Elmyr de Hory, «el mayor falsificador de nuestro tiempo»

IMG_3136Elmyr de Hory, si alguna vez este, o alguno de los más de 70 nombres que se dice que llegó a emplear (como Raynal, Dory, Cassou, Curiel, Hory, Herzog o Boutin), fue real, nació en Budapest un 14 de abril allá por 1906. ¿Artista? ¿Falsificador? Lo que De Hory sí que fue es un hombre que vagó por el mundo durante toda su vida, huyendo primero del nazismo, y más tarde esquivando a policías y servicios secretos de medio mundo a los que trajo de cabeza con los más de 1.000 cuadros “a la manera de” Picasso, Modigliani o Derain, entre otros, y que supuestamente, habitan los museos y colecciones a lo largo de todo el globo terráqueo.

Y es que De Hory es uno de los personajes más enigmáticos del arte del siglo XX. Un hombre al que el misterio que rodea toda su vida le da un carácter fascinante e indescifrable. Un personaje del que es prácticamente imposible separar la realidad de la ficción. Vivió en Ibiza durante los últimos 16 años de su vida, hasta que se suicidó por una sobredosis de barbitúricos en diciembre de 1976.

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Un Elmyr a la «manera de» Modigliani

Así, por La Falaise, su casa en la isla, pasaron algunos de los personajes más relevantes del momento como la actriz Ursula Andress. Tal es así, que cuando Linda Bird Johnson quiso viajar a Ibiza pensaron en La Falaise como un sitio seguro para alojarse, aunque al final no lo hicieran ya que De Hory rechazó la oferta por el hecho de tener agentes secretos alojados en su casa. Allí también conoció al polémico Clifford Irving, conocido por escribir una biografía falsa de Howard Hughes, escribió también la suya y a Orson Welles, que fascinado por su historia le dedicó su documental F for Fake estrenado en el Festival de San Sebastián de 1973.

“El mundo era su teatro”, explica Mariano Llobet, uno de sus amigos ibicencos, en el libro Proyecto Fake!, que se engloba dentro de la última exposición sobre este artista/falsificador inaugurada en 2013 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En ese misma publicación otro de sus conocidos explica: “Era como un lord inglés, fascinante, misterioso, intrigante y con cierto aire vulnerable al mismo tiempo”. Todo un señor que no podía deshacerse del lujo ni en la cárcel, cuando entró en 1968 durante dos meses, tras ser juzgado por el Tribunal de Vagos y Maleantes por homosexual, convivencia con delincuentes y por carecer de medios demostrables de subsistencia. Allí se llevó su cama, su tumbona, sus libros… , además, se hizo con los servicios de un recluso que se dedicaba a limpiar su cuarto, sacarle la tumbona…

Un húngaro que, según aparece en su biografía escrita por Irving, se crió en el seno de una ”familia de bien”, donde nunca le faltaron comodidades hasta que, tras huir de su captura por los nazis, huyó a Francia y tuvo que empezar a vivir más humildemente y a “buscarse la vida”. Así, un día, por casualidades de la vida,  le visitó una amiga suya, esposa de un lord inglés, que se fijó en un pequeño dibujo a línea de la cabeza de una mujer joven que reconoció como un Picasso.

-«¿Cómo sabes que es un Picasso?»
-«Bueno, algo conozco de Picasso y me acuerdo de que tu lo conociste bastante bien, antes de la guerra. Es un dibujo muy bueno. Dime, ¿te gustaría venderlo?»
-«Claro, ¿por qué no? ¿Cuánto me darías por él?”

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Un Elmyr a la «manera de» Monet

Y esta fue la primera falsificación que De Hory vendió. 40 libras, dinero suficiente para sobrevivir sin agobios los tres meses siguientes. A partir de ahí, inició una producción de vértigo que se solía centrar en obras desaparecidas durante la Segunda Guerra Mundial, del considerado arte degenerado. De esta manera, al existir poca información sobre los cuadros era fácil hacerlas “renacer” con poca dificultad. Para ello, contó con la ayuda de un grabador japonés que se dedicó a falsificar los certificados y documentos relativos a cada obra. Pero fundamental fue el apoyo de los franceses Fernand Legros y Réal Lessard, encargados de mover todos sus cuadros y de “mantener” en la sombra y tranquilidad a De Hory para que continuase con su lucrativa producción artística.

Pero ante todo, De Hory no veía su actividad artística como algo con lo que hacerse rico, sino que era una forma de sobrevivir. Asimismo, para él su arte proporcionaba mucha “alegría y placer” al mundo, continuando la obra de los grandes artistas, muchos de ellos ya fallecidos. Además, nunca admitió que todos esos cuadros falsos que pululaban por el mundo y cuya autoría se le atribuía fueran suyos. “Yo no copio, sino que trato de introducirme en el espíritu de artistas que admiro y expresarme según sus propias maneras”, afirmó. Eso sí, alguna vez parecía jactarse cuando recordaba la anécdota que le habían contado de cómo Picasso dio por buena una de sus falsificaciones.

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Elmyr con Ursula Andress en su casa de Ibiza

– “¿Cuánto pagó el marchante por él?”, preguntó Picasso.
– “Le dieron una cifra fabulosa, unos 100.000 dólares”, le contestaron
Y Picasso dijo:
-“Bueno, si han pagado tanto, debe de ser auténtico”.

 

Y es que, al final de todo, De Hory sostenía que todos los artistas tenían una parte de imitador/falsificador. Al fin y al cabo, todos y cada uno de ellos han reproducido las características o puntos que más le gustan de sus referentes, algo que comparaba con lo que él hacía como artista.

Así, por cosas de este tipo, De Hory 110 años después de su nacimiento y casi cuarenta después de su muerte, sigue fascinando a todo aquel que se acerca a conocer su historia. Un hombre que ha inspirado libros, documentales y obras de teatro. Pero, sobre todo, un hombre con cuya vida ha puesto encima de la mesa el debate sobre la autoría y el valor del nombre en las obras artísticas. Y es que ¿es el nombre del pintor lo único que acaba primando sobre la obra?

Helena Núñez Guasch

Ibicenca por tierras madrileñas. Apasionada de la danza y amante de la cultura. Creo en el Periodismo como herramienta imprescindible para la divulgación y como apoyo a la educación.
"El sitio de la danza está en las casas, en las calles, en la vida" M. Béjart.

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