NO CON LOS MARINES

Cartel de Invasión a la tierra

Invasión a la tierra es otra criatura en la recua de películas alienígenas de los últimos meses. Con una salvedad, aquí los extraterrestres no son más que tramoya en una película bélica en toda regla. Su título original (Battle: Los Angeles) era más descriptivo y coherente con el material de los guionistas Scott Silver y Christopher Bertolini, pues el más universal de Invasión a la tierra la encuadra en la línea general del género a la que no pertenece, veamos si para bien o para mal.

En la estela de Black Hawk Derribado, Jonathan Liebesman firma una película con mucho de género bélico y algo, poco, del género de visitantes ultraterrestres. Habría podido desarrollar una historia centrándose en los altos mandos del ejército, es decir, en las pizarras y las estrategias ante la invasión de un enemigo claramente superior; sin embargo, se limita a lo de siempre, a unos soldados abandonados que luchan por su vida y por volver a casa. No es esto casualidad, sino la forma idónea de elaborar el ditirambo a la marina norteamericana. Los personajes, en especial el protagonista Aaron Eckhart al que más vale quitar este sabor de boca, parecen estar aquejados de una enfermedad viral que les obliga a ser héroes de guerra cada poco. Acto seguido, con la cara cada vez más negra y ensangrentada, se dicen resollando: “los marinos nunca nos rendimos”. El desequilibrio de fuerzas se va compensado con una arrojo y un acierto que hace que Aquiles parezca un diplomático.

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El temblor en la cámara y la vertiginosidad y confusión de las escaramuzas hacen prever un ritmo hábil y de palabra justa. Asimismo, la película se vertebra en dos luchas contra el cronómetro, primero para no ser arrasado por las bombas humanas y luego para evitar quedarse abandonado una ciudad arrasada; no obstante, siempre hay tiempo para alguna que otra parrafada sentimental o moralizante. En una de las escenas, aunque parezca increíble, el sargento, aquejado por los fantasmas de una mala decisión en el pasado con el saldo de muertes ajenas, engarza dos discursos para aplaudir. Tras inculcar el espíritu estoico de la marina a un pobre niño hispano que ha perdido a su padre, se para a los dos metros y casca una arenga sentimental a sus chicos, dando a entender que daría su vida por cualquiera de ellos, y vaya si lo demuestra, no tiene otra cosa que hacer. Suponemos que esta inventiva cala en los hombres bajo su mando pues, en una escena que hemos visto hasta el hartazgo (“Oh capitán, mi capitán!), le acompañan a una muerte segura cuando él decide sacrificarse por su nación. No hace falta anotar aquí que cuando un americano habla de nación ha de entenderse la humanidad completa.

Da la sensación de que la única finalidad del filme es ensalzar a la marina americana (esos chicos que desayunan munición) tan denostada en el resto del mundo. No es complicado rastrear referencias a la filmografía que se ha ocupado de las guerras de Afganistán e Irak. Queda claro, por si había duda, de que para el ejército estadounidense el civil vale más que todos sus soldados, aunque uno fuera. Aún así, cabe preguntarse cuál es el fin de incluir a hordas alienígenas como enemigo. Lo más plausible sería subrayar el rol de la armada norteamericana como el principal bastión del mundo, de todo lo bueno. Permítanme, sin embargo, otra hipótesis de naturaleza personal e infundada: creo que el cadáver de un enemigo extraterrestre es el único que se puede patear de una forma políticamente correcta, justificable.

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