La capital en pie

Cartel de Follies

Recuerdo cuando empecé a venir a Madrid para ver teatro. En mi mente provinciana, me sorprendía la austeridad del público de la capital. Lo que en Sevilla hubiera arrancado bravos y ovaciones, en Madrid se resolvía con un breve aplauso. Con el tiempo aprendí que más allá del conocimiento teórico, la experiencia te da un criterio selecto a la hora de premiar algo. El pasado viernes, la platea del Español al completo se puso en pie al más puro estilo de un teatro de provincias. El espectáculo que ha dirigido Mario Gas lo merece.

 

El Follies es un teatro de revista que va a ser convertido en un párking. Antes de que esto suceda, su director, Dimitri Weissmann (un pequeño papel que interpreta el propio Mario Gas, ¿en un guiño cómplice?) organiza una última reunión con todas las estrellas que han pasado por su escenario. ¿Reconoces la sensación de entrar a tu bar de siempre, justo cuando están poniendo tu tema favorito? Ése buen ambiente es el que se respira en la fiesta de Follies; las interpretaciones son cercanas, enérgicas, llenas de vitalidad, contagiosas de buen humor.

A lo largo de la obra (que dura tres horas incluyendo el intermedio, y que en ningún momento resulta tediosa) se suceden los números de canto y baile, entre los que hay varias joyitas: la primera, la voz de Carlos Hipólito, al que muchos no imaginábamos sobresaliente como cantante; segunda, el derroche de carácter de Vicky Peña, deslumbrante como los brillantes que luce; tercera, la actuación de Asunción Balaguer, que es corista pero lo que quiere es “estar en un show”; cuarta, la vuelta de Massiel (no exenta de cierto morbo) que hace equilibrio entre la ficción y la realidad: “Gloria y fracaso, lo he visto todo, y ya veis, aquí estoy”. Momento del musical

Pero lo mejor, lo mejor, es el todo. (Mal)Acostumbrados como estamos a la generación de triunfitos protagonizando musicales, es un alivio ver por fin un espectáculo de actores totales, que cantan, bailan y actúan. Y muy bien. Cuando las chicas interpretan el número del espejo, el público vibra. Pep Molina destaca en toda su amplitud de registros, desde el naturalismo al clown. El número de cabaret del segundo acto le hace frente al propio Bob Fosse. Y podría seguir si no fuese porque tengo las palabras limitadas…

Dénse prisa porque las entradas vuelan. Y en palabras del propio Dimitri Weissman: “¡Aprestáos a admirar una vez más a las chicas Weissman!”

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