El beso sin experiencia de Consuelo Velázquez

 

«Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez», dice el bolero. Pero Consuelo Velázquez (Ciudad Guzmán, 1916 – Ciudad de México, 2005), de la que se cumplen diez años de su muerte, y en 2016 el centenario de su nacimiento, no había besado todavía a nadie por primera vez cuando compuso Bésame mucho en 1940, a los diecinueve años. Nunca un beso le había palpitado en el corazón, jamás su boca sedienta de la sed de otro labio, como dijo el poeta. Y pese a la inexperiencia, escribió una de las canciones de amor más populares del siglo XX, y admirada e interpretada por cientos de cantantes: Los Beatles, Elvis Presley, Frank Sinatra, Omara Portuondo, Sara Montiel, Ray Conniff, Plácido Domingo, entre otros, y traducida a más de veinte idiomas.

 

 

La canción se convirtió en un lema sentimental de muchas mujeres que esperaban a sus maridos al acabar la Segunda Guerra Mundial. De modo que se emitía por las radios casi como un himno de amor hacia el ser querido que regresaba con vida. Pero, pese a los desastres y el existencialismo a partir de la contienda, tanto artistas norteamericanos como europeos encontraron la pasión y la delicadeza en la que llamarían Consuelito Velázquez. En poco tiempo, la mexicana ya era una celebridad con tan sólo veinticinco años, edad a la que, quién sabe, quizá Mariano Rivera, su novio entonces, ya la habría besado.

Cuando viajaba a Estados Unidos, todos los artistas del momento querían verla y fotografiarse con ella: Esther Williams, Rita Hayworth, Orson Welles, Errol Flynn, Clark Gable… Hasta que Walt Disney le puso en bandeja un contrato y ella le dijo que gracias, pero que se volvía a México para casarse con Mariano Rivera. Tuvieron dos hijos, Mariano y Sergio. Este último recordaría que su padre, al contrario que la mayoría de hombres del momento que no dejaban que sus mujeres se desarrollaran, la dejó hacer lo que quiso y la admiró hasta su muerte.

 

 

Bésame mucho, que pudo haber nacido al haberse inspirado Velázquez en una ópera del pianista español Enrique Granados, sirvió de música de fondo para muchas películas: desde la época de oro del cine mexicano hasta filmes como A toda máquina en 1951, Moscú no cree en lágrimas, que en 1980 obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera, o más recientemente en El embrujo de Sanghai, de Fernando Trueba, estrenada en 2002. Tres años antes, el bolero fue reconocido como la canción creada en español más difundida, más cantada y más grabada en el mundo. 

Quién iba a decirle esto a Consuelito Velázquez cuando a los cuatro años tocó por primera vez las teclas de un piano que le había regalado su tío, quien ya le vio a la niña un arranque fácil para tocar de oído las pocas melodías que conocía entonces, como el himno nacional. Se le asomaba entonces a Consuelito el talento de emular lo no aprendido todavía, la capacidad de transmitir lo soñado, el deseo de poder cantar un beso sin haberlo dado nunca.

 

 

Antonio F. Jiménez

Periodista. 1992. Bullas (Murcia). Vivo en Madrid y curso el máster en periodismo cultural de la Universidad San Pablo CEU. Siento nostalgia por los hombres del tiempo, como José Antonio Maldonado o Paco Montesdeoca, y por la antigua sintonía de Informe Semanal. Me gusta el olor de los caldos y el rancio de los libros viejos.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.