Cuando Truffaut viajó a Nueva York en el año 1962 para presentar Jules y Jim se percató de que todos los periodistas le
hacían la misma pregunta: “¿Por qué los críticos de Cahiers du Cinéma toman en serio a Hitchcock?”.
Por aquel entonces, el maestro del suspense llevaba más de cuarenta películas y gozaba de un gran éxito y popularidad entre el público, algo contrario a lo que reflejaban los críticos americanos, encargados de denigrar su obra tachándola de superficial. El director de Los 400 golpes (1960) volvió a París turbado ante aquel panorama. Su pasado como crítico y su amor hacia el séptimo arte le obligaban a hacer algo por colocar a Hitchcock en el lugar que se merecía, el de “mejor director del mundo”. Para ello, tenía que conseguir que todos aquellos críticos abrieran los ojos. Tal y como pensó el director francés, “si por primera vez aceptaba responder a un cuestionario sistemático, podría resultar de ahí un libro capaz de modificar la opinión de los críticos americanos”.
Truffaut se puso en contacto con Hitchcock ese mismo año a través de una carta. “Hay muchos directores que aman el cine, pero lo que usted posee es un amor por el mismo celuloide y es de eso precisamente de lo que quería hablarle”, confesaba el director francés en aquella correspondencia en un acto de persuasión y sinceridad. Hitchcock, emocionado por aquellas, palabras aceptó la entrevista. El encuentro se desarrollaría durante cincuenta horas en los Estudios Universal, acompañados por Helen Scott, traductora y amiga del cineasta francés. El tema de conversación fue el cine en general y la obra de Hitchcock en particular. Aquellas palabras salieron publicadas cuatro años después, en 1966, en un libro titulado El cine según Hitchcock, cambiando tanto la opinión de la prensa americana acerca del maestro del suspense, como la imagen de Truffaut en Estados Unidos.
Cincuenta años después de la publicación de este libro, llega a las pantallas Hitchcock-Truffaut, un documental Kent Jones (Mi viaje a Italia). A partir de las grabaciones originales de la entrevista y la participación de los directores Martin Scorsese, Wes Anderson, David Fincher, Richard Linklater y Peter Bogdanovich ,entre otros, el documental indaga en la importancia e influencia que tuvo aquel encuentro en el mundo del cine y, sobre todo, en los jóvenes directores que vendrían después.
“El cine tenía unas reglas establecidas pero Hitchcock entró en la sala, tiró una granada y destruyó esas reglas”. De esta forma describe Fincher una de las obras más emblemáticas del director británico, Psicosis (1960). Por su parte, Scorsese hace referencia al sentido religioso que adquirían las películas del director de Los Pájaros (1963) a través de sus inesperados planos desde arriba, permitiendo al director observar la escena desde los cielos, como si de un Dios se tratase. En cuanto a la estética, Wes Anderson, recalca la capacidad para reflejar la realidad humana sin recurrir al diálogo, haciendo así que el público participe en la obra.
El cine de Hitchcock está lleno de obsesiones y miedos del propio director. A través de sus películas compartía dichas obsesiones y con ello “nos ayuda a conocernos mejor, lo que constituye un objetivo fundamental de toda obra de arte”, recalca el cineasta francés en el prólogo de su libro.
Truffaut también le pregunta sobre uno de los temas por el que fue criticado en América, la poca verosimilitud en algunas escenas de sus películas, a lo que el director británico responde de forma contundente: “Lo lógico es aburrido”. Y es que Hitchcock retorcía el cuello a lo cotidiano. Su método de trabajo era simple: lo que él imaginaba en la cabeza para una película se mantenía hasta el final del rodaje, sin posibilidad de cambios ni de guion ni de montaje. Además, a Hitchcock le gustaba trabajar con las estrellas del momento como Cary Grant, James Stewart o Grace Kelly, tal y como cuenta Scorsese. Pero el cine estaba en plena evolución y cambio, y, con ello, llegaba una nueva generación de actores, como Marlon Brando, James Dean o Montgomery Clift, con una idea diferente de interpretar, basada en la posibilidad de cambiar el guion en función de lo que al actor le sugería el personaje. Por supuesto, esta idea chocaba con la de Hitchcock, que afirmaba que a los actores “hay que tratarles como ganado”. El director inglés habla de ello recordando el rodaje de una escena de Yo confieso (1953), donde Montgomery Clift insistía en que su personaje haría otra cosa diferente a la que ponía en el guion, pero con el maestro del suspense no había más que hablar. Hubiera sido interesante ver a Alfred Hitchcock trabajar con actores como Robert De Niro, Al Pacino o Dustin Hoffman, tal y como comenta Fincher.
Pero más allá de una entrevista, aquel encuentro fue también un puente entre dos formas de entender el cine. Mientras el cine de Truffaut estaba abriendo un nuevo camino a través de las vanguardias, Hitchcock revolucionaba el séptimo arte a través de las herramientas del cine clásico. La Nouvelle Vague y el nuevo Hollywood. Dos formas diferentes de hacer películas y de interpretar historias pero que compartían la misma pasión por el cine.
En definitiva, Hitchcock-Truffaut es una clase magistral sobre la obra del maestro del suspense y su constante influencia a lo largo de la historia del cine, recomendable para el público en general que quiera redescubrir la obra de un director único, y una cita obligada para los amantes del celuloide porque, tal y como ya anunciaba Truffaut sobre la obra de Hitchcock, “sus películas, realizadas con un cuidado extraordinario, una pasión exclusiva, una emotividad extrema enmascarada por una maestría técnica poco frecuente, no dejarían de circular, difundidas por todo el mundo, rivalizando con las producciones nuevas, desafiando el paso del tiempo”.
[vsw id=»2H5dBxIatZw» source=»youtube» width=»425″ height=»344″ autoplay=»no»]