Oscuridad, vacío, soledad e inquietud, son algunos de los sentimientos que transmite Letter to a man, última producción del director de escena norteamericano Robert Wilson, protagonizada por el emblemático bailarín letón, Mikhail Baryshnikov (Riga, 1948). Se estrenó en los Teatros del Canal de Madrid el pasado 12 de mayo tras su premiere en el Festival de Spoleto en julio de 2015, y el público madrileño podrá disfrutarlo hasta el próximo 15 de mayo.
Y es que, ante todo, esta producción es sentimiento puro, muy alejado del clasicismo que el público general suele asociar a Baryshnikov. Una obra puramente Wilsoniana en la que se explora la vida del mítico bailarín ucraniano, Vaslav Nijinsky. Todo un referente en el mundo del ballet, que rompió todos los moldes y que, además de ser reconocido por la calidad de su salto, también lo es por lo innovador de sus coreografías. Así, tomando como referencia su Diario, Baryshnikov retrata a un joven de 29 años que está a las puertas de la esquizofrenia. Un muchacho triunfador, pero sumido en una tremenda depresión debido a su tortuoso romance con el mecenas y promotor de los Ballets Rusos, Sergei Diaguilev.
Una relación que para Nijinsky, según su Diario, era enfermiza. En ella, el poder tuvo mucha repercusión, ya que Nijinsky era un pobre chico que prácticamente no llegaba a la veintena, y el empresario ruso, ya en la cuarentena, hacía con él «lo que quería» y le «pervertía» a su antojo.
Un texto en el que se hacen patentes los crecientes problemas psicológicos del bailarín, cuyo ánimo oscila entre la manía persecutoria, los delirios de grandeza, la búsqueda de la felicidad y el bien mundial. Un libro en el que el emblemático bailarín trata temas de gran profundidad y calado como la religión o la política, aunque también hay pasajes más oscuros y tenebrosos dedicados a la sexualidad y la muerte.
Con este material, Wilson ha montado un delirante espectáculo, de una hora y diez minutos de duración, en el que los pasajes se suceden de forma inconexa y repetitiva, algo que algunos de los asistentes lamentaron, pero que es un reflejo perfecto de lo que es el Diario de Nijinsky. Las transiciones son rudas, violentas, casi desgarradoras como el libro mismo.
Varias voces hablan, prácticamente no se callan en toda la función; son las voces de Nijinsky, sus temores, sus fantasmas. La femenina pertenece a la coreógrafa Lucinda Childs, encargada de todos los movimientos de esta obra, aunque luego hay otras dos voces masculinas grabadas: la primera es la del propio Wilson, que lee en inglés, y la segunda la de Baryshnikov, que alterna el inglés con su particular acento eslavo, y por supuesto, el ruso, lengua en la que fue escrito dicho diario. Los tres repiten incansablemente pasajes de este texto, a los que acompaña la «danza» de Baryshnikov.
Es necesario entrecomillar el término danza, ya que en esta producción lo que menos hay es eso. Sí es verdad que hay movimientos, pero no lo que generalmente se asocia con el término baile. Aún así, Baryshnikov vestido con un frac y con la cara maquillada como un mimo, es capaz de llenar el escenario con un leve movimiento de manos o de pies, todos ellos ideados por la coreógrafa contemporánea Lucinda Childs y con los que en ocasiones parece homenajear el estilo coreográfico de Nijinsky. En ningún momento parece que hay únicamente un hombre sobre las tablas; él es capaz de interpretar a ese Nijinsky demente, cuyos pensamientos inconexos lo están torturando.
Y es que al final, Letter to a man es el reflejo del texto de un hombre desesperado, atormentado, que busca deshacerse de todos sus fantasmas, esas voces y en particular una, la de Diaguilev. Este personaje está presente en la práctica totalidad de la obra y, entre otras cosas, sirve como hilo conductor.
Una propuesta escénica tremendamente interesante, íntima a la vez que extravagante, en la que, sobre todo, llama la atención la capacidad de Wilson de transportar al público a todas esas atmósferas y situaciones que el bailarín describió en su libro. Así, los espectadores pueden llegar a sentirse unos voyeurs al presenciar escenas tan íntimas en la vida de una persona. Pero es cierto, que gran parte de la magia de esta obra es la acertada selección de pasajes del Diario y la capacidad de plasmar su esencia en el escenario. Los oscuros, los cambios de escenografía e incluso los chirridos, todo está al servicio del texto, una maquinaria que funciona como un reloj suizo.
En resumen, Letter to a man es una producción intensa, oscura y desgarradora, como el mismo Diario de Nijinsky. En ella, Mikhail Baryshnikov ofrece una interpretación impecable, con la que brilla, y es capaz de acercarnos un poco más a ese genio de la danza únicamente con su presencia en escena y escasos movimientos dancísticos. Y es que con esta segunda colaboración, Wilson y Baryshnikov han querido ir más allá, y lo han conseguido.
Es necesario apuntar que, para disfrutar al completo de la experiencia, es tremendamente recomendable haberse leído el Diario de Nijinsky y, sobre todo, tener claro qué es lo que se va a ver. De esta manera, los espectadores se evitarán sorpresas desagradables al percatarse de que esto no es un ballet. Únicamente son pasajes de la vida de un genio de la danza que a sus 29 años luchaba por no caer en la locura absoluta.