasta de Zodiac. Ese hombre que se había adelantado a la deconstrucción de la sociedad capitalista y la masculinidad con El club de la lucha, a la fiebre de las redes sociales con La red social e incluso al movimiento #MeToo con esa pérfida pero inteligentísima película que es Perdida. Aunque llegue algo tarde, Mank pretende ser otra revisión del gran mal que acecha el mundo actual, la posverdad y las fake news, todo ello disuelto sobre una historia en torno al concepto de autoría. La de Herman Mankiewicz con respecto a Ciudadano Kane, o quizá la del propio Fincher y Mank.

Todas sus anteriores películas tenían en común que su guion venía de alguien ajeno a la película ya fuera la novela de Robert Graysmith que da nombre a Zodiac, la historieta de Scott Fitzgerald en Benjamin Button o el best-seller de Gillian Flynn para Perdida―, así como que venían respaldadas por una productora exclusivamente de cine, ya fuera Warner, Paramount, Columbia o 20th Century Fox. Estos hechos tampoco son insustanciales, pues Mank se trata de la primera película de Fincher que está guionizada por alguien cercano a él, su difunto padre. Y, a su vez, viene producida por Netflix, una plataforma de streaming antes que productora de cine, en la cual su película está condenada a perderse en un catálogo infinito, uniéndose a las de otros grandes directores Martin Scorsese, Alfonso Cuarón o el recientemente oscarizado Bong Joon-hoque en su momento también tuvieron que sacrificar su estreno en cines en favor de un mayor presupuesto y, lo que es más importante, la promesa de “una total libertad creativa”. Nótense las comillas.

Querer ver a Netflix como el malo de la película por el hecho de anteponer el dinero sería absurdo. Warner, Paramount o cualquier otra productora también lo buscaban. No se trata de eso, sino de pararse a pensar hacia dónde va ese dinero, si para regenerar la industria o hacia un modelo que acabe con ella. De la misma forma, sería algo burdo comparar el caso de Fincher y Netflix con el de Fausto y el diablo. No porque falten argumentos, que los podría haber, sino porque la propia obra concebida de su trato, Mank, ya propone irónicamente una parábola mucho más adecuada para ello. La del mono y el organillero.

Esta fábula trata sobre un mono al que se le viste y engalana de tal manera que acaba creyéndose más importante que su dueño, cuando en la práctica este es el único con poder. En Mank, William Randolph Hearst le cuenta esto a Mankiewicz, sin que éste sea consciente de la moraleja hasta que empieza a escribir el guión de Ciudadano Kane. Da igual los desplantes que pueda hacer en las fiestas de Hearst o las críticas a la industria que introduzca en sus guiones, su poder en la pluma está condicionado por el del otro en la plata. Lo irónico de todo esto es que Mank es en sí misma una plasmación de esta parábola. Netflix le ha otorgado a Fincher todo lo que necesitaba, desde un contrato millonario hasta una libertad creativa para trabajar con el guion de su padre y convertir algo muy sencillo de contar en un film de más de dos horas que da demasiadas vueltas sobre sí mismo y es muy torpe a la hora de introducir sus temas. Ni siquiera el aspecto estético, una marca de la casa del cineasta de Seven, hace un gran acto de presencia, pues ni el blanco y negro está cerca de ser el del Hollywood que pretende imitar ni el montaje deja respirar ninguna de las escenas. El mono cree tener todo lo que necesita, pero sus ropas y su representación son única y exclusivamente del organillero.

Aun estrenada la película, hay que hacer grandes esfuerzos para encontrar el nombre de David Fincher asociado a Mank tanto en el póster promocional como en la web

Cuatro años después del estreno de Perdida, la última película de David Fincher destinada a cines, el rey es otro, gobierna el PSOE, el Real Madrid tiene trece Copas de Europa, Star Wars va ya por nueve películas y una serie en acción real, y prácticamente todo el mundo dispone de una plataforma de streaming, muchos incluso pagan por varias. Sin embargo, si uno quiere ir ahora a ver una película de David Fincher quizá se sorprenda al saber que no está en cines, sino en Netflix. Y lo que es peor, le será difícil discernir si esa película es realmente de David Fincher. 

David Pardillos Rodríguez

Redactor especializado en cine y series. Puedes leerme en eCartelera, Revista Mutaciones y en Cultura Joven. También puedes escucharme en mi podcast de cine, El DeLorean.

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