‘La flaqueza del bolchevique’, concebida para salir a escena

La flaqueza del bolchevique
Adolfo Fernández y Susana Abaitua, protagonistas de la adaptación teatral de 'La flaqueza del bolchevique'
Adolfo Fernández y Susana Abaitua, protagonistas de la adaptación teatral de ‘La flaqueza del bolchevique’

“Es lunes, un puto lunes”. En realidad es martes, las 22.15 concretamente, y estamos en el Teatro Lara de Madrid. Pero con esa simple introducción, el hombre canoso de camisa desabrochada y talante hostil que acaba de salir a escena ha silenciado los últimos cuchicheos de la sala Off. Con la luz a medio gas y las sillas dispuestas en semicírculo rodeando el escenario, el público parece espiar a este peculiar personaje que, sentado en una caja rectangular, continúa con su retahíla de palabrotas. Así arranca La flaqueza del bolchevique, adaptación teatral de la novela homónima de Lorenzo Silva, que se representará cada martes hasta el 8 de diciembre en el Teatro Lara. Esta historia nació en las páginas de un libro y pronto se trasladó a la gran pantalla, pero el director David Álvarez y el actor Adolfo Fernández le han dado el mejor espacio posible para lucirse: un escenario.

Valiéndose de la narración en primera persona y jugando en todo momento con la faceta cómica del discurso, Adolfo Fernández da vida a un treintañero autodefinido como “soplapollas”, hastiado de la vida, que no sabemos ni cómo se llama y al que, además, hemos pillado en un mal día. Acaba de empotrar su coche contra el deportivo de una insufrible ejecutiva llamada Sonsoles. Asqueado de la histeria de ésta y por puro entretenimiento, se propone atormentarla. Pero su malvado plan se ve truncado cuando conoce a Rosana, la hermana pequeña de Sonsoles. Susana Abaitua encarna a esta adolescente de apariencia angelical, pero capaz de embaucar a cualquiera.

La aparición de Rosana provoca emociones y confusión a partes iguales en la vida de este hombre malhumorado y escéptico. La joven representa para él la pureza, tan alejada del mundo capitalista que aborrece. A Rosana, por su parte, le atrae el carácter misántropo del adulto al que acaba de conocer. Ese adulto que guarda en la cartera la foto de la Duquesa Olga, hija del Zar Nicolás II, y se identifica con el bolchevique que debía matarla y se enamoró de ella. El protagonista pronto empieza a cargar con la culpa del que sabe que no está haciendo lo correcto y traslada al público la sensación de que los personajes se precipitan hacia un desenlace fatal.

Escena de 'La flaqueza del bolchevique'
Una escena de la obra ‘La flaqueza del bolchevique’

El mayor reto de esta adaptación teatral radica en escenificar la tragicomedia a través de dos actores y con un decorado austero. El monólogo interior del protagonista masculino es clave para conseguir este objetivo. Por algo el “bolchevique” no abandona la trinchera en la hora y cuarto que dura la representación. Lo único con lo que cuenta, aparte de su voz, es con una caja cuadrada de la que extrae corbatas, camisetas, chanclas y hasta un botellín de agua. También saca el máximo partido a los recursos que tiene a mano. Las cajas rectangulares se transforman en coches o bancos del parque, y los cambios de luces y colores, junto con la música, ayudan a recrear lo que no se puede ver, como el ruido del tráfico.

De este modo, la brillantez de La flaqueza del bolchevique reside en cómo el público, al finalizar la obra, empatiza y se identifica con el protagonista. Y es que la historia no trata sobre un hombre que en plena crisis de los treinta quiere volver a ser adolescente, sino de una persona que se equivoca. Este anónimo podría llamarse como cualquiera de nosotros porque podría ser cualquiera de nosotros. Así, la obra evidencia con maestría las taras de la actual sociedad capitalista, cuyas víctimas somos tanto el personaje principal como nosotros. Ya en la calle, un joven que pasa a mi lado reflexiona en voz alta: “Nuestra generación será en unos años como el tío de la obra”. Con esa simple frase exterioriza la idea que ronda la mente de muchos de los presentes a la salida del teatro. Todo ser humano tiene algo de “bolchevique” o “soplapollas”. A mí, por ejemplo, tampoco me gustan los lunes.

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Janire Zurbano Arrese

De pequeña me enamoré de Italia mientras memorizaba los diálogos de las películas de Federico Fellini o Francis Ford Coppola. Más tarde soñaba con viajar a Los Ángeles para conocer en persona a Jack Nicholson y Stanley Kubrick. Ahora, con el título de Periodismo colgado en la pared y el pasaporte lleno de sellos sobre la mesilla, sigo fantaseando con entrevistar a Martin Scorsese en un café de Brooklyn. El periodismo es mi pasión. El cine, el amor de mi vida. Y viajar, el motor sin el que todo este engranaje no funcionaría.

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