Un instante para correr y ponerse a salvo, para derribar un avión y contemplar la inmensidad del mar. Un instante para alargar la mano y salvar una vida, para coger aire antes de que el agua lo sumerja todo. Un instante para pensar, para sentir, para luchar, para presentar la inmensidad de un tiempo que desaparece como en esa habitación de Interestellar (2014) o que se dilata y se comprime en una oscura y caótica realidad como en El caballero oscuro (2008) u Origen (2010).
El verdadero protagonista del décimo largometraje de Christopher Nolan (Westminster, Reino Unido, 1970) es ese irreverente tiempo que a veces se detiene o se alarga y otras se convierte en un suspiro. Con un guion sin apenas diálogos, el director pone de relieve la abrumadora situación en la que se encuentran los británicos a través de las imágenes y los efectos de sonido que convierten a Dunkerque en una experiencia angustiosamente real.
El largometraje nos sitúa en mayo de 1940 en una playa francesa donde cuatrocientos mil soldados británicos, atrapados entre el mar y las tropas alemanas, intentan regresar a su patria. Sin embargo, la huida no es tan sencilla ya que los alemanes atacan por tierra, mar y aire. Mientras la Royal Air Force envía efectivos para intentar defender los barcos que van a llevar de vuelta a los soldados, las autoridades británicas mandan cientos de embarcaciones civiles para evacuarlos.
Dunkerque, consciente de su grandeza, desglosa este acontecimiento histórico para mostrarlo en su forma más sencilla y delicada, pero también más demoledora. No es una cinta bélica al uso ya que bajo sus imágenes no se esconde el relato de una batalla o de una victoria, sino que se desvela una historia de supervivencia.
La concentración de un piloto, la tragedia que se vive en el mar, la desesperanza de quien intenta salir con vida de una playa que parece no querer que la abandonen, el miedo a morir en el siguiente ataque, la valentía de quien busca hacer algo por esos desesperados soldados que no logran escapar… Todo ello son emociones y sensaciones que se abren paso en Dunkerque a través de los gestos y la música.
La mirada perdida del debutante Fionn Whitehead contrasta con lo que reflejan los ojos de Tom Hardy o la esperanza contenida que muestra el rostro de Mark Rylance. Harry Styles personifica la lucha por sobrevivir en su estado más puro, mientras que Cillian Murphy representa el lado más trágico de las guerras.
El metraje no permite el lucimiento del elenco porque el cineasta se centra en las emociones. No obstante, eso no ha impedido que actores como Whitehead o Murphy destaquen por la calidad de su actuación. En una película sin apenas diálogos, la expresión corporal proporciona mucha información y Whitehead ha dado la talla. Por su parte, Harry Styles, que ha estado en el punto de mira de los medios de comunicación estos últimos meses, ha superado la prueba con buena nota.
La gran fuerza visual del metraje habla por sí sola. Sin embargo, la historia no impactaría tanto sin la música que lo acompaña, una música que es capaz de alterar el ritmo cardiaco de los espectadores con muy pocos acordes. El compositor Hans Zimmer introduce el sutil tic tac de un reloj y la angustiante melodía de unos violines en una banda sonora espectacular que completa y magnifica las imágenes, otorgando a la cinta una dimensión más profunda y desgarradora.
La desesperación, la obstinación, la sensación de verse desbordados y la lucha constante de quien no se rinde se palpan en una obra en la que el tiempo y el espacio desaparecen. El cineasta muestra tres escenarios (tierra, mar y aire) que comparten emplazamiento, pero que se mueven en un tiempo distinto. Tres historias que culminan en un instante, en un milagro, y que nos muestran la paralizante sensación de quien se enfrenta al abismo. El uso de estos escenarios no es más que un artificio del director para depositar en el espectador una sensación de desasosiego constante.
Dunkerque es una epopeya demoledora, intensa y angustiante. Es, ante todo, una obra maestra contenida en el aliento detenido del que lucha por sobrevivir, aliento que deja ver, en tan solo ciento siete minutos, el vacío, la incertidumbre y la esperanza en su estado más puro.