MAMET, EL POLIFACÉTICO

El síndrome de Asperger, un trastorno parecido al autista pero sin el retraso en el desarrollo del lenguaje es algo que, según David Alan Mamet, ayudaría al quien quiere hacer películas. Se caracteriza por la falta de habilidades sociales, el huir de la gente apropiada, la ignorancia de las normas sociales, mucha inteligencia y alta capacidad de concentración. Y todos estos síntomas estarían entre las competencias que el director incluiría en una oferta de trabajo dirigida a los potenciales directores de cine.

Mamet es un buen cineasta y parece que las arriba mencionadas características no le resultan ajenas. A pesar de que como joven quiere ser actor, el intento fracasado no le desmotiva. Mamet cree que el talento innato no existe, lo importante es trabajar duro. Parece que él ha puesto este credo en práctica y que por lo menos para él ha dado resultados. Llega a convertirse en uno de los más renombrados creadores americanos. Escritor, guionista, ensayista y director, su propio estilo deja secuelas en la historia cinematográfica.

Pero sin duda lo que más se le da es el escribir. Mamet gana el premio Pulitzer y está nominado para el Tony por su guión de Glengarry Glen Ross, obra conocida en español como El precio de la ambición (1984). El argumento, crítica de la sociedad americana y su espíritu tan competitivo que llega a parecer absurdo, está dedicado a Harold Pinter, a quien Mamet respeta mucho y reconoce como imprescindible para su éxito. La historia en El precio de la ambición se desarrolla en una empresa inmobiliaria de la ciudad de Chicago donde se lanza un reto muy tentador para todos los empleados: el mejor vendedor será recompensado con un Cadillac, el segundo más eficiente con un juego de cuchillos, y el que menos venda será despedido. La película con el mismo nombre, estrenada en pantalla grande en 1992 y protagonizada de Al Pacino, Ed Harris, Jack Lemmon y Kevin Spacey entre otros, es un clásico ejemplo del tipo de diálogo de Mamet. La palabra «fuck» y sus derivados se pronuncian más de 138 veces.

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Pero este estilo de diálogos – cínicos, con un lenguaje de calle y chulería- es típico para el escritor. Sus protagonistas son mentirosos y manipuladores, se interrumpen uno al otro, sus frases se quedan inacabadas y sus palabras se solapan. Mamet trabaja al ritmo de conversación de sus personajes con máxima precisión y en realidad usa a un metrónomo durante los ensayos para perfeccionar la interpretación de sus actores. Su estilo es tan distintivo que no es casual que llega a convertirse en un adjetivo – el diálogo Mamet.

David Alan quiere conseguir a una veracidad y realismo en la construcción de los personajes. No cae en la tentación de centrarse en una escritura “bonita” porque sabe que esto puede venir con el precio de perder a la lógica narrativa. Él da más importancia al significado total de la escena en vez de preocuparse mucho por seguir al protagonista o buscar a una perfección fotográfica y a tomas fascinantes.

Con frecuencia usa al teléfono como un arma escondido; un recurso clave, cuya interferencia en el momento preciso provoca un cambio de situación. También a menudo recorre a amigos o a sus parejas como protagonistas en sus películas. Tanto su primera mujer, Rebecca Pidheon, como la segunda, Lindsay Crouse, salen en sus obras. Un buen ejemplo es su primera película como director, Casa de Juegos (1987) donde además de Lindsay Crouse, participan algunos de sus colegas de póker.

Mamet financia solo a sus películas con los pagos que recibe de guiones rehechos para grandes producciones. En estos casos suele utilizar a pseudónimos, por ejemplo en los créditos de Ronin sale como Richard Weisz.

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Últimamente el guionista del El cartero siempre llama dos veces se ha dedicado a la creación de cortos. Entre los títulos están Two painters y Lost masterpieces of pornography, un cuasi documental sobre el comportamiento ilícito, en blanco y negro y bien aliñado con la típica ironía de Mamet. En fin, nada sorprendente para alguien a quien no le gusta Disneyland y cree que Hollywood es ejemplo del capitalismo en su mejor forma, más desordenado del totalitarismo pero, por lo menos, suele matar a menos gente.

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