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‘Las princesas del Pacífico’, rumbo a los Max

El público accede a la sala de los Teatros Luchana a través del proscenio, y debe atravesarlo para ocupar su butaca. El atrezo está formado por una maleta antigua de piel marrón, un envase de hojalata y algunos juguetitos, y ocupa la parte central del escenario, enmarcado por un tapete blanco de crochet. Es preciso sortearlo para no pisarlo, y un acomodador da instrucciones al respecto por si los espectadores caminan ajenos, no cuidándose de hacerlo.

Se han colado en su casa, la de Las princesas del Pacífico, como hacen ellas en las vidas de los vecinos del pueblo y de los protagonistas de los sucesos televisivos más escabrosos, escondidas tras esas cuatro «paredes» de ganchillo a modo de cerco.

Hasta la pronta aparición de las Princesas, una luz lóbrega y diversos sonidos construyen un ambiente inhóspito, emitiendo lo que parece ser el efecto del choque de los cristales de una lámpara antigua por causa del viento. También hay un rumor, quizá del mar…

Las princesas del Pacífico son Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León en la piel de Agustina y Lidia, tía y sobrina, respectivamente. Esta obra, de la compañía La Estampida, escrita por Alicia Rodríguez, Sara Romero y José Troncoso, y dirigida por este, cuenta con dos nominaciones a los Premios Max: mejor espectáculo revelación y mejor autoría revelación, tras tres temporadas sobre las tablas.

 

cuerpouno

 

Lidia y Agustina hacen las maletas entusiasmadas tras ganar el sorteo de un crucero por el Pacífico. Hasta ese día, han contemplado la vida a través de la caja tonta, jactándose de todo lo trágico que ocupa las noticias. Pasan del búnker de su casa al refugio que supone el barco en medio del océano, lo cual les permite escapar de su historia por unos días y, de paso, del cobrador del gas.

El conflicto surge cuando se tornan en el foco de las miradas jocosas y de las burlas de los pasajeros debido a sus humildes vestimentas y a sus rasgos pueblerinos.

La clave fundamental de esta obra es el humor: ellas se ríen de todos y todo, y todos se ríen de ellas. Por otra parte, cabe destacar los tintes cómicos de la mayoría de diálogos, intercalados con reflexiones amargas que dan forma a la moral cuestionable que caracteriza nuestra sociedad, y que constituyen un poso que absorbe el espectador cuando abandona la sala tras haber estirado la carcajada hasta la saciedad y el estrépito.

Gracias a una sobresaliente actuación y utilización del espacio, las actrices son capaces de interpretar cada una de las estancias que componen el crucero, así como de simular a su interlocutor en multitud de conversaciones.

En el fondo, subyace la crítica mordaz de la incultura: el aislamiento social y la «idiotización» mediante la televisión como las consecuencias de una economía precaria, un elemento más que enriquece esta brillante tragicomedia, que bien merece el triunfo en las categorías a las que opta en los Max.

 

Raquel Castejón Martínez

"La objetividad del periodista no existe. Más bien éste debe tender a una subjetividad desinteresada. Corresponde al lector establecer la distinción."
(Beuve-Méry)

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