Girlhood, los vaivenes de la adolescencia

Girlhood

Girlhood

Ser adolescente no es fácil. Miedos, inseguridades y un proceso de profunda transformación física y mental desembocan en la búsqueda de una identidad propia que, en ocasiones, no puede resultar como uno esperaba. Si a ser adolescente le sumamos, además, ser mujer, descendiente de inmigrantes y un entorno de naturaleza hostil como los suburbios de París, las probabilidades de pasar esa etapa de la vida de manera traumática aumentan de manera exponencial.

Es el caso de Marieme, el personaje principal y eje alrededor del cual gira Girldhood (Banda de chicas), último largometraje en la filmografía de Céline Sciammaestrenada el pasado 24 de abril en nuestras salas. La directora francesa vuelve así a abordar los problemas derivados de las primeras etapas de la vida desde el prisma femenino, como ya hiciese con su ópera prima Lirios de agua (2007) y la sobresaliente Tomboy (2011). En esta ocasión, Sciamma se ha nutrido de los elementos básicos que componen el cine social francés, pero en lugar de efectuar un mero análisis de las causas y consecuencias de la pobreza y la exclusión, ha construido una historia de transformación, del cambio que sufrimos los individuos en función de nuestras experiencias vitales y nuestra forma de adaptarnos a él.

De espíritu naturalista, la película se puede entender en ocasiones casi como un documental, sensación motivada gracias al uso de la elipsis que divide el metraje en cuatro partes. El recurso del fundido al negro, acompañado siempre de la misma música tensa, alerta al espectador de que la película, además de saltar en el tiempo, va a evolucionar, al igual que lo hacen sus personajes. De esta manera, pasamos en apenas unos segundos de una Mariame infantil, temerosa e insegura a una joven cuyo físico, personalidad y hasta nombre se colocan, a primera vista, en el extremo totalmente opuesto.

Sciamma se encarga de mostrarnos y, lo que es más importante, involucrarnos en este viaje vital gracias a la casi obsesiva predominancia de planos cortos. El entorno, aunque necesario para situar y comprender las circunstancias que moldean la personalidad de su protagonista, no resulta imprescindible y se obvia durante la mayoría de la cinta para darle protagonismo a los rostros. A través de ellos somos capaces de conocer en cada momento los pensamientos de los personajes sin necesidad de verbalizarlos. Sus reacciones ante los golpes que la vida les tiene preparados son la pieza clave, como así demuestran la mayoría de escenas de conversaciones, donde el interlocutor menos relevante es invisible para dar absoluto protagonismo a su opuesto. Esta es una película sobre personas y eso es justamente lo que aquí se muestra, sin fisuras.

Fundamental en este proceso es la excelente interpretación de Karidja Touré, bien secundada por el resto del reparto, actores y actrices noveles procedentes de castings improvisados en la calle y en centros comerciales, pero a su vez cercanos y comprometidos con la historia de la película.

Girlhood

Girlhood es, en definitiva, una búsqueda: la de la identidad de su protagonista y la de la propia directora por encontrar una visión propia de una historia universal. Del resultado apenas se pueden extraer algunos defectos, como la falta de definición de ciertos personajes, como  el hermano de Marieme, o la escena de la coreografía, cuyo mensaje queda un tanto enterrado bajo una excesiva pulcritud formal. Ser adolescente es complicado, y captar ese momento a través de la cámara una apuesta arriesgada. Céline Sciamma, por fortuna para todos los que nos aproximamos a su cine, esta vez ha salido ganadora.

Roberto Juanes

Antiguo biotecnólogo reconvertido a aspirante de periodista cultural por mi afición a la música. Discos, conciertos y fixies ocupan todo mi tiempo.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.