Maixabel y la crudeza del perdón

Blanca Portillo y Luis Tosar en la escena final de Maixabel
Blanca Portillo y Luis Tosar protagonizan la película Maixabel

Qué difícil es perdonar, pero qué necesario resulta para curar las heridas del alma. Maixabel Lasa es una de las víctimas que, con la muerte de su marido en el 2000, el político Juan Mari Jáuregui, percibió el dolor provocado por ETA de la manera más cruel y arbitraria. Sin embargo, algo que la distinguió fue su capacidad para curar esas heridas, las suyas y las de todo un pueblo, no olvidando, sino abriendo sus brazos a un entendimiento. Permitiéndose, precisamente, perdonar. Ahora, con Maixabel, Icíar Bollaín proyecta su relato en la gran pantalla para entender el tormento del País Vasco y hallar esperanza entre tantas sombras de historia.

Hay pesadillas de las que es imposible huir, donde el dolor se atraganta irremediablemente. Así son los relatos de Bollaín, nutridos de vivencias sólidas y reales que se atragantan durante toda la proyección, de la mano de personajes complejos, empeñados en mejorar a pesar del mal causado, que son conscientes de ello, y con los que, casi involuntariamente, logramos empatizar de manera escalofriante. La directora madrileña busca con sus películas abordar temas que despiertan pasiones encontradas, que pueden ser alzadas o rechazadas, pero jamás dejan indiferente a nadie.

Luis Tosar y Blanca Portillo en Maixabel
Una de las escenas de los diálogos entre Luis Tosar y Blanca Portillo en Maixabel

Ya lo hizo con Te doy mis ojos, donde, nuevamente, extrapoló una historia que perfectamente podría ser real a la ficción, sirviéndola sin tapujos y obligándonos a mirar. Con Maixabel, Bollaín lo ha vuelto a hacer. A lo largo de sus 115 minutos de duración vemos proyectados, de manera fiel y sobria, aquellos encuentros entre Maixabel y dos de los autores del atentado. El arrepentido Luis Carrasco, encarnado por un excelente Urko Olazabal, y el atormentado Ibon Etxezarreta, donde Luis Tosar realiza un trabajo inenarrable, y con el que casi logra que nos sintamos culpables. Maixabel pretende encontrar el motivo de tal tragedia y ahondar en su verdadero arrepentimiento para poder, por fin, descansar y mirar al frente. Así nos lo hace saber una impecable Blanca Portillo en la piel de la viuda, que lleva a cabo una actuación muy creíble con la que consigue arrugar el corazón.

En este filme no existen personajes principales y secundarios. Aquí, el protagonista es la historia que se cuenta, donde las brillantes interpretaciones de los actores nos permiten adentrarnos en sus vidas, en sus trastornadas mentes e, incluso, llegar a desvelar las prácticas delirantes de la podrida organización. Nos ponen en bandeja la esencia de esos encuentros en los que, de manera sencilla y sin aspavientos, cada uno de los personajes se desnuda y, vulnerables, se abren en canal para poder sentar las bases de una conciliación.

Este último trabajo de Bollaín, que, además, se ha convertido en uno de los destacados en las primeras candidaturas a los Premios Goya 2022, consigue trasladar los paisajes idílicos de Guipúzcoa a las salas de cine de todo un país que, durante muchos años, ha permanecido asolado por la «monstruosidad», como lo califica Carrasco en una de las escenas. Aunque también logra, de este modo, que profundicemos en el cómo y el porqué, como hace la propia Maixabel. Y es que la fórmula «basado en hechos reales» siempre cala en el espectador. Es garantía de éxito, si se saben contar bien. Son historias reales, y uno siempre se identifica con lo que ha vivido. Buena cuenta pueden dar de ello los vecinos de Tolosa.

Tráiler oficial de Maixabel

Lo que supone una gran contraposición en la trama es el papel fundamental que juega aquí la maternidad. Madres enfurecidas, iracundas, desoladas, felices y asustadas. Todas ellas aparecen en Maixabel. La fuerza de unas mujeres que tratan de nadar contracorriente y anteponer la vida a la muerte, al dolor y al terror. Mujeres que son las responsables de aportar esperanza a través de rostros nuevos que, ajenos a todo, han de traer vientos de cambio a una nueva generación. Estas son María, la hija de Juan Mari, con su bebé de apenas unos meses, o la mediadora de prisión, que espera a otro que está al llegar. Vemos cómo la luz se abre camino al tiempo que las heridas comienzan a cicatrizar.

A lo largo de todo el largometraje, gracias a los diálogos tan bien confeccionados y al buen ritmo de guion, permanecemos en la cuerda floja, esperando alguna catástrofe que no llega. Tan solo la liberación de unos personajes desesperados por hallar la paz. Incrédulos, y sin escapatoria alguna, la directora nos sienta en la mesa, cara a cara junto a ellos, y nos lanza a quemarropa unas conversaciones capaces de tender puentes, que nos revuelve por dentro y nos sacuden el alma. Unos enfrentamientos cargados de honestidad, respeto y compasión, de los que, tanto Bollaín como Isa Campo, coguionista, han sabido extraer los retales de una historia que era de vital importancia contar a gritos.

https://twitter.com/MAIXABEL_Iciar/status/1445648727964729347

Raquel Pablo Alcalá

Graduada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Siempre entre páginas y acordes, y sin perder el sur como norte.

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