El pasado viernes 29 de enero, Los Punsetes revolucionaron la madrileña sala de Joy Eslava con su ironía y sus acelerados ritmos, llevando al éxtasis a un público entregado a la causa.
La banda madrileña, formada por Ariadna (voz), Jorge (guitarra), Chema (batería), Luis (bajo) y Manu (guitarra), tiene un modus operandi bien definido: tocan con una actitud de hielo, con gestos de pasividad, como si estuvieran en el salón de sus casas; indiferentes a lo que sucede entre el público. Esta actitud llega a su máxima expresión con la cantante del grupo, Ariadna, la cual se mantiene rígida y sin gesticular durante todo el concierto. “Letras que conmueven, cantante que no se mueve”, como dijo mi compañera de concierto. Esa indiferencia no quita la extravagancia en su forma de vestirse sobre el escenario. En esta ocasión, su apariencia recordaba a Helena Bonham Carter en Sweeney Tood.
Maricas fue la canción que abrió el concierto. Ariadna, con gesto impertérrito, cantaba eso de “mamá está equivocada y los libros mienten” mientras, de fondo, se proyectaba un vídeo surrealista en blanco y negro, y la gente comenzaba a venirse arriba ya en la primera canción. Hacía tiempo que no veía al público animarse así desde la primera canción. Aquello molaba, y mucho.
Seguidamente, el grupo recurría por primavera vez en la noche a su último disco, LP IV (2014), tocando Tan lejos, tan cerca. Con un ritmo frenético y sin descanso llegaba Fondo de armario, 155 y Dos policías. Este ritmo vertiginoso de canciones no había orden que lo aguantase y el desmadre conquistó la sala: los pogos comenzaban en el centro de la pista, una chica de pelo verde saltaba encima de los sillones y alguno no tardó en quitarse la camiseta en un clásico gesto de euforia y embriaguez. Todo este percal convertía en un logro olímpico la capacidad de Ariadna de mantener el cuerpo y sus gestos de la cara totalmente rígidos. Tan solo se podía apreciar, durante dos segundos, cómo se le dibujaba una sonrisa entre canción y canción.
Un momentáneo descanso llegó con Mis amigos. Era el momento para tomarse un respiro. En este descanso comenzó a sonar Los últimos días de Sodoma. Las imágenes de edificios derrumbándose se proyectaban de fondo mientras la cantante decía: “El último en caer soy yo”.
A continuación, comenzó a sonar Tráfico de órganos de iglesia. Como el Ferrari del mítico juego de recreativos Out Run que aparecía en el vídeo, la batería comenzaba a acelerar y la sala volvía a venirse arriba. Falso documental y Museo de historia natural, con imágenes de animales de fondo, mantuvieron este ritmo.
Dinero y Un corte limpio pusieron fin a esta primera parte del concierto y dieron paso al descanso mientras la banda abandonaba el escenario como si nada hubiera ocurrido. Ajenos al incendio provocado.
A los pocos minutos aparece en el escenario una imagen de David Bowie fumando, observando al público mientras suena una nota de sintetizador de forma constante. Al volver al escenario, Ariadna vestía otro traje y llevaba un sombrero en la mano, que dejaría en el pie del micrófono justo antes de empezar a cantar Malas tierras.
Posteriormente sonó Los cervatillos. Estas dos canciones comenzaban a crear un pensamiento en la mente acerca del considerable bajón que había pegado el concierto en esta segunda parte. Pensamiento precipitado, puesto que, inmediatamente después, el público empezó a escuchar “Como nadie me hace nada, no sé de quién vengarme” y volvió la euforia. Amanece más temprano fue seguida de Pinta de tarao. Y con la sala de nuevo en su apogeo llegó uno de los grandes momentos de la noche con Opinión de mierda. No sé cuántas personas habría exactamente en la sala pero sentir cómo todas esas voces gritaban junto a mi eso de “Todo el mundo quiere conocer tu opinión de mierda” fue un acto verdaderamente placentero.
En este punto de la noche ya no había marcha atrás. Tales eran los movimientos de adrenalina, los pogos y los saltos en el centro de la pista, que dabas por hecho que alguien podría morir de euforia aquella noche. Era hasta lógico que ocurriera.
El conjunto de canciones continuaba con Alferez provisional y Arsenal de excusas hasta llegar a otro de los momentos extraordinarios de la noche, cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de guitarra de Tus amigos y la Joy Eslava se cayó. Pero tal y como diría Groucho Marx, Los Punsetes querían “¡Más madera!” y cerraron esta segunda parte con Me gusta que me pegues y Nit de L´Albà, canción con la que se formó lo que yo denominaría como el ‘pogo total’. Háganse una idea.
Y así, dejando al público agotado, en estado de activación elevado, abandonaron el escenario para volver al minuto con el bis y última canción de la noche: Vaya suerte que tengo.
“Muchas gracias, sois muy majos” fueron las últimas y únicas palabras de Ariadna, y del grupo, en toda la noche antes de abandonar el escenario como si nada hubiera pasado.
Al intentar definir el concierto, me acuerdo de una escena de la película Alguien voló sobre el nido del cuco en la que Jack Nicholson, interpretando al incorregible McMurphy, en medio de un momento de euforia descontrolada con los pacientes del psiquiátrico, grita: “¡Esto es un desmadre!”. Y es que eso fue el concierto de Los Punsetes el pasado viernes, un auténtico desmadre.