Hoy en día podemos utilizar un baremo muy sencillo para conocer al momento la expectación que genera una banda, o casi cualquier espectáculo, simplemente fijándonos en el número de personas cuyos rostros, antes y durante una actuación, son iluminados por las pantallas de sus teléfonos móviles. El pasado sábado, en el Teatro Barceló, se notaba que en Madrid había muchas ganas de ver a Baroness, pues lo único que iluminaba las caras del público eran los focos del escenario. La banda, que está llamada a marcar época en el heavy metal, ofreció un concierto con un sonido contundente y un derroche de técnica, ante un público entregado, con quien se mantuvo en absoluta comunión de principio a fin.
Con el lanzamiento de sus dos primeros álbumes, (Red Album (2007) y Blue Album (2009) los estadounidenses comenzaron a destacar entre la gran cantidad de bandas heavys que cuentan con un sonido muy parecido. Pero con Yellow & Green (2012) y el más reciente Purple (2015) han conseguido un sonido único, un rock más melódico, pero a la vez, progresivo y con toques de stoner y sludge, alejado de las influencias de bandas como Mastodon y Kylesa, con los que aún mantienen muchos puntos en común, especialmente con los primeros. No es de extrañar que el concierto estuviera centrado en estos dos últimos trabajos, que han consolidado el sonido Baroness como el de la gran banda renovadora del metal del momento.
Los cuatro integrantes de la banda fueron apareciendo uno a uno sobre el escenario, con John Baizley, el cantante, guitarrista y creador de todas las portadas de sus discos, a la cabeza, cuya voz sonó demasiado baja en algún momento. Llevaba una camiseta en la que se podía leer I will make you suffer, lema que resume muy bien lo que vivimos los asistentes, sobre todo en las primeras filas, donde, como suele ocurrir, la experiencia fue más intensa hasta el final del concierto. Pete Adams, a la guitarra y los coros, Nick Jost, al bajo y los teclados y Sebastian Thompson, a la batería, completan la formación, siendo estos dos últimos las más recientes incorporaciones de la banda de Georgia para la composición, grabación y gira de su último disco, tras el accidente de tráfico que sufrieron en Inglaterra en 2013 durante la presentación del Y&G.
El concierto arrancó puntual, con los primeros riffs de guitarra de Kerosene, el potente cuarto tema de su último trabajo, para dar paso a las guitarras melódicas de March to the Sea, canción incluida en su anterior disco, Yellow & Green, y que fue de las más disfrutadas por el público. Morningstar y Shock Me, los temas con los que arranca Purple, sonaron duros y contundentes, y nos confirmaron que se trata de un disco perfecto para el directo. En este último se pueden apreciar los teclados psicodélicos con los que comienza la canción y que son una clara referencia del productor Dave Friedman, que ha trabajado con bandas como The Flaming Lips. Una extraña mezcla, pero que funciona a la perfección.
La instrumental Green Theme, con influencias de post-rock, fue el contrapunto perfecto a una primera parte del concierto dominada por los ritmos enérgicos. A partir de ahí, merece la pena destacar la interpretación de la estruendosa A Horse Called Golgotha, de su segundo disco, y las progresivas Chlorine & Wine y Fugue, en cuya intro, Baizley incluso tuvo que pedir silencio al público con la mano. Pero sin duda, lo mejor de la noche fue el trío que formaron The Gnashing, Desperation Burns y el cierre con Eula. Quizá por eso fue mayor el mazazo que el público se llevó a continuación y el sabor amargo que dejó el final, muy comentando a la salida del concierto. Pasaban dos minutos de las once de la noche, cuando la banda abandonó el escenario para no volver a salir. Se encendió la luz y empezó a sonar música por la megafonía de la sala. Los miembros del equipo de Baroness comenzaron a recoger y uno de ellos dijo por el micrófono que la culpa de que no volviesen a salir a tocar era de la sala, no de ellos.
Se quedaron los dos temas del bis en el tintero (Isak y Take my bones away) por un problema que cada vez se repite con más frecuencia en las salas madrileñas. Por un lado, está el hecho de que pretendan terminar cuanto antes los conciertos para abrir posteriormente como club. Y por otro, la normativa del Ayuntamiento que únicamente permite a las salas mantener un nivel de decibelios hasta las once de la noche. A partir de esa hora deben bajar el volumen. En el Teatro Barceló, según las explicaciones que ofrecieron los promotores, el problema estuvo en un fallo de comunicación con la banda, que en un primer momento dijo que su concierto sería de 70 minutos, pero que finalmente fue de 90. Que cada cual saque sus conclusiones. No deja de ser indignante para quien se gasta su dinero en la entrada, que el concierto termine a medias por algo tan sencillo de subsanar como un supuesto fallo de comunicación.
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