El Festival de Sevilla capea el temporal con lo mejor del cine europeo

Los últimos trabajos de autores consagrados como Cristian Puiu o Christian Petzold se llevan un festival que se ha sobrepuesto a las adversidades

Un oasis en medio de una tormenta. Así podría definirse en pocas palabras lo que ha sido la última edición del Festival de cine de Sevilla. La 17ª edición ha estado marcada, como no podía ser de otra manera, por la incidencia del Covid-19 y los problemas que ello ha supuesto en la organización y programación de todos los eventos. Nada de premieres, ni entrevistas, ni ningún acto que requiriese de presencialidad. Solo ha habido lugar para películas, solo para cine.

Tocando madera y rezando a la Virgen de Sevilla, la de la Macarena, la esperanza se mantuvo durante mi estancia en la capital andaluza. Se podría decir que parte de ella se desvaneció con mi salida, aunque eso sería decir demasiado. Más bien coincidió mi vuelta a Madrid con la imposición de un nuevo toque de queda en Sevilla ―adelantando de las 23 a las 18 horas― que trastocó por completo el festival. Tras de mí, cuatro días y catorce películas, entre ellas buena parte de la mejor cosecha del cine europeo más reciente.

Ondina, una de las mejores películas que ha dejado el festival — Los ojos de Paula Beer son los auténticos protagonistas de *Ondina*, de Christian Petzold

Las sorpresas

Empezando por lo fuerte, si hay una película que me llevo de mi estancia en Sevilla esa es Ondina (Undine, 2020), del director alemán Christian Petzold. Mitad drama realista de un triángulo amoroso, mitad relato de fantasía con fuertes raíces de mito clásico, Ondina es ante todo una historia de amor clásica situada en un contexto aparentemente actual. A Petzold siempre le ha atraído esta idea del antihistoricismo, de ambientar en la realidad algo que parece retrotraer a muchos años atrás. Si la Segunda Guerra Mundial era el “contexto” de Phoenix (2014) y En tránsito (Transit, 2018), en este film la arquitectura moderna berlinesa y la alta tecnología marina son el envoltorio para hablar de una historia de amor atemporal, marcada por la pasión y la irracionalidad de sus protagonistas, Ondina (Paula Beer) y Christoph (Franz Rogowski) al más puro estilo del melodrama de Douglas Sirk.

Por otro lado, dos películas mucho menores que Ondina, que llegará desde Sevilla a los cines el próximo 20 de noviembre, pero muy interesantes a su manera, son Naked Animals (Melanie Waelde, Alemania) y Apples (Christos Nikou, Grecia). La primera, es un drama con tintes coming of age en tanto que la totalidad de sus protagonistas son adolescentes, solo que a la directora no le importa tanto hacerles madurar como retratarlos en su esencia. De ahí el uso de una cámara en movimiento constante, siempre siguiendo a sus personajes hasta asfixiarlos y a veces moviéndose con la misma violencia con la que actúan estos jóvenes iracundos. La segunda es una sorprendente ruptura dentro de lo que se viene haciendo en el cine griego reciente, encabezado por Yorgos Lanthimos, con el que precisamente trabajó el director Christos Nikou en Canino (2009). Aunque también parta de una situación distópica como es una pandemia que ha afectado a la memoria del protagonista, Apples es una película mucho más pausada, humanista y, sobre todo, empática con sus personajes, alejada del cine de la crueldad que representa el director de Langosta (2015) o El sacrificio de un ciervo sagrado (2017).

Las decepciones

Resulta complicado hablar de “decepción” en el contexto de un festival, que se supone que es el lugar idóneo para ir sin expectativas y dispuesto a descubrir nuevos films y cineastas. No obstante, mis tres decepciones están fundamentadas en distintas razones. La primera de ellas sí tiene que ver con las expectativas, pues hablamos de Ammonite (Reino Unido), la película de Francis Lee (En tierra de Dios, 2017) que había cosechado grandes críticas en el pasado Festival de Toronto y venía de la mano de dos actrices de la talla de Kate Winslet y Saoirse Ronan. Sin embargo, es precisamente la química entre estas dos intérpretes lo que impide que Ammonite termine de echar a volar, un drama romántico imposible que se siente ya visto y, sobre todo, demasiado frío y distanciado de sus propios personajes.

'Time of Moulting' narra la vida de una desestructurada familia en la Alemania de los 70 — *Time of Moulting* de la debutante Sabrina Mertens, una película tan enigmática como problemática

Por otro lado, Time of moulting (Sabrina Mertens, Alemania) ha sido de hecho una de las revelaciones del festival para muchos, como demuestra su premio en la sección Revoluciones Permanentes. Sin embargo, para mí supone un ejemplo más del cine creado exclusivamente para festivales y crítica que termina por alejarse del público: una película pretendidamente confusa, hermética y monótona en su forma y tremendamente perversa en el fondo que se esconde detrás de ella, la de una familia desestructurada de Alemania de los 70 que esconde más de un secreto en una casa infestada de basura. Por último, y también a nivel personal, Enfant Terrible (Oskar Roehler, Alemania) se ha convertido probablemente en la película que más me ha repelido de todas. Iba con cierto escepticismo hacia un biopic centrado en un cineasta que me apasiona, Rainer Werner Fassbinder (Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, Todos nos llamamos Alí), pero mis miedos se confirmaron del todo nada más arrancar el largometraje. La vida de Fassbinder fue convulsa, polémica y marcada por episodios para el bochorno, pero el film coge todo eso y no solo lo exagera hasta la extenuación sino que convierte el retrato en caricatura a través del morbo y la obscenidad. Un cineasta como Fassbinder, por muy complicada vida que llevara, no merecía una inmortalización así.

El festival, que ha concluido con la rumana Malmkrog ―una película descrita como un eterno diálogo sobre Dios, la muerte y el futuro de la civilización europea― como ganadora del Giraldillo y la mencionada Ondina con los premios a mejor dirección y montaje, deja un sabor agridulce. Agrio por toda esta situación, por ver las salas prácticamente vacías y los corrillos al salir de las películas en peligro de extinción. Dulce porque, ante todo, la organización del festival de Sevilla ha sabido sobreponerse y porque lo ha hecho a través de la mejor manera posible a la espera de una vacuna, con lo mejor del cine europeo más reciente.