«El cuento Una felicidad repulsiva tiene algo del arco de cualquier vida: el paso del tiempo con sus derrumbes sucesivos y la mirada sobre la felicidad de los otros».
Así define Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) el relato que da título a su libro, por el que ha obtenido el I Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. El galardón, convocado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, en colaboración con el Instituto Cervantes, fue concedido el viernes 21 de noviembre en Bogotá, en memoria del escritor García Márquez, fallecido el pasado 17 de abril.
Sobre el libro, el jurado afirmó que destaca por su «solidez, sutileza y equilibrio, así como por su dominio vigoroso del género», y que tiene «una mirada peculiar en la que el absurdo, el horror, lo fantástico y lo extraño que arranca de lo cotidiano son tratados con absoluta maestría». A estos elogios, el propio autor respondió que «lo fantástico, lo horroroso, lo siniestro, están en lo real apenas se miran las cosas con el suficiente detenimiento»
La trayectoria como escritor de este argentino, matemático de profesión y escritor de oficio, ya contaba con galardones y reconocimientos. En 2009, Guillermo Martínez se convirtió en el único autor argentino, además de Borges, al que The New Yorker le publicó un cuento, Infierno Grande, que era además el título de su primer libro de cuentos y con el que obtuviera el Premio del Fondo Nacional de las Artes en 1989. Tras varios años dedicados al ensayo y la novela, en 2003 0btuvo el Premio Planeta Argentina por Crímenes Imperceptibles (Ed. Planeta, 2003), Martínez regresa al género de su infancia, en el cual sus marcas de escritura, sus temas y su estilo, se presentan más maduras y asentadas.
La relación de Martínez con este género viene por influencia paterna. Desde niño, su padre hacía concursos de cuentos en los que competía con sus hermanos. El premio consistía en ver el cuento pasado a limpio en la Olivetti. Su padre era escritor, pero nunca se había preocupado por editar. En 2010, él mismo puso manos a la obra sobre los más de doscientos cuentos que su padre había escrito durante toda su vida. Los seleccionó y prologó en Un mito familiar (Ed. Planeta, 2010).
«Casi todas las historias se me aparecen en forma de cuentos«, explica el autor. «En general, ese vislumbre inicial ya incluye el final, puesto que siempre me interesa alguna clase de revelación que sea inesperada para el lector». Y agrega: «Esto no significa necesariamente un final sorpresivo, pero sí un nuevo sentido que sólo se alcanza al llegar al final, por eso me interesa también el suspense como elemento narrativo, la acumulación en atmósfera y tensión.»
Ya desde el primer relato, es evidente que el autor recupera desde su propia mirada lo mejor de la cuentística argentina del siglo XX, con los personajes moviéndose por un ambiente familiar y burgués que recuerda a Borges o a Bioy Casares. Este ambiente aparece desarrollado largamente en el primer relato, donde emerge de forma natural desde lo cotidiano, esa vacilación entre lo extraño y lo maravilloso, característica central de lo fantástico.
El libro abre con la imagen de una familia feliz donde parece que nadie envejece, los hombres juegan al tenis, la madre teje, gozan de buena posición económica, y tienen una casa frente al mar. El protagonista se pregunta a sí mismo, y por ende al lector, si existe la familia feliz. El cuento funciona como una gran metáfora sobre la mirada que se tiene sobre la vida de los otros, sabiamente resumida en la frase de la abuela: «La felicidad es como el arco iris, no se ve nunca sobre la casa propia, sino sólo sobre la ajena».
El resto de cuentos, siguiendo la estela del primero, nos trasladan a situaciones familiares donde algo no encaja. Martínez con sus tramas pausadas y su prosa cuidada logra introducir con maestría un elemento familiar y a la vez perturbador, olvida a veces los hechos, y adopta como materia narrativa las conjeturas sobre esos hechos, la acumulación de pensamiento antes de cada acto, lo que lleva en la mente cada personaje. Y entonces, ejerce una torsión apenas perceptible, pero perfectamente calculada, una vuelta de tuerca, que deja al lector del otro lado. Cara y cruz de una moneda. Lo conocido, a la vuelta de la página, es el horror.
«Lo fantástico, lo horroroso, lo siniestro, están en lo real apenas se miran las cosas con el suficiente detenimiento»
Martínez logró armar un libro de cuentos con multiplicidad de registros, puntos de vista y temáticas y que, sin embargo, funciona sostenido por su esencia, por esa única pregunta: ¿Qué pasa si miras un poco más allá de lo que ves?. Nos obliga a leer contra nuestra voluntad, a vencer el instinto, con la cara medio tapada, espiando por entre los dedos aquello que no se quiere ver, pero que a la vez no queremos perdernos de ninguna manera.
Durante la ceremonia de entrega, los discursos giraron en torno a la importancia capital del cuento en la cultura hispanoamericana, y se presentó el premio como intento de revitalizar y dotar de prestigio un género a menudo considerado como menor. El propio autor, al recibir el premio dijo que «el género del cuento está un poco desfavorecido en el mundo editorial», pero confía en que «iniciativas como este galardón lo fortalezcan».