Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, más conocida como Alicia Alonso, nació un 21 de diciembre en La Habana de hace 95 años. Un mito viviente de la danza, una de las mejores bailarinas del siglo XX, una prima ballerina assoluta (rango que muy, muy pocas bailarinas han conseguido en la historia) que luchó contra la ceguera, los prejuicios, el tiempo e incluso contra el bloqueo en Cuba para poder disfrutar y difundir la danza. Una artista que reinventó clásicos como Giselle y que fascinó a generaciones de amantes del ballet, bailarines y coreógrafos. Un baile enérgico, alegre, una técnica impoluta y, sobre todo, una bailarina nada acorde con su tiempo con una sobresaliente capacidad interpretativa. Ella no hacía de Giselle, ella era Giselle, como ya dijo Maurice Béjart: «Alicia nació para que Giselle no muriera».
La legendaria bailarina cubana se crió siendo la pequeña de cuatro hermanos en el seno de una familia de clase media cuyos orígenes eran españoles y en la que el arte y la cultura estaban presentes. Durante su niñez se trasladó a vivir al sur de España, donde entró en contacto con la danza y aprendió algunos bailes tradicionales como sevillanas o jotas. A su vuelta a la isla caribeña, con 11 años comenzó a dar clases de ballet en la en la Sociedad Pro-Arte Musical con Nikolai Yavorsky, un militar apasionado de la danza pero sin grandes conocimientos técnicos.
Ya desde un primer momento los que la vieron bailar explican que destacaba sobre el resto de bailarines de la sociedad. A sus 18 años, y ya en Nueva York se casó con el también bailarín Fernando Alonso, que estudió con ella desde sus inicios. De él adquirió su apellido, y un año más tarde de su unión tuvieron a Laura, su única hija. A partir de este momento Alicia dedica su vida en cuerpo y alma para perfeccionar su técnica mientras se ganaba la vida actuando en musicales.
La ceguera
Sus problemas de visión son una constante en la vida de Alicia Alonso desde el principio de su carrera. Con 20 años, cuando comenzaba a bailar papeles solistas en el Ballet Theatre (que en 1956 pasará a llamarse American Ballet Theatre), se le desprendieron las retinas de ambos ojos. A partir de ahí, tuvo que sufrir una multitud de operaciones y un año encamada, con la cabeza entre cojines para moverla lo menos posible. Según ella, ese año le valió para evaluar todos los pros y contras de su enfermedad y, sobre todo, repasar mentalmente todo el repertorio clásico para volver en plenas facultades a los escenarios, algo que, según comentó posteriormente, le sirvió para coreografiar.
Después de este tiempo bajo los cuidados de su madre, al volver a bailar descubre que tiene que hacer una segunda elección. Para controlar su visión a Alicia le daban cortisona, lo que hizo que cogiera peso. En esa tesitura ella decide sacrificar su visión para poder bailar, abandona su tratamiento a base de corticoides y se centra en disfrutar de su gran amor, la danza.
A partir de ahí nace el mito. Una bailarina que únicamente ve sombras, pero que “baila como nadie”. Una bailarina para la que sus partenaires son su mejor apoyo y que desarrolla montones de trucos escénicos para combatir esa oscuridad que se cernía sobre su mirada. Una artista que bailó hasta bien entrados los 70 años y que a sus 95 continúa en la dirección artística del Ballet Nacional de Cuba (compañía que fundo en 1948 bajo el nombre de Ballet Alicia Alonso). Una mujer que, tal y como explican sus más allegados, “ve más allá que los demás”.
Carácter y personalidad
Alicia, que hizo suyos clásicos como Giselle, Odette/Odile en el Lago de los Cisnes o Carmen, es una mujer de gran carácter y personalidad. Un ejemplo, su empeño en bailar como una latina y con el apellido de una latina. Hasta ese momento, muchos bailarines, como Alicia Markova (Alicia Marks) se «rusificaron» sus apellidos porque los promotores así lo querían. «Alicia Alonsov, Alicia Alonso era muy latino. No se conocía a ninguna bailarina de ballet clásico Alicia Alonso», explica la bailarina en el documental que le dedicaron en La 2 por su 90 aniversario. Sobre su negación a cambiarse el apellido, Alicia decía: «soy latina, mis raíces son latinas, yo bailo como una latina, y estoy orgullosa de serlo y no me voy a cambiar el apellido», según apunta Alberto García en ese mismo documental.
Legado
Además de todas las obras que grandes coreógrafos hicieron expresamente para ella, como el virtuoso Theme and Variations de Balanchine, el legado de Alicia Alonso tomó forma de compañía de ballet en 1948. Desde muy joven quiso trasmitir todos sus conocimientos y hacer que los jóvenes cubanos que quisieran bailar tuviesen un lugar donde hacerlo y una gran escuela donde estudiar y no se vieran obligados a abandonar su tierra como ella tuvo que hacer.
Ese es el origen del Ballet Nacional de Cuba y de su prestigiosa escuela, que pese a su juventud están reconocidas a lo largo de todo el mundo por su estilo y ética artística. Estrellas a nivel mundial como Carlos Acosta, Viengsay Valdés, José Manuel Carreño o Xiomara Reyes, entre otros, se formaron bajo las directrices de «La Alonso» en este centro que es el más grande del mundo y con el que se ha ayudado a montones de niños huérfanos.
Alicia Alonso fundó y mantuvo con su dinero y una pequeña subvención estatal esta compañía hasta que en 1959 triunfó la revolución. Desde aquel momento el ballet pasó a convertirse en un elemento capital para Castro. Castro convirtió la compañía en pública y junto con Alicia Alonso, erigieron la gran compañía que es en la actualidad a nivel mundial.
La escritora Isis Wirth publicó en 2013 La bailarina y el Comandante, un libro donde explica la relación entre Alicia Alonso, Fidel Castro y el ballet en Cuba. Para Wirth, Alonso es a Fidel lo que fue Leni Riefenstahl para Hitler. Según esta autora, para Castro el ballet era una mera herramienta de propaganda, mientras que a Alicia le eran indiferentes los motivos del apoyo de Castro, a ella lo que le interesaba era la difusión del ballet y conseguir que su compañía y escuela fueran cada vez mejores. Aunque la artista también «aprovechó», ese poder, siempre según Isis Wirth, ese poder para proteger de la persecución a los bailarines homosexuales de su compañía. Lo que sí es cierto, independientemente de este libro, es que a pesar del bloqueo que ha sufrido Cuba durante décadas, el Ballet Nacional y Alicia Alonso siempre han tenido total libertad para hacer todas las giras que quisieran, para difundir así la cultura cubana.
Es evidente es que Alicia Alonso es una persona vital y positiva y que, pese a su avanzada edad, sigue con mil proyectos en mente, algo que siempre se ve reflejado en todas sus entrevistas y declaraciones. «Voy a vivir 200 años y espero que al menos vivan ustedes conmigo 20 años más», expresó en 2008 cuando dejó un manuscrito como su legado en la Caja de las Letras en el Instituto Cervantes. Un legado que se podrá leer en 2028, si la prima ballerina no se empeña en continuar entre nosotros para ser la única que lo saque de esa caja.
“Espero me recuerden como una artista honesta con su arte y su época que amó la danza sobre todas las cosas”, declaró hace unos meses en una entrevista a Noticias de Navarra. Y es que Alicia Alonso es una bailarina cuyo legado no durará 20 años, sino siglos. Una artista que se empeñó en hacer del ballet un arte masivo (en Cuba no hay nadie que no la conozca y que no sepa lo que es el ballet) cuya escuela y arte son su mayor legado, un legado que es inmortal.