AUNQUE MENTIROSO, EL SEDUCTOR SIGUE HACIENDO REIR

Se abre el telón y una dama de mediana edad cruza malhumorada la escena con su traje de noche. Detrás le sigue su marido intentando calmar sus ánimos con expresivos ademanes; pero no podemos oír lo que dice. El público estalla en aplausos desde el instante en que Arturo Fernández aparece en escena.

Los que ocupan las butacas saben muy bien lo que van a ver: una obra hecha para que el eterno galán se luzca y una combinación de sus expresiones, sus gestos y su entonación provoque la carcajada general. Y si algo hay que reconocer es que lo consigue. 

El papel está hecho a su medida: un seductor nato que ha decidido sincerarse con su mujer acerca de sus conquistas amorosas durante su matrimonio. El número asciende a más de la media docena pero él parece darle más importancia a la única infidelidad que le confiesa su esposa que además parece haber sido con un amigo en común.

El resto de la obra gira en torno al incisivo interrogatorio que el protagonista hará a la pareja con la que comparte cartel; Sonia Casteló como su esposa y Carlos Manuel Díaz como el amigo traidor. Las actuaciones de los mismos quedan en un segundo plano sin alejarse de la corrección, ya que ninguno de los dos puede competir con la naturalidad con la que Fernández se hace dueño del escenario.

Entre confesiones, preguntas y pactos llega el final de Los hombres no mienten que en ocasiones se excede en lo caótico y en lo repetitivo pero que logra entretener por su forma. En cuanto al fondo, siempre podemos reflexionar al salir del teatro sobre las eternas cuestiones de celos, infidelidad, pareja, sentimientos y placer. El tema, de seguro, nos dará para otra hora y media y muchas obras de teatro más.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.