Enigma humano sobre fondo blanco. Muy blanco. Uniforme, sinuoso e inmenso. Un impacto insospechado para la pupila, que halla luz y amplitud donde pensaba ver sólo oscuridad. La oscuridad que desentraña, recrea y muestra El Bosco (1450-1516), pintor de nuestros demonios y vidente de nuestra salvación.
El Museo del Prado celebra, un mes después de su inauguración, el éxito de El Bosco. La exposición del V centenario, un devoto homenaje en forma de monográfico que puede visitarse hasta el comienzo de septiembre. 2016 está siendo año de aniversarios, y éste, para el Museo del Prado, era uno muy esperado: hace nueve años que Holanda y España comenzaron a pensar e idear esta exposición, que ha cobrado vida con las catorce obras que se han traído desde Lisboa, Londres, Berlín, Viena o Los Ángeles y las ocho pinturas que viven aquí, tanto en el Museo del Prado como en el Museo Lázaro Galdiano.
Muchas horas de embalaje, viaje y también montaje, pues la presentación debía estar a la altura del acontecimiento. Gran parte de las pinturas y dibujos de El Bosco son un revuelo de personajes, tramas y sub-tramas sumidas en un horror vacui equilibrado; un mundo caótico para sus protagonistas pero armonioso para la obra de arte que, sin saberlo, componen. Así es la exposición: profundamente armónica en el caos que, como un dios, crea su artista. El suelo madera mate y las paredes, tenues, hacen bello contraste con las predominantes tonalidades tierra de las obras, sobresaltando en un primer momento al visitante, quien se irá dejando mecer, mirada a mirada, a lo largo de las siete secciones del recorrido en manos del universo bosquiano.
Por una sinuosa senda alabea se abre El Bosco y S’-Hertogenbosch, inicio de la exposición y de la propia vida de Jheronimus van Aken, verdadero nombre de quien creó una iconografía propia y decidió modificar el rostro de su voz al firmar las obras, las cuales, sin embargo, no fechaba. Esto ha sido siempre un motivo de incertidumbre y debate para estudiosos y catalogadores pues, aunque pueda intuirse un camino, jamás puede darse nada por sentado en el arte. «El azar es el seudónimo de Dios cuando no quiere firmar», dijo con ingenio el escritor Anatole France. El Bosco no ocultaba su identidad, pero hay algo de azar ordenado en sus obras. Sus óleos más conocidos no dejan de ser recreaciones, avisos de lo que puede sucederle al hombre si se deja llevar por las pasiones y los vicios, siendo uno de los mejores ejemplos el Tríptico del carro de heno.
Hay algo de azar ordenado en las pinturas de El Bosco.
Pero antes de la lujuria está la fe. Tras la breve e intensa dedicatoria a la ciudad de S’-Hertogenbosch, se suceden Infancia y vida pública de Cristo y Los santos, segunda y tercera secciones de la exposición. Dos temas destacan en ellas: la Adoración de los Magos y las tentaciones de san Antonio abad, que El Bosco reformula y versiona en busca del mejor gesto, la mejor granada maldita, la tentación última que acecha con fauces a veces inmateriales.
Por curvas de hueso se llega Del paraíso al infierno, cuarto vértice, donde se encuentra El carro de heno o las inescrutables y poderosas Visiones del Más Allá, que arrastran en ellas, como en muchas otras pinturas, la devotio moderna, corriente mística de pensamiento de gran fuerza en época del pintor. Miles de figuras humanas, animales y vegetales se embriagan, unos pasos más adelante, en El jardín de las delicias, sección que coincide con el título de la mayor obra de El Bosco. Para ella sola la sala, imponente y triunfal, con su espalda al descubierto; La Creación del mundo. Tres marcos verticales que comprimen la vida humana y su perdición. Y dos reproducciones –una radiografía y una reflectografía infrarroja– donde poder curiosear y descubrir, buscando las más de siete diferencias, los cambios que una mano precisa y enigmática realizó sobre sí mismo.
Porque El Bosco también era humano. El mundo y el hombre: pecados capitales y obras profanas es el sexto apartado, intimidante, que contiene grandes títulos como la Mesa de los Pecados Capitales, circular y cíclica, o La extracción de la piedra de la locura. Se escuchan gritos en el silencio puro de las salas. Gritos que provienen de los lienzos y sus historias, universales y congeladas en un instante de óleo. El cuerpo se encoge, fascinado, ante los demoníacos rostros y la desnudez del alma humana cuando se corrompe.
Algo que se repite, que sucede, dentro del caos misterioso de su pintura. El enigma del hombre y su caída.
Regresa para terminar, en una exhalación, la temática religiosa con La Pasión de Cristo, última escala del monográfico. Los cuadros miran al espectador, interpelándole, hablándole. Sigue mi ejemplo, sé noble y sé honesto. Menos figuras, más calma alrededor de las figuras. Fíjate en mí, estuve aquí por ti. Sólo existen siete pecados, pero conviven en ti infinitas virtudes. Busca y alcanza la bondad. Paseante que quisiste descifrar a El Bosco, ahora marchas, habiéndote colado en un universo ajeno a ti pero que es tan tuyo. Habiendo espiado el infierno y pisado con los ojos el paraíso. Ten cuidado no caigas, no acabe en tropiezo tu temerario salto, cayendo sin ya remedio al infinito abismo de la Mesa heptagonal.
Información práctica:
El Bosco. La exposición del V Centenario
Museo Nacional del Prado. Sala A, B. Edificio Jerónimos
Hasta el 11 de septiembre de 2016
De lunes a sábado de 10:00 a 20:00 h. Domingos y festivos de 10:00 a 19:00 h
Entrada general: 16 €. Entrada reducida: 8€
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