Desde que el COVID-19 irrumpió en nuestras vidas, los museos trasladaron su actividad a la red. El confinamiento ha supuesto nuevos retos, pero también ha dado pistas sobre el futuro de la comunicación digital.
Van a dar ya las 10, y, como cada día desde hace meses, Javier entra en Instagram y empieza con el directo. No recuerda las veces que lo ha hecho ya, pero sigue siendo emocionante ver los corazones flotar hacia la parte superior de la pantalla, cada uno de ellos el golpe de pulgar de un amante del arte. Javier Sainz de los Terreros es el responsable de redes sociales del Museo del Prado, y sus directos son tan famosos que ha concedido más de dos y tres entrevistas a los medios. Sus explicaciones diarias de una obra o una sala entera del museo son sus pequeñas gotas de divulgación y promoción.
Entonces llegó el COVID-19. Y los museos tuvieron que cerrar. Y con ellos todas las instituciones que en España son los motores de la cultura y el arte, los custodios del patrimonio y los responsables de que lleguen al mayor número de personas. Los pasillos de los museos quedaron vacíos, las obras de arte desamparadas sin recibir la mirada curiosa de los cientos de visitantes que antes deambulaban por ellos. Pero los directos continuaron.
“Aunque en lo digital habíamos estado muy activos, había que dar la sensación de que estábamos más abiertos que nunca”, explica Javier. Fue así cómo las redes sociales se convirtieron, nunca mejor dicho, en enlaces entre instituciones y público. No solo fue el Prado el único que intentó mantenerse activo: la red se llenó de arte y de cultura. Se abrió el acceso a las digitalizaciones de archivos y bibliotecas, el Teatro Real ofreció sus óperas grabadas durante un tiempo limitado por su página oficial… Pero sobre todo se llenaron las redes de arte.
El Museo Sorolla es un buen ejemplo de ello. La Casa Museo, rodeada por un maravilloso jardín, es una de las joyas museísticas de la capital. Como no se podía disfrutar de la intimidad de su maravilloso jardín ni de los cuadros del pintor valenciano decidieron trasladar a redes sociales el recorrido del museo. “Una especie de visita virtual, cada día una obra, empezando por la primera que te encontrarías si el museo estuviera abierto”, explica Sonia Martínez Requena, que ha trabajado de comunity manager del museo desde principios de este año.
Los museos también aprovecharon para apoyarse mutuamente. La pandemia nos mantenía lejos, pero hacíamos lo que fuera por estar cerca
Estas solo fueron algunas de las iniciativas que se vieron durante los largos meses de confinamiento, pero los museos también aprovecharon para apoyarse mutuamente: tú me mencionas a mí, yo te nomino a ti. Desde la Subdirección General de Museos Estatales se promovieron ese tipo de interacciones entre museos de distintas partes de España: desde el Museo Cerralbo, a la Casa Museo del Greco. No era extraño ver este tipo de colaboraciones entre los miembros de la Red de Nuestros Museos, que así intentaban crear red y apoyarse unos a otros. La pandemia nos mantenía lejos, pero, unos por otros, hacíamos lo que fuera por estar cerca.
Y ya si nos vamos al panorama internacional se pone aún más de manifiesto la capacidad de unión de las redes durante el COVID-19. Desde el Getty Center, en Los Ángeles, y bajo la etiqueta de Arte en Cuarentena, se invitó a que la gente desde sus casas recreara algunas de las obras más famosas de la Historia del Arte: un Van Gogh improvisado en el salón, una Mona Lisa con Mascarilla, un fresco románico hecho con la toalla de la ducha. Más tarde, en mayo llegó la Museum Week. La feria internacional de museos, galerías y bibliotecas, que en la edición de 2020 se trasladó también a internet. Cada día de la semana proponía un hashtag distinto: #héroesMW, #culturaencuarentenaMW, #tecnologíaMW…
La temida digitalización
Con todas estas iniciativas, la sinergia de redes y arte se convirtió en salvavidas de quienes más sufrían el confinamiento y la soledad. Fue una veta de oro para explotar todo el potencial de los recursos digital y las redes, así como la creatividad de aquellos que estaban en su casa. No obstante, también ha abierto un mundo de posibilidades de cara al futuro.
Casi un 20% de los museos del mundo no cuentan con profesionales dedicados a las actividades digitales
Que la digitalización es ineludible es un secreto a voces, y para un sector prácticamente analógico como es el de la cultura, esto puede ser traumático. Y si no que se lo digan a la industria editorial. Hasta antes de la llegada del COVID-19, los museos parecían haberse estancado en su camino a tener lo que Marta Pérez Ibáñez, experta en gestión cultural, llama una naturaleza híbrida: a la vez digital y analógica. La realidad es que, según datos del Consejo Internacional de Museos, la mayoría de estos apenas dedica una décima parte de su presupuesto en comunicación digital. Casi un 20% de los museos del mundo no cuentan con profesionales dedicados a las actividades digitales.
Por mucho que uno se resista al cambio, la digitalización se ha convertido en un valor añadido. El estudio sobre el uso de la tecnología en museos que realizó la Universidad Rey Juan Carlos en 2019 se refiere a ello como un “factor de diferenciación y ventaja en el panorama del mercado cultural”. ¿Por qué no se invierte tanto en algo a todas luces imprescindible?
Lo cierto es que en España hay mucha distancia entre grandes museos nacionales y galerías más modestas. Como cuenta Ana Carro Rosell, presidenta de la Asociación Española de Museología, no hay comparación entre las posibilidades de unos y de otros. A pesar de ello, se empezaba a transitar hacia un modelo de museos inteligentes, y el Prado se encuentra todavía en la vanguardia desde 2013, año en que comenzó su acuerdo con Samsung.
Las pantallas se han metido en nuestras vidas de forma tan sutil y a la vez permanente que no nos sorprendía encontrarlas en el recorrido de una exposición, o bien aportando más datos sobre la obra o proponiendo un juego interactivo. Lo mismo sucede con los códigos QR que, a pesar de haber estado algo olvidados, han dado un paso al frente en todos los sectores por culpa de la situación de la pandemia. No es raro tampoco que alguno se lanzase incluso a usar la realidad aumentada y poder así vivir el arte de forma inmersiva.
Por no hablar de las aplicaciones: el Guggenheim de Bilbao ya había cambiado las audioguías por apps, e incluso se crearon aplicaciones como “la Ventana Abierta”, fruto de una colaboración entre Orange y el Reina Sofía para adaptar las exposiciones a personas con autismo. Pero ese fue solo el principio. Se estaba abriendo la posibilidad de llevar al museo en el bolsillo.
El máximo exponente de esto son las visitas virtuales. Han sido también las protagonistas durante la pandemia. Acompañando al trabajo diario de comunicación digital, las páginas web de los museos fueron el último nexo entre las cuatro paredes entre las que se pasaba el confinamiento y los pasillos desiertos de los museos. La pantalla no te permitía solo ver las obras, sino recrear la experiencia de la visita: recorrer las salas, contemplar los cuadros expuestos, dar giros de 180 grados… tener al alcance de la mano, en pocas pulgadas, la enormidad de los museos más grandes del país, e incluso desplazarte a lugares recónditos. Perderse por las salas del Castillo de Pszczyna, en Polonia, está solo a un clic de distancia.
Cultura post pandemia
El mundo de la cultura es incierto y ninguno de los profesionales de museos se atreve a predecir el futuro. En junio los museos abrieron de nuevo sus puertas, pero no hay forma de saber si todos los “me gusta” que estaban recibiendo por redes sociales se convirtieron en visitas reales. Lo que sí ha provocado el confinamiento es que se ponga en el centro el debate sobre la digitalización.
Martínez Requena confiesa que el Museo Sorolla ha aprendido de la pandemia. Antes no contaban con un recorrido 360º, pero durante el verano se pusieron las pilas y en septiembre lo lanzaron al público. En ese sentido el COVID-19 ha dado pistas sobre cuáles son los siguientes pasos hacia la transformación digital. Pero no es oro todo lo que reluce. Sáinz de los Terreros explica que el Prado, el buque escuela de la cultura, prefiere prescindir de ellas. “No hemos hecho visitas virtuales porque no daban la calidad necesaria para el museo”. Al parecer, tecnologías tan punteras no son tan eficientes como los vídeos en directo que religiosamente hace cada día.
El confinamiento ha provocado que se ponga en el centro el debate sobre la digitalización en los museos
Esto no es más que una de las muchas divergencias que hay en la industria, pero la pregunta radical que deja entrever este debate sobre la digitalización es la de ¿para qué sirve un museo?
Desde el mundo del patrimonio y del arte hay posturas muy radicales. Como explica María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, desde su origen los museos se han concebido como “almacenes de patrimonio”: su único cometido es el de albergar y mostrar fragmentos históricos. La digitalización de catálogos, a veces mediante técnicas punteras como el escáner en 3D, es una muestra de esta mentalidad en la que el patrimonio solo está para ser contemplado, pero si lo puedo hacer desde la comodidad de mi casa ¿para qué ir a un museo? Este modelo es insostenible en una sociedad de consumo como la nuestra. Una ciudadanía moderna, líquida, no va a aceptar la interpretación estática, impuesta y atemporal que los museos nos dan del arte.
Ahora que estamos más atados a la tecnología que hace diez meses es necesario un giro copernicano sobre lo que pensamos que es un museo. La plataforma EVE Museos e Innovación es una de las que trabajan más activamente en esa transformación digital como gestora y asesora de museología y museografía, y sostiene que “los museos están obligados a adaptarse de nuevo, a cambiar de era”.
El problema hasta ahora de los museos inteligentes es que buscaban una interactividad que era unidireccional, dirigida, porque el patrimonio es valioso en sí mismo: un Tiziano va a seguir siendo un Tiziano por muchos siglos que pasen. Pero, como bien manifiesta EVE Museos, “en el modelo emergente, los museos ostentan también su poder a través de los visitantes, estableciendo un escenario en el que las colecciones y el público se entremezclan para crear su propia experiencia y significado”.
La digitalización y participación de los usuarios están alterando la idea que tenemos de lo que es un museo.
Estamos hablando de redefinir el museo. El COVID-19 ha enseñado la importancia del público en el museo porque, sin alguien que lo contemple, el arte no tiene significado. Un Tiziano va a seguir siendo un Tiziano por muchos siglos que pasen, pero ya no es el único índice de su valor. El público se pone en el centro. Su interpretación y participación revaloriza el arte, y no hay una herramienta más participativa que las redes sociales.
Ana Carro Rosell: “Los museos no se han parado”
Aunque invertir en digitalización es un requisito, el mundo de la cultura y los museos tiene un importante obstáculo que salvar: la escasez de presupuestos. “No podemos decir que no estemos acostumbrados a luchar contra viento y marea, pero en épocas de crisis es peor”, afirma la presidenta de la Asociación Española de Museología. Aunque los museos optimizan cada vez mejor sus recursos, por ejemplo, en materia de exposiciones temporales, no se pueden comparar unas instituciones con otras. Carro Rossell cuenta que instituciones más pequeñas, con un presupuesto prácticamente nulo, se deben enfrentar a unas dificultades mucho mayores.
Con respecto a las actividades de los museos en el confinamiento contesta que “los museos no se han parado”. Alaba la capacidad de las instituciones para llevar a cabo proyectos que visibilizaran sus colecciones. Pero no los museos también se implicaron con el mundo académico. “Se ha hecho un importante esfuerzo por dar contenidos culturales, como cursos y conferencias que se han puesto de forma viral”, explica.
Sin embargo, es escéptica con respecto a un futuro totalmente tecnológico. “Quizás esta forma de trabajar pueda acercar a un mayor público, pero para mí es una forma de promoción más que un sustituto. Una visita virtual nunca puede sustituir a una visita a la institución”, concluye con rotundidad.