‘El crítico’, de Juan Mayorga: El verdugo como maestro

El crítico, de Juan Mayorga.
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La figura del crítico cultural ha venido proyectando tras de sí una larga y tenebrosa sombra desde que el mundo es mundo –o, al menos, desde que hemos tenido a bien comenzar a poner el arte en valor–. Habitualmente se le imagina huraño, malintencionado, en constante búsqueda de esa mínima tara en la estructura del edificio que le permita, muchas veces con escasa o nula educación, echarlo abajo de un soplo. Un derribo que, para más inri, tiene lugar siempre ante la mirada de todos; como si el crítico buscase regodearse en su astuta detección de un error para, más ancho que largo, echar por tierra públicamente la futura carrera de un pobre –y lacrimoso– artista en ciernes.

Dicha mala reputación, fundamentada en dichos torpes clichés, ha terminado por encorsetar a estos individuos que tienen la opinión por empleo en trajes que ya no hay quien les quite de encima: escritores de pluma pobre, músicos de oído flojo, pintores de trazo grueso; supuestos artistas frustrados que, incapaces de levantar lo propio, han terminado por convertir su opinión del trabajo ajeno en sustento vital. Probablemente al cinéfilo le acuda con facilidad al recuerdo aquel crítico de cocina pálido y ojeroso, arrogante y soberbio, de nombre Anton Ego, personaje de la exquisita Ratatouille (Brad Bird, 2010), con seguridad la más interesante –por satírica– representación vista en una pantalla de cine de la tóxica relación que acostumbra a darse entre críticos y artistas.

Partiendo precisamente de la toxicidad de dicho vínculo, la pieza dramática El crítico, del dramaturgo Juan Mayorga, filósofo de formación que apela siempre a Benjamin y Brecht como principales mentores, pretende poner de relieve aquello que tienen de antagónico los dos únicos personajes que transitan las tablas –Scarpa, dramaturgo, y Volodia, crítico teatral, interpretados con grandiosa fiereza por Pere Ponce y Juanjo Puigcorbé, respectivamente– para jugar al intercambio de roles: Volodia, acostumbrado a avistar el escenario desde la negrura del patio de butacas, deberá enfrentarse esta vez en el ring –de forma casi literal– a Scarpa, cuyo trabajo, lejos esta vez de los focos, será cuestionado en la intimidad penumbrosa de una sala de estar cercada por libros, único escenario de la obra, por su mayor maestro y verdugo. Jugar a ser “el otro” para, precisamente en la deconstrucción de sus oficios, otorgarles verdadero sentido: Scarpa será retado por Volodia a escribir él mismo la crítica de su propia obra teatral; Volodia, por su parte, deberá interpretar brevemente a un personaje de la obra escrita por Scarpa.

El dramaturgo Juan Mayorga.
El dramaturgo Juan Mayorga en una imagen de archivo.

A través de esta propuesta metalingüística, en tiempo real y sin elipsis alguna, Mayorga desentraña en El crítico, mediante la confrontación y los claroscuros de sus dos personajes, cara y cruz de una misma moneda, todas las grandes cuestiones de fondo que atañen al fenómeno teatral: la distancia entre la representación del texto que sueña su dramaturgo y la definitiva puesta en escena que termina articulando el director; el personaje –ideal– soñado por quien escribe frente al intérprete –terrenal– que termina otorgándole un cuerpo; los sentidos y emociones pretendidos por el autor durante el proceso creativo frente a los percibidos por el público una vez tiene lugar la representación. Y, en primer término, el diálogo tan profundamente fructífero que, para bien o para mal, tiene lugar realmente entre quien crea y quien juzga; la importancia fundamental del primero para la reflexión del segundo, y del segundo para la acción del primero; la presión por encontrar la verdad de una disciplina artística que por desgracia, según Volodia, o peca de pretenciosa o se limita a la fácil distracción.

Cartel de la representación de "El crítico".
Cartel de la representación dirigida por Juan José Afonso.

Ponce y Puigcorbé, bajo la dirección de un Juan José Afonso formalmente austero, que confía la representación a sus intérpretes y a la detallada escenografía de Elisa Sanz, enfrentan sobre las tablas, desde la ficción, el significado de las propias tablas, de la propia ficción. “Odio las obras de teatro que hablan de teatro”, sentencia Volodia, crítico temido por todos, a escasos minutos de haber dado comienzo la función. Nosotros, en la penumbra, nos giramos al momento para mirar sobre nuestros hombros, temerosos de estar siendo escrutados por algún crítico huraño y malintencionado, allí detrás, bajo este escenario.

Y es entonces cuando, subyugados por la metaficción de Mayorga, sentados en la oscuridad del teatro, alcanzamos a vislumbrar su verdadero sentido.

 

Esta obra del dramaturgo Juan Mayorga se estrenó en enero de 2013 en el Teatro Marquina. Está disponible al completo para su visionado en el Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música (CDAEM).

Pelayo Sánchez

Escribidor busca perder el miedo a la página en blanco.

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