“La moda no existe solo en los vestidos. La moda está en el cielo, en la calle, la moda tiene que ver con las ideas, la forma en que vivimos, lo que está sucediendo”, dijo hace tiempo Coco Chanel. Pero hoy en día la moda se ha convertido en algo más, se ha transformado en un modo de expresarnos ante el mundo sin necesidad de palabras, en sinónimo de lucha o de conformismo, en símbolo de progreso o, por el contrario, de nostalgia.
La moda ha evolucionado a lo largo de la historia al mismo tiempo que lo ha hecho la sociedad, y en la actualidad, esta se encuentra en un punto controvertido y casi pernicioso, en una encrucijada que divide a la población entre aquellos que optan por seguirla y desean hacerse con todas las tendencias y los que, en cambio, rehuyen de ella y encuentran su refugio en prendas llenas de vivencias que hablan por sí solas.
Desde hace unos años, la moda vintage, o lo que es lo mismo, la estética indomable de décadas pasadas, está más en tendencia que nunca, y en todas las ciudades han aparecido pequeños locales inundados de pantalones de tiro alto, prendas de ante, vestidos rectos confeccionados con terciopelo, faldas en forma de A, patrones que rezuman rebeldía por los cuatro costados, y que, poco a poco, han ido ganando aceptación entre todo tipo de público.
En Madrid, el barrio de Malasaña se ha erigido como la sede de un eclecticismo cargado de encanto donde tienen cabida todo tipo de tiendas de antigüedades y de moda vintage y de segunda mano. De hecho, en una de las intrincadas calles de este barrio se encuentra un local en el que cada prenda es única e irrepetible: Flamingos Vintage. Una tienda atestada de ropa de corte clásico, cuyo interior transporta a los visitantes a un mundo que todavía conserva la mirada recargada y salvaje de finales de siglo.
Tal como explica Cristina Martínez, una de las fundadoras de Flamingos Vintage, la pasión por este tipo de moda fue lo que la impulsó a abrir la tienda en 2013 junto a sus dos hermanas: “Esto es un poco una representación de lo que ha sido nuestra habitación de toda la vida. Somos unas locas de la ropa, lo típico que si salíamos por ahí las amigas venían a arreglarse a casa con nuestra ropa (risas)… Y ya que esta tienda estaba en otros sitios, había sucursales en Barcelona y más lugares, vimos la oportunidad de abrirla aquí. Y pensamos ‘esto hay que traerlo a Madrid‘», comenta Cristina. Asegura, además, que las prendas de Flamingos se importan desde Estados Unidos “para marcar la diferencia”, y, al igual que en el continente americano, aquí también venden la ropa al peso. Para Cristina la forma de vestir de una persona es su carta de presentación. “Alguien que lleva este tipo de ropa, bajo mi juicio, es alguien libre. Alguien que se atreve a experimentar”, añade.
Uno de los motivos por los que este tipo de prendas y de tiendas han conseguido hacerse un hueco en la actualidad es por la magia que las acompaña, las impregna y las hace escapar de los circuitos comerciales, de las copias y de las confecciones en cadena.
Así, entre ruecas, máquinas de coser ya ajadas por el paso de los años y pasarelas que, a pesar de verse en blanco y negro, brillaban con luz propia gracias a la alegría que desprendían sus modelos, se fue configurando uno de los mercados que más dinero mueve anualmente en todo el mundo, un mercado que muchas veces se tacha de frívolo y vacuo, pero que habla de nosotros, de los territorios que habitamos, de las libertades o represiones que en ellos imperan.
Umberto Eco aseguró que “la sociedad habla a través de sus ropas” y, aunque a veces no la sepamos escuchar, es algo que nunca dejará de hacer.