A la sombra de Margarit

La amistad es un amor incontaminado. Es sereno lago frente a la corriente que arrasa y ruge y cae, fatal y finalmente, por una afilada y mortal cascada de puntiagudos vértices. La amistad es sosiego, refugio seguro, es calma que silenciosa en el tiempo permanece.

Joan Margarit y Josep Maria Subirachs se conocieron hace más de cincuenta años. El primero terminaba entonces la carrera de arquitectura y comenzaba su camino como poeta. El segundo, doce años mayor, ya era un reconocido escultor. Mantuvieron el contacto hasta el reciente fallecimiento de Subirachs en 2014, amistad que ahora se recoge en un libro menudo, precioso, sencillo. Y sereno como lago: La sombra del otro mar (Nórdica, 2016).

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Joan Margarit durante la presentación.

El pasado lunes, 11 de abril, la librería Rafael Alberti de Madrid acogió en su oscuro e íntimo espacio la presentación de aquella amistad hecha libro, hecha palabras y dibujos. Las palabras que Margarit buscaba en su interior para construir poemas; los dibujos que Subirachs expiraba con los lápices. El recuerdo en papel de muchos años de aprendizaje mutuo, de conocimiento de los mundos de la poesía, la pintura y la escultura. Por eso este libro, en realidad, ya estaba hecho. Se ha publicado en 2016, pero el primer borrador, la primera página en blanco, nació un día de finales de 1962.

He sido un iluso, pero no soy cobarde. / Soñar me ha obligado a aprendera leer y escribir en las tinieblas” (Fragmento de Iluso).

Bajo una tenue lluvia, Margarit llegó a la librería seguido de Mariona, su mujer, y Judit, hija de Subirachs y también amiga. Con la mirada apacible de quien ya conoce al Otro se sentaron cerca, a su sombra. A su cobijo, al de ese conocer, esa vida que han compartido. Por eso la sombra no tiene por qué ser peligrosa, ni triste, ni evocar el escondite o la insignificancia (“nosotros preferimos la luz velada que parece partir de dentro a lo que resplandece sólo en su superficie” , escribe Tanizaki en su Elogio de la sombra). Porque la sombra es estar al lado de, junto a. Junto a quien aprender y de quien aprender.

portada
‘La sombra del otro mar’, Joan Margarit. Nórdica, Madrid, 2016. 96 págs. 16,50 €

Estábamos también nosotros a su sombra, a la de Margarit y a la de ese otro mar que da título a su amistad con Subirachs. Tras una cálida bienvenida y una breve introducción por parte de la librería y la editorial, el arquitecto poeta se alzó, educado, para recitar algunos de los 18 poemas incluidos en el libro. Irrumpió su voz resonando fuerte y profunda en el pequeño espacio a través de un micrófono innecesario, pues sin artificio alguno se le escuchaba y sentía. La poesía crece cuando la recita quien la creó, quien la hizo versos. “Sus poemas nunca emplean más palabras de lo necesario para decir lo que quiere decir, ni menos de lo justo para hacer viable el poema, como si de la construcción de un buen edificio se tratara”, escribió la traductora Anna Crowe en el número de marzo de la revista Ínsula. La precisión hermosa y esquiva que exige la poesía. Él nos la (de)mostró con Infierno, Raquel, Museo del Holocausto, Jerusalén o Gente en la playa (inolvidable el dolor de esos últimos versos, de esos últimos metros, que con la resonancia de su voz atraviesan y desgarran).

Hubo un tiempo para otras voces, tras el breve e intenso recital, sugerido con humildad por el propio Margarit. Para preguntas sobre su poesía, la Poesía y lo poético, que considera –pues la geometría siempre estuvo en él– un trípode, una tríada inseparable: poeta, poema, lector. Poesía como mirada del mundo que permanece invariable en el alma humana a través del tiempo, pues posee en sí el lenguaje de lo universal. Poesía, también, como lugar seguro y necesario donde, a su sombra, refugiarnos. Porque “la poesía es hoy / la última casa de misericordia”.

 

Andrea Reyes de Prado

«Lo que permanece lo fundan los poetas» (F. Hölderlin).
Humanista, curiosa, bibliófila, dibujante y extemporánea.

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