DELOREAN LÍRICO

Actriz del burgués gentilhombre

La sala roja de los Teatros del Canal hizo las veces de un DeLorean lírico durante el pasado fin de semana. Se ofertaba El burgués gentilhombre, representado por la compañía Le Poème Harmonique bajo la dirección musical de Vincent Dumestre. El texto de Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, y las partituras de Jean-Baptiste Lully se llevaron a escena con la mayor fidelidad posible a el siglo XVII francés, esto es, velas de cebo y clavicordio.

Según la opinión de los expertos, El burgués gentilhombre es reconocida como la muestra más lograda del ímpetu barroco de cohonestar teatro, baile y música. El maridaje entre Moliére y Lully produjo aquí su mejor cosecha. El encargo, por parte del astro Luis XIV, tuvo su origen en la visita del que se suponía el primer embajador del Imperio otomano a la corte francesa. El monarca aprovechó la ocasión para hacer ostentación de su refinamiento y riqueza. El ridículo sobrevino cuando el tal Soliman Aga se reveló como emisario, y no como embajador insigne al que se hubiera de agasajar debidamente. Es entonces cuando, alargando la carcajada, Luis XIV encarga a la dichosa pareja la composición de un “ballet turc ridicule” dentro de una comedia. Así se suceden situaciones de enredo, amantes sufrientes, amadas deliciosas, lacayos como trasuntos, debates de disciplinas y alcahuetes ladinos. Resultado: un cristal traslúcido, porque qué aportaría mirar a través de un cristal transparente.

La trama se desarrolla en torno a un burgués adinerado y nefando cuyo principal interés es adquirir un título nobiliario y vivir como la gente de clase. Sabe que su máximo escollo es la falta de sensibilidad y cultura, de ahí que se rodee de distintos instructores que le aleccionan en la noble ciencia de las “cosas bellas”. Asimismo, se le arrima un marqués arruinado que, sirviéndose de ratimagos y estratagemas, muñe su voluntad y gorronea su patrimonio. Por otra parte, procura interponerse en los deseos de su hija núbil que, ay ignorante, desea enmaridarse con un chico sin sangre noble. Esta trama, propicia para el equívoco y lo cómico, no es simple en el sentido peyorativo del término. La ironía y la sapiencia etológica mantienen en pie unas escenas que no se refocilan en el sentido ridículo del protagonista, sino que, gracias a la simplicidad de éste, denuncia la hipocresía y la vacuidad de toda clase social. Un texto cargado de doble sentido, anti-dogmático, inteligente hasta el hartazgo, en resumen, un texto de Molière.

Los rostros enharinados, el colorete, lo cobrizo del fondo, la penumbra, la gestualidad casi mímica, la comedia dell´Arte, lo ocre… todos los detalles se aúnan en un atmósfera realmente sugestiva o, al menos, traslativa. “-Bienvenido al barroco”, “-encantado”. La utilización de los instrumentos originales del siglo XVII, recorriendo las ideaciones de Lully, hacen de la obra, en primera instancia, un inmersión cortesana, un regocijo estético con denominación de origen. No crean que, por lo tanto, sea un espectáculo destinado a musicólogos sibaritas o filólogos reaccionarios, sino una experiencia indeleble para cualquier paladar que no sea hígado, metatarso o colon. De cualquier forma sólo ha sido durante un fin de semana que ya ha acabado. Si no han tenido la fortuna de acudir y, por consiguiente, de eyacular como yo lo hice, envídienme.

 

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