La soportable comicidad del drama

Cartel del espectáculo

“No sé si reírme o echarme a llorar”. Una sensación tan humana como necesaria, que nos lleva a la carcajada frente a la mayor de las tragedias. Un sentimiento tan inevitable como antiguo. Éste parece ser el leiv motiv de Declan Donnellan y Nick Ormerod (los fundadores, en 1981, de la compañía britanica Cheek by Jowl) en su última producción, ‘Tis Pity She’s A Whore (Lástima que sea una puta) que se representó en el Matadero hasta el pasado sábado. La obra vuelve a ser un clásico, pero esta vez los ingleses no han escogido a Shakespeare, sino a un autor mucho menos conocido, John Ford (y me refiero al escritor Jacobino, no al director de cine americano) para poner en escena un drama de pasiones, incesto, asesinatos, chantajes… y amor. Porque hay amores que matan.

 

Sin embargo, el montaje tiene un enfoque distinto al que pueda esperarse en un principio: nada de melodramas, culebrones o tensión añadida. El texto de por sí abastece de todo el conflicto necesario; el trabajo de Donnellan consiste en llenarlo de vida. Y en la vida, a veces nos reímos por no llorar. Un momento del espectáculo

Así, la obra está plagada de momentos cómicos y referencias modernas (Annabella, sin ir más lejos, podría haber salido de la última campaña de Loewe.) El idioma tampoco es un problema; el público se siente partícipe de la acción en todo momento, gracias, entre otras cosas, a pequeñas miradas de unos actores soberbios (actores británicos, debería decir) que expresan lo que los sobretítulos no son capaces de decir.

Como siempre, Cheek by Jowl hacen gala de una energía inacabable que mantiene la escena siempre en acción, bien sea mediante números musicales propios de Mamma Mía, o mediante escenas que no se ven, sino que -peor aún- se imaginan, haciendo que los espectadores se revuelvan en sus asientos.

Racionalmente, resulta imposible entender cómo lo hacen. Con todos mis respetos al teatro patrio, del que hay mucho y muy bueno, el montaje de ‘Tis Pity She’s A Whore estaría destinado a la horterada más absoluta de haber sido una producción española. Pero a ellos les funciona. Y el público lo agradece. Aunque no sepa decidirse entre reírse o echarse a llorar. 

 

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