Cinco de la tarde en la calle Abades del barrio de Lavapiés. Un puñado de gente se empieza a aglutinar ante el portal nº 24. ¿Una reunión de vecinos tal vez? Podría ser, puesto que han sido citados en la antigua casa de la portera del edificio. Sin embargo, sus intenciones nada tienen que ver con arreglar los problemas comunitarios. Ni siquiera viven allí y muchos de ellos no se conocen entre sí. Sólo hay una explicación válida. La antigua portería ya no existe y en su lugar nos encontramos con una asociación de artistas, La casa de la portera, creada hace escasos dos meses por el escenógrafo Alberto Puraenvidia y José Martret. Los que ahora atraviesan su umbral son los espectadores de Iván-Off, versión actualizada de la ópera prima de Chéjov a cargo de Martret.
El público asistente –no más de 22 personas por función-, después de depositar abrigos y bolsos en el recibidor/taquilla de la entrada, todavía sorprendido por el inusual escenario en cuestión, se empieza a deslizar por el estrecho pasillo bajo la mirada atenta de las bizarras criaturas pictóricas del artista Roc Alemany. La primera parada, una de las habitaciones de la vivienda en la que se encuentra el deprimido Iván. Sentados a su alrededor los asistentes se convierten en testigos de primera mano de la enorme inapetencia existencial de un personaje que, hastiado de su vida al lado de una mujer que agoniza de cáncer, siente repugnancia hasta de sí mismo. Raúl Tejón cede su fornido cuerpo y su talento interpretativo a este ser que despierta más antipatías que simpatías. A su lado, un reparto de ocho artistas que nos regalan una experiencia inolvidable a base de miradas e interpelaciones con las que te hacen cómplice de los acontecimientos. A destacar la vis cómica de Germán Torres (Carlos Leyva),Maribel Luis (Silvia Leyva) y, en especial, de Cristina Fenollar en la piel de una desternillante Doña Bárbara (provisoriamente en sustitución de Rocío Calvo, actriz que da vida regularmente al personaje) que despertó, en varias ocasiones, las carcajadas de los presentes.
Al buen hacer de los actores a la hora de incluir en el texto chascarrillos dirigidos al público y que hacen más vivencial la experiencia, se suma el hecho de que la acción transcurra en dos habitaciones diferentes. Así, el público va siguiendo a los personajes –sándwich y pepinillos como tentempié incluidos-, del despacho de Iván a la casa de la familia de la que el protagonista es deudor, los Leyva, según lo va requiriendo el desarrollo de la historia.
El resultado, más que satisfactorio. Martret ha conseguido condensar en dos horas y media el espíritu de los personajes de Chéjov con esta fresca adaptación en la que la puesta en escena y el formato teatral –como una especie de Microteatro por Dinero en versión extendida- juegan mucho a su favor.
Iván-Off es una de las cuatro obras que se pueden ver en La casa de la Portera, iniciativa teatral que por ahora, en sus primeros pasos, ya cuenta con el beneplácito del público. El reto, mantenerse en buen estado de salud para que podamos seguir colándonos durante mucho tiempo en las vidas de personajes como Iván.