MANCHAS DE SUDOR Y LOCURA O PORQUE ESTA VEZ EL TRANVÍA NO LLEVA AL DESEO

Cartel Un tranvia llamado deseoLas complejas relaciones personales, las diferencias sociales, la lucha por la supervivencia, la provocación, la pasión y el desprecio. Son todos temas dramáticos y universales. Lo cierto es que son tan relevantes y humanos que siempre pueden llegar a un público. Siempre, si puestos a la escena consiguen convencer, porque es difícil no repetirse en el intento de interpretarlos una otra vez más. Parece que Mario Gas no ha querido arriesgarse y descontextualizar o actualizar una obra clásica y tan reconocida, tanto en su versión cinematográfica como en las presentaciones dramaturgias que ha tenido. Un tranvía llamado deseo situó a Tennessee Williams entre los más prestigiosos dramaturgos del teatro estadounidense y su estreno fue en diciembre de 1947 en Broadway.

En 1951 fue llevada al cine por Elia Kazan, con Vivien Leigh y Marlon Brando y hizo que la obra se convirtiera en un referente cinematográfico para varias generaciones.

Tratándose de un clásico el Mario Gas ha elegido la opción de ceñirse al original, sin cambiar ningún detalle del texto tan brillante de Tennesse Williams. En la versión presentada en teatro español él no ha intentado a imponer un nuevo punto de vista al dirigir a un reparto encabezado por Vicky Peña en el papel de Blanche, Roberto Álamo como Stanley, Ariadna Gil como Stella y Alex Casanovas como Mitch.

Para el espectador que no conoce de antemano la historia del triángulo tumultuoso de la Blanche, su hermana Stella y el marido de la segunda, el rudo obrero Stanley, la obra provocará un tipo de curiosidad por a ver qué pasa y qué desenlazará el final de esta convivencia tan angustiosa. Pero seguramente le será difícil a presentir el desarrollo de la trama, y aunque esta imprevisibilidad puede que parezca buscada deliberadamente en el caso concreto es un resultado no intencionado, debido a la falta de química escénica entre Roberto Álamo y Vicky Peña.

Blanche y StanleyEn cuanto al espectador que ya ha visto la película o se conoce la obra de sus previas puestas en escena, no sería justo, ni necesario buscar referencias anteriores. Marlon Brando y Vivien Leigh no pueden ser comparados por sus personificaciones de Stanley y Blanche, con las cuales consiguieron a crear arquetipos simbólicos. Así que esta parte del público que ya va inconscientemente condicionada e intenta a vivirse una vez más la historia de Un tranvía llamado deseo solo puede buscar a experimentar el catarsis dramático. Al cual pueda que no llegue porque sin la arriba mencionada química entre los protagonistas la obra se queda sosa.

Roberto Álamo no logra atrapar y convencer con su personaje y aún con su buena, profunda y fuerte voz no logra a emanar este machismo sentimental que su papel necesita. Vicky Peña, a pesar de su excelente trabajo, queda demasiado frágil y demasiado loca para parecer una persona que se atreve a ser diferente. Sí, es una víctima pero no tanto a la sociedad como a a la sobreactuación. Ariadna Gil en el papel de Stella es un acierto pero aún así el triángulo amoroso se queda despegado, como que sus lados no llegan a unirse para dar vida a la historia.

Las machas de sudor en las camisetas de Roberto Álamo son lo que más cerca está al personaje de Marlon Brando en un Tranvía llamado deseo. Y si el director ha buscado a un contexto parecido al original todo se ha quedado en el intento porque le han faltado estos hilos de conexión emocional que, aún irracionales, parecen lógicos en la ilógica de la vida humana.

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