El teorema Einaudi

Ludovico Einaudi (fotografía de Ray Tarantino).

Un ángulo me basta. El que me permita ver un instante de universo. El que contenga en sí todos los problemas irresolubles de la naturaleza, todos los errores matemáticos de su horizonte cóncavo, todas las verdades de su circunferencia. Un ángulo me basta. El que me permita ver, entre dos butacas y dos rostros que también le observaban, a aquel hombre que demostró una hipótesis frente a un piano.

La noche del pasado sábado, 16 de abril, la sala principal del Teatro Real de Madrid se transformó en un sistema solar atraído por la poderosa, intensa y áurea gravedad de la música de Ludovico Einaudi (Turín, 1955). El compositor y pianista, definido como minimalista, protagonizó un concierto en el que se hizo presente, y casi palpable, la magia de sus melodías exactas. Concierto que forma parte de una gira internacional con dos paradas más en España: mañana martes en Bilbao y el 18 de julio en Barcelona.

Esperaron los instrumentos, sobre el oscuro escenario, a que dieran las ocho de la tarde. A que pudiera dar comienzo el Big Bang sinfónico y ordenado. Uniformados por el color de su ropa, se encaminaron primero Federico Mecozzi, Redi Hasa, Francesco Arcuri, Alberto Fabris y Riccardo Laganà a sus vértices, seguidos de Einaudi, quien se sentó al piano de espaldas al público para, como director de orquesta, liderar el pentágono que le rodeababa.

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Un instante del concierto.

«Felices los descalzos / que conocen a ciegas / el número perfecto de la arena», escribió Juan Antonio Iglesias en su poema Capoeira (Un ángulo me basta, 2002). El lenguaje geométrico de sus versos lo comparte también Einaudi, quien ha traducido en notas las simetrías de la naturaleza en Elements (2015), su último disco. Un disco formado por doce melodías que evocan pequeños motivos, pequeños fragmentos de la vida que nos rodea y se nos olvida contemplar; preciosa actividad innata del hombre que propició el nacimiento del álbum.

«Recuerdo una lección de cuando estudiaba con Luciano Berio –contó el compositor a El País en una reciente entrevista–: un día estábamos en el campo y observábamos cómo volaban los pájaros, colocándose en esas formaciones tan variadas. Fue entonces cuando me dijo que sería muy interesante transcribir ese vuelo de los pájaros a una partitura para hacerla música». Y eso hizo. Hablar con música de los cuatro, de los infinitos elementos.

Pese a que con Elements se inició el concierto, éste avanzó recorriendo, con esa característica cautela de su música que se hace fuerza exultante, discos anteriores de Einaudi como el emocionante y conocido In a time lapse (2013). Tras los instrumentos y sus artesanos, que no portaban partitura alguna, una pantalla acompañaba el sonido con  abstractas y evocadoras imágenes; minimalistas, quizás, como se le suele definir al compositor italiano. En mitad de la implosión sonora, pues la obra de Einaudi es siempre centrípeta, sus cinco músicos abandonaron silenciosos el escenario y una luz cálida se proyectó sobre él. Tocó entonces Nuvole bianche y Una mattina, uno de los momentos más intensos y evocadores. Y, aunque tras los aplausos regresaron para tocar tres piezas más, hubo un final irrepetible: Experience. Un final que, como la muerte de una estrella, extasió y expulsó el alma del cuerpo de todos los espectadores. Porque sus manos, durante todo el concierto, pero especialmente a su término, aplaudieron embriagadas de entusiasmo. Dos horas de precisa matemática sensitiva. Y una proposición que afirma una verdad demostrable: Ludovico es emoción. La resolución del teorema Einaudi.

Andrea Reyes de Prado

«Lo que permanece lo fundan los poetas» (F. Hölderlin).
Humanista, curiosa, bibliófila, dibujante y extemporánea.

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