Ver para creer
Hasta ahora, las luces encendidas en un concierto siempre habían significado que se acababa la diversión. Cuando encendían las luces, todo el mundo daba por hecho que no iba a haber más bises. El lugar, entonces, comenzaba poco a poco a vaciarse. Lo bueno llegaba a su fin. Sin embargo, la pandemia ha cambiado muchas cosas en el mundo de la música en directo y, al menos para Bryan Adams, el significado de unas gradas completamente iluminadas ha cambiado por completo.
«Encended las luces» pedía continuamente el artista a los técnicos el pasado martes, 1 de febrero, cuando se dirigía al público madrileño en el concierto que forma parte de su gira europea So happy it hurts. «No me puedo creer que volvamos a estar aquí reunidos», repitió en varias ocasiones, chapurreando español con bastante soltura, y añadiendo al respecto (ya en inglés, eso sí) «soy canadiense, ¿qué esperábais?».
Cuando acababa de hablar y se preparaba para comenzar a cantar, solía interrumpirse tras un par de acordes de guitarra. El estadio había vuelto a quedar a oscuras, iluminado únicamente por las luces rojas, azules y moradas que acompañaban tanto a sus baladas como a sus canciones más enérgicas. ‘No, no, encendedme la luz. Quiero ver a mi público’, volvía a pedir Adams, y así tocó muchas canciones, incluidas varias de las peticiones del público.
El ambiente que se creaba era extraño, sí, como el de un concierto que ya ha terminado o que no ha llegado a empezar. No obstante, Adams tenía razón en algo: era increíble el estar allí, después de tanto tiempo, compartiendo estadio con miles de personas, cantando al unísono por fin de nuevo. Tanto que era necesario ver para creer. Adams fue que dejó claro que no terminaba de hacerse a la idea de que por fin estuviera ocurriendo.
Un concierto de clásicos
No obstante, a pesar de su recurrente petición de encender las luces, el concierto también contó con las típicas escenas que se producen cuando suena una balada. Todas las gradas se sumieron en la oscuridad y miles de linternas de teléfono móvil (y algún que otro mechero nostálgico) se movieron al ritmo de las múltiples baladas de Adams. Desde Shine a Light hasta la mítica Please forgive me, pasando por All for love, canción que Adams interpretó junto a Sting y Rod Stewart y que formó parte de la banda sonora de la película Los tres mosqueteros (1993).
Por supuesto, tampoco faltó el emblemático Summer of 69, que todo el estadio bailó, eso sí, sin poder moverse de su asiento. A pesar de ello, Bryan Adams afirmó «es un poco raro, pero no pasa nada, yo os quiero igual».
Fue, en definitiva, un concierto en el que destacó la conexión entre el artista y el público. Se hacía evidente que todo el mundo quería recuperar el tiempo perdido, saciar las ansias de concierto y, sobre todo, verse. Verse cantando, bailando los mismos temas bajo el atípico (y por una vez mágico) ambiente creado por las luces encendidas.