El dolor intrínseco en el propio acto de vivir y la responsabilidad que, marcada desde el nacimiento, tenemos con nuestra familia están presentes en cada plano de Cinco lobitos. La cineasta Alauda Ruiz de Azúa se estrena en el largometraje con una historia arriesgada, calificada así porque supone un reto salirse de las manidas problemáticas de las relaciones familiares y de las ficciones sobre la maternidad. Pese a ello, el prisma desde el que se refleja escapa de los típicos dramas sobre los vínculos madre-hija, aquí la naturalidad es la clave y la profundidad de la historia se condensa en cada escena.
Distintas miradas sobre la vida
Dos generaciones distintas. Las relaciones de pareja, las presiones, el dolor, la muerte y, evidentemente, la maternidad se entienden de maneras diferentes en una mujer de 60 años y en una de 35. No obstante, algo se mantiene: el vínculo materno filial. Una madre tiene que saber que la necesitas y, efectivamente, la necesitas a pesar de la edad. Amaia (Laia Costa) es una mujer que acaba de tener a su primera hija, y acude a casa de sus padres cuando su pareja se marcha por trabajo. Amaia busca el refugio de su madre (Susi Sánchez) cuando se da cuenta, tras una caída de la pequeña, de la verdadera trascendencia que tiene convertirse en madre.
Pero, también llega el momento en el que los hijos se convierten en padres de sus padres. Otra caída revierte el sentido de la película, Amaia madura y encuentra respuestas a mayor velocidad. Una escena en el pasillo del hospital nos retrata el cambio, ¿quién empuja “la sillita” ahora? Mientras, un padre (Ramón Barea) que parece ajeno a todo lo que ocurre. Las mujeres son las que asumen el rol de cuidadora durante todas sus etapas vitales, primero los hijos, después los padres.
La dedicación y el sacrificio por los otros son un obligación durante toda tu vida, nunca dejas de ser madre, nunca dejas de ser hija. Pese a que corría el riesgo de haber sido un drama forzado, Laia Costa y Susi Sánchez no son actrices interpretando personajes, son directamente la piel de Amaia y Begoña, la de muchas madres e hijas de nuestro país.
Por otra parte, los personajes secundarios también están excepcionalmente bien escritos. Ramón Barea y Mikel Bustamante son un apoyo fundamental, la parte masculina que ayuda a ensalzar la figura femenina y que muestra de forma análoga el cambio que los hombres ha sufrido en los últimos años. Del marido ausente pero con aire compasivo y victimista, a la pareja comprensiva, expresiva y voluntariosa.
Otro protagonista es el llanto. Las lágrimas brotan de Laia Costa constantemente. Primero, lágrimas de felicidad, después, desesperación, dolor, angustia y pérdida. De alguna manera, el lloro de Amaia hila la historia, las distintas fases vitales que encajan entre las suyas y las de su madre. La última secuencia aúna todas ellas y ese llanto es el final de una etapa y el comienzo de otra.
Realmente, las distintas fases de la vida no distan mucho de unos a otros. Sin embargo, siempre imaginamos utopías en las que todo podría ser mejor. “Todas esas vidas que no vives son siempre perfectas, ideales”, pero hay que jugar las cartas que tenemos y valorar nuestro tiempo. Cinco lobitos ahonda en muchos temas: la muerte, la responsabilidad, los vínculos frágiles y a su vez irrompibles de la familia, la pareja, la infidelidad, la madurez… Pero, el mensaje que desprende es el del tempus fugit, el del carmpe diem, porque a veces somos felices sin saberlo y, quizás, de tanto soñar con otra vida nos perdamos la nuestra.