‘La batalla de los sexos’: lo arriesgado de no correr riesgos

Stone y Carell rescatan la película con interpretaciones más que solventes.
Emma Stone y Steve Carell.
Stone y Carell rescatan la película con interpretaciones más que solventes.

La pareja conformada por Jonathan Dayton y Valerie Faris se dio a conocer hace ya algo más de diez años, cuando dirigieron la sensacional Pequeña Miss Sunshine. Años después, continuaron removiendo las bases del cine independiente norteamericano con Ruby Sparks, en la que volvieron a contar con Paul Dano para su rol protagonista. Ahora, ya instaurados en Hollywood como cineastas a tener en cuenta, han optado por la vía fácil. La vía de dirigir una película de factura correcta y discurso indiscutiblemente aceptado a nivel social. Eso es lo que resulta ser, pese a la parafernalia, La batalla de los sexos, que llega a la taquilla española este viernes.

En los tiempos que corren, y más después del éxito descomunal de La La Land, contar con Emma Stone como protagonista de tu película es un triunfo anticipado. La joven actriz de Arizona, ya con su Oscar bajo el brazo, es una de las intérpretes del momento. Si a ello le añades una dulcificada historia acerca de la liberación femenina y un par de secuencias en las que la música puede con todo, el resultado que obtienes no puede ser malo. Debe ser, necesariamente, un producto decente. Y nadie puede negar que La batalla de los sexos lo es. Es, de hecho, más que decente: un entretenimiento alegre, ligero, dinámico. Y también superfluo.

En la propuesta narrativa de Dayton y Faris no hay nada de valentía. Tampoco la hay en el guion que firma Simon Beaufoy, autor de cosas tan insípidas y convencionales como los libretos de Slumdog Millionaire127 horas o La pesca del salmón en Yemen, por citar algunos de los mejores. La batalla de los sexos es, pues, una cinta carente de carácter. Nada en ella cobra vida, todo resulta tan entretenido y atractivo como plano. La evolución de los personajes no es solo prototípica, sino que carece por completo de profundidad psicológica.

La historia que cuenta, por otra parte, es la de la tenista Billie Jean King. Una jugadora clave en la historia del deporte femenino por su arraigado compromiso con la causa feminista, además de por su desorbitado talento para el deporte de la raqueta. A ella se enfrentó, en épocas de turbulencias ideológicas, el showman Bobby Riggs (interpretado por un siempre solvente Steve Carell), quien insinuaba que una mujer jamás podría ganar a un hombre sobre la pista. Uno puede, si tiene dos dedos de frente, imaginarse fácilmente de qué modo se resolverá esta encrucijada.

Una apuesta impermeable

En el plano positivo, La batalla de los sexos cuenta con un reparto que la mantiene siempre a flote. Stone, como no podía ser de otro modo, realiza un trabajo impecable. Junto a ella brilla enormemente Andrea Riseborough. De hecho, las escenas en las que ambas actrices comparten pantalla son, con diferencia, los instantes en los que la cinta logra aproximarse al máximo a obtener cierto grado de transparencia emocional. Sin embargo, todo en la película acaba pareciendo resobado, algo ya visto antes. Si bien no hay nada en La batalla de los sexos que vaya a desagradar al espectador, lo cierto es que tampoco existe cosa alguna destinada a sorprenderlo.

Emma Stone y Andrea Riseborough..
La química entre Stone y Riseborough dota de vida a la película.

La puesta en escena de Dayton y Faris es, en cierto modo, lúcida y efectiva. Explotan con inteligencia los claroscuros cómicos que proporciona la presencia de un actor como Steve Carell, y su empleo de los colores y la música es elegante, sin florituras y sin riesgos innecesarios. Al igual que en el resto de parámetros, el componente visual y fotográfico de La batalla de los sexos tampoco inventa nada, sino que echa mano de lo ya conocido para contar una historia sencilla, una historia que llega fácil al espectador. La película, de todos modos, está producida de una forma más que sobria, y su dirección de arte trabaja muy bien de cara a reubicar la acción en plena década setentera.

En definitiva, La batalla de los sexos es un producto amable, de fácil digestión. Un paso hacia lo convencional en la carrera de Dayton y Faris. Una película disfrutable, recomendada para entornos familiares y que debe afrontarse sin la absurda pretensión de descubrir nuevas emociones. Todo en ella es reconocible, todos sus rincones y sus vértices. Pero qué fácil y qué cómodo es sentirse, de vez en cuando, arropado por lo que uno ya sabe.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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