Andy Warhol y la desaparición del arte

Andy Warhol
Campbell's Soup Cans Warhol
Campbell’s Soup Cans (1961-1962)

CaixaForum Barcelona inauguró el pasado día 3 de marzo la exposición El sueño americano, del pop a la actualidad. La muestra, abierta al público hasta el 13 de junio, recoge obras de los mayores artistas pop de los Estados Unidos en la década de los sesenta: Lichtenstein, Rauschenberg, Ruscha, Judd, De Kooning y, por supuesto, Andy Warhol. A continuación, y con motivo de esta exposición, reflexionamos sobre el arte del genio nacido en Pittsburgh y su valor histórico en la actualidad.

Resulta inevitable hablar sobre Warhol desde una perspectiva filosófica, más allá de lo puramente estético, es tal su trascendencia dentro del mundo del arte. ¿Cómo podemos llegar a comprender a un artista cuyo deseo era producir arte como una máquina? Todo lo contrario, en principio, de lo que se supone que debe de ser un artista. Warhol es la culminación de una crisis, de una lucha interna del arte, que se remontaba a los inicios de la segunda mitad del siglo XIX, unos cien años antes de la aparición de las Campbell’s Soup Cans

Si los pintores impresionistas, espoleados por la consolidación de la fotografía como medio para reproducir la realidad, se rebelaron contra el academicismo, contra el realismo; Warhol apuntilla la idea de arte como abstracción y lo convierte en fetiche, haciendo de la reproducibilidad una característica esencial de su arte. Pero no hablamos de fetiche como cosa trivial, como explicaremos más adelante. Si bien es cierto que la idea de reproductibilidad en el arte de vanguardia ya había sido adelantada por Duchamp y sus ready-mades, en Warhol esta reproducibilidad es principal, es el núcleo definitorio de su obra. Esta idea además cobra relevancia al verse inmersa en plena época pop, en principio superados todos aquellos debates sobre la fotografía, medio más que asentado en la sociedad. Así, el arte de Warhol está irremediablemente unido al tiempo en el que existe.

En 1936, unos veinticinco años antes de la irrupción de Warhol como artista, el filósofo marxista Walter Benjamin publicaría “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”. Como podemos observar únicamente por el título, la posibilidad de reproducir una obra de arte ad infinitum, por aquel entonces algo novedoso y de futuro incierto, se trataba de una cuestión que preocupaba a muchos autores y críticos. Esta infinita reproductibilidad, esta pérdida de la singularidad de la obra de arte era, para muchos, una amenaza, la pérdida de la “pureza artística”. En palabras del propio Benjamin: “Al irrumpir el primer medio de reproducción de veras revolucionario, a saber la fotografía (a un tiempo con el despunte del socialismo), el arte sintió la proximidad de la crisis (que después de otros cien años resulta innegable), y reaccionó con la teoría de «l’art pour l’art», esto es, con una teología del arte”.

La Fuente Duchamp
La Fuente de Marcel Duchamp (1917)

Así, este “arte por el arte” culmina con Warhol. Pero no se vislumbra en el artista norteamericano ningún tipo de pérdida de aura ni de “pureza”, al contrario. En palabras de Baudrillard: “las imágenes de Warhol no son en absoluto banales porque reflejen un mundo banal, sino justamente porque son el resultado de la ausencia de toda pretensión del sujeto de interpretar el mundo; son el resultado de la elevación de la imagen a la figuración pura sin la más mínima transfiguración”. La visión de Warhol es la de desnudar el símbolo: toma un objeto fruto de una sociedad masificada, lo desposee de todo significado y lo vuelve a entregar de forma automatizada, mecánica. ¿Qué hay más puro que eso? ¿Qué puede tener más aura que un objeto-obra que ha pasado por tal transformación?

Es por esto que podemos hablar de un antes y un después tras la aparición de Warhol. Es cierto que hay muchos “antes y después” en la historia del arte, pero el de Warhol parece ser el definitivo. ¿Por qué? Citando de nuevo a Baudrillard: “Los artistas del Renacimiento, por ejemplo, creían que estaban haciendo pintura religiosa y en realidad estaban produciendo obras de arte. Los artistas modernos que creen que están produciendo obras de arte ¿no estarán haciendo algo muy diferente? Los objetos que producen ¿no son algo muy diferente del arte?, por ejemplo, puros objetos-fetiches, pero fetiches desencantados; objetos puramente decorativos de uso temporal”. ¿Es posible que se haya acabado finalmente la época del arte? ¿Que este haya desaparecido? 

Es esta la razón de la importancia de ese “antes y después” que supone Warhol: una enorme parte de lo que viene tras él carece de relevancia, y así llegamos al punto en el que estamos hoy en día, en un mundo donde ya no existen movimientos artísticos, y si aparecen están ligados a lo insustancial, a lo regurgitado. Ya no existe la posibilidad de romper la baraja, rota hace ya mucho tiempo. ¿Es posible si quiera recogerla, juntarlas de nuevo para seguir jugando?

Si Duchamp y su Fontaine introducen el arte en el ataúd, podríamos decir que Warhol cierra la tapa. No hacemos esta observación en modo alguno como crítica negativa; la desaparición del arte es solo consecuencia lógica de un proceso histórico. De hecho, como afirma Baudrillard: “hay un momento iluminador para el arte, el de su propia pérdida (el arte moderno, desde luego). Hay un momento iluminador de la simulación, el del sacrificio, ese momento en que el arte se sumerge en la banalidad”. La aparición de artistas como Warhol o Duchamp, del arte pop y del dadaísmo, supone un soplo de aire fresco, eso es algo indiscutible. De la misma forma, estas dos corrientes suponen para el arte moderno el verse envuelto en una definitiva pérdida a posteriori de aura, de “pureza”, tal es el choque que produce la obra de estos dos genios. De nuevo, continúa el filósofo francés: “pero hay un momento desiluminado, valga la expresión, desencantado, en el que se aprende a vivir de esa banalidad, a reciclarse en sus propios desechos, y esto se parece un poco a un suicidio fallido”. Es en este punto en el que nos encontramos en estos momentos; un momento histórico y artístico infinito, como una espiral, del que parece imposible escapar.

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