El perdón, o danzar con el dolor

Juana Acosta y Chevi Muraday
Juana Acosta y Chevi Muraday interpretan El perdón

La actriz Juana Acosta presentó esta obra en el Teatro Bellas Artes para reflexionar sobre su proceso de duelo y perdón

En la esquina izquierda, un teléfono de disco crea el punto de tensión sobre el escenario. La vida de Juana Acosta está a punto de cambiar con una llamada; esa misma que todo un país ha temido recibir.

Corre el año de 1992 en Cali, Colombia. Atada por la cintura con unas cintas que la retienen, la actriz intenta en vano avanzar hacia el teléfono. Lucha contra aquella fuerza que la amarra, luego la impulsa y después la hace retroceder, como quien batalla con la idea inútil de que la historia habría sido diferente si no hubiese levantado el auricular. Imposible. La muerte es lo único que no se puede deshacer.

Una voz grabada reporta cifras de homicidios intencionados en Colombia y, entonces, Juana Acosta toma la palabra y se convierte en narradora de su propia historia mediante esta representación titulada El perdón. El asesinato de su padre sucedió cuando ella tenía 16 años y Colombia atravesaba una de sus olas más violentas. Juana se alistaba para salir a su clase de ballet. Amaba bailar hasta el día en que recibió la noticia. Pero ella no quiere empezar su historia por allí, sino por el antes.

La actriz Juana Acosta en su obra El perdón
Juana Acosta en El perdón.

Para recordar quién era su padre, la actriz ilumina su mirada y recita un monólogo con el que lo describe como un hombre irresistible y encantador. Evoca su casa, las rutinas y el ambiente de su hogar. Acosta baila en el escenario junto al coreógrafo, bailarín y Premio Nacional de Danza, Chevi Muraday, hasta que suena el teléfono.

Esa llamada que Juana pospone a lo largo de la obra para contar la historia, es el hilo conductor. Con cada timbre se marca un tiempo: un antes, un después y un presente inaplazable que se van alternando en el discurso.

En este ejercicio de memoria, Acosta revela las ganas de torturar y matar a los asesinos de su padre. Fue un crimen impune, como otro medio millón de casos en Colombia. Por eso nunca pudo ponerle rostro, voz o nombre a los verdugos de su padre. La ira, la desolación, el dolor y la venganza se convierten en danza, pues solo al abrazar su duelo y perdonar, la actriz pudo reconciliarse con el baile. A través de las palabras, la música y el movimiento, su narradora se libera del dolor. En complicidad con Muraday, sus cuerpos manifiestan el duelo.

La estructura narrativa de esta puesta en escena juega con la alternancia de tiempos, el cambio entre personaje y narrador y la ruptura de la “cuarta pared”, cuando Juana Acosta interpela al público, al equipo de producción y a su propio compañero de escena para cambiar el curso del relato conforme quiere contarlo. Esta herramienta refuerza uno de los mensajes fundamentales de esta obra: cada quien atraviesa el dolor de forma diferente; cada proceso de perdón es único y cada persona tiene derecho a contar su historia a su manera.

La coreografía y la dirección de este montaje, que se presentó en el Teatro Bellas Artes hasta el 23 de enero, son de Chevi Muraday con los textos del dramaturgo Juan Carlos Rubio. La actuación de Juana Acosta, quien cuenta con una amplia trayectoria en España desde el año 2000, reafirma su maestría escénica con este desafío que implica interpretarse a sí misma.

Tras haber representado el dolor y expuesto su vida, Juana Acosta se eleva ligera por el escenario, sostenida por un péndulo. La danza es una metáfora perfecta de cómo el perdón aliviana y permite seguir en movimiento. Antes de que la luz se extinga, arroja una última reflexión. “Perdonar no es olvidar; perdonar es abrir la puerta al resto de tu vida”.

Irene Littfack

Música y periodista cultural. Colombiana viviendo en Madrid. Apasionada por la escritura y las creaciones latinoamericanas.

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