Al lado se encontraba una señora con un muchacho –posiblemente madre e hijo- que reaccionaron eufóricos al oír las primeras notas de Coolo, uno de los hits más sonados de Illya Kuryaki and The Valderramas. Lo desconcertante fue que ambos se movían haciendo un tipo de head banging como si de una banda de heavy metal se tratase. La señora demostraba una inusual energía para alguien de su edad. Mientras tanto, intentaba concentrarme en la picardía de la letra y el ritmo contagioso de esa canción, la cual me remitió a los años 90 en la ciudad de Lima.
El Teatro Barceló albergaba un mar de gente con brazos abiertos, pelucas y gorras en movimiento. El lugar era ideal para este tipo de conciertos, que se disfrutan mejor en un ambiente cerrado, permitiendo una sensación de proximidad con los músicos. Emmanuel Horvilleur y Dante Spinetta comandaban al frente, dos showmen por naturaleza que han conseguido un dominio escénico a lo largo de años de presentaciones. Illya Kuryaki and The Valderramas empezaron en el año 1991 con su primer disco Fabrico Cuero y, desde entonces, no se detuvieron hasta el 2011. Pero ambos, hijos de padres músicos, tuvieron contacto con las melodías, la lírica y los instrumentos mucho antes de saber que iban a formar juntos una de las bandas más influyentes de América.
Exhibían sus chalecos de Gallos Negros junto con toda la banda, último styling adoptado a raíz de su más reciente disco L.H.O.N. (La humanidad o nosotros), el cual era el causante de su visita a Madrid luego de 18 años sin pisar la capital española, como parte de una gira por Europa, para mostrar a esta parte del mundo quiénes son los reales madafakas. En una evidente alternación entre temas antiguos y nuevos soltaron como una bomba Chaco, uno de sus temas más representativos procedente del disco homónimo que lanzaron en el año 1995.
Como era de esperar, los minutos pasaban saturados con grandes cantidades de rock y hip-hop. Dante y Emmanuel mantenían el brillo y la lucidez en el escenario con el respaldo de los Valderramas. Desde el inicio de su carrera, IKV aparecieron con una idea nueva en Latinoamérica, dando la impresión de que sus movedizos vocalistas eran seres expertos en artes marciales que venían de otro mundo. Trayendo un estilo distinto y atrevido, marcado por el funk y letras nada convencionales en forma de rap, los dos MC’s han logrado una propuesta audiovisual creativa que forma parte de la historia del rap argentino.
Llegó la hora de presentar la banda para rendir un merecido reconocimiento a sus integrantes, los cuales se lucieron en todo momento. El público cayó rendido ante el Ritmo Mezcal, “como un brebaje que te hará mover los pies”. Este tema de su último álbum tiene un sonido más pegadizo, donde destaca un teclado espacial y una marcada presencia del bajo y la batería. La palabra África cobraba fuerza en las voces del público, al igual que el ritmo funky en la guitarra. «¡África!» –repetían todos mientras potentes luces rojas atravesaban la sala.
Guardaron lo mejor para el final con una canción que se ha convertido en una especie de himno: Abarajame. El público la reconoció al instante. La gente empezó a saltar y el contagio fue inmediato. Esa letra nunca se olvida. Las personas cantaban atrapadas por esta gran demostración de hip-hop latino. La melodía se fue alejando hasta volverse jazz, para transformarse finalmente en puro rock and roll. Al día siguiente tocaban en Ámsterdam, así que era tiempo de descansar las cuerdas.