Jazz, flamenco y libertad

Pablo Martín Caminero Bost

Pablo Martín Caminero presentó su nuevo disco, Bost, con un concierto en el Auditorio Nacional. Un quinteto que el pasado viernes 7 de febrero llenó la Sala de Cámara con jazz y flamenco.

Ellos son cinco, como las líneas del pentagrama sobre las que dibujan las notas de sus obras. Bost significa “cinco” en euskera y es el quinto álbum de Pablo.

El concierto siguió el mismo orden que lleva el disco. Cuando solo quedaron encendidos los focos sobre el escenario, cesaron los aplausos y los cinco estaban colocados en su lugar, la música inundó la sala. Trombón y saxo, Toni Belenguer y Ariel Brínguez, colocaron las primeras notas en el aire creando un intervalo de quinta entre ambos. Ese es el leitmotiv del primer tema que lleva el nombre del disco. Después, se unió el resto de la banda y juntos continuaron con esa melodía de introducción. Es un prefacio ordenado, medido. Es Apolo antes de dejar entrar a Dionisio que llegó con el primer solo improvisado de la tarde.

Los dedos de Pablo saltaban sobre las cuerdas del contrabajo. No usaba el arco, pellizcaba las cuerdas. Casi como si fuese una guitarra en un patio andaluz. Le siguió Moisés P. Sánchez al piano. Sobre una base de bajo y batería (Michael Olivera), dejaba bailar las teclas negras y blancas bajo sus dedos. Como si flotasen, sus manos se paseaban por el teclado ágiles y veloces. Como si no requiriese esfuerzo, como si fuese demasiado fácil.

De nuevo la melodía principal, pero esta vez derivaba a una parte más delicada, más sensible. Los metales interpretaban un papel protagonista, entrelazándose con frases improvisadas que parecen nacer de una misma cabeza. La batería, el contrabajo y el piano les acompañaban en un papel secundario.

Bost es un círculo, bueno, un pentágono que empieza y acaba en la misma esquina. La melodía del inicio apareció por última vez interpretada por los cinco. En crescendo, todo se volvió más potente, más vibrante, más rítmico, casi transformando el jazz en rock con esa cadencia final.

Jazz, flamenco y libertad
Toni Belenguer, Ariel Brínguez y Pablo Martín. Fotografía de Javier González

Ha sido el primer tema del concierto y ya hay gente entre el público que no ha podido evitar un “¡Bravo!”, silbidos y aplausos de manos enrojecidas.

Antes de continuar con el tema Blues, Pablo cogió el micrófono. Se lo dedicó al que fue su maestro, Gerardo Núñez, “uno de los dioses de la guitarra flamenca”. De hecho, tras los aplausos, lo que sonó fue flamenco. Pablo siguió sin coger su arco. Con las manos rasgaba el contrabajo como se rasga una guitarra. Se sumaron el resto, llegando a esa fusión con el jazz.

Pablo Martín Caminero es contrabajista, compositor y productor. Sus trabajos con el quinteto siempre tienen dos almas: la del jazz y la del flamenco. Pueden parecer dos estilos muy distintos. ¡Qué tendrá que ver el tocino con la velocidad! Pero cuando suenan temas como Blues, se escucha la conexión. Jazz y flamenco bailan de la mano, sensuales y elegantes.

El Tema para Instagram y sus variaciones deja a un lado la delicadeza y transforma la rapidez, la inmediatez y el desorden de la vida enlatada de las redes sociales en música, arte. Consiguieron comprimir en 59 segundos, de hecho, en 57, pequeños solos jazzísticos de cada uno de los cinco, para después expresarse con libertad en Variaciones Instagram durante casi siete minutos. Es una crítica a la actualidad en forma de belleza.

Pablo también ha compuesto bandas sonoras de películas. Es el caso de la quinta pieza del concierto. Manoli es un personaje de la película El Plan que no llega a aparecer nunca en la pantalla. Manoli es la música, una balada introducida por el piano y los armónicos del contrabajo. Delicada, sensible, pero sin alejarse por completo del jazz que se hace más presente cuando se introducen el saxo y la batería.

Fkotr, a pesar del título, es la seguidilla del disco. Hablamos de nuevo de fusión, de lo moderno y lo antiguo, de la novedad y la tradición. Melodías que surgían de los metales y que recordaban a esas jotas de la meseta. Tras el folclore español, Pablo avisó de que ya solo quedaban dos temas por interpretar.

El tema raro del disco, es la canción que resulta más “normal” al oído. Cuando comenzaron las primeras notas del contrabajo, con un ritmo sencillo de la batería, recordaba casi al pop. Pero el tema no se queda ahí; evoluciona, avanza y se deforma, cumpliendo finalmente con el nombre con el que le bautizaron.

Llegados a este punto del concierto, Pablo se reía. Advirtió de que daría un bis sin que el público se lo pidiera. Es el último track del disco: La propina. Y para un final con buen sabor de boca, esta octava canción es una fiesta. Bulerías con piano, contrabajo, batería, saxofón y trombón. Un baile improvisado que trajo sol, luz, alegría, a una tarde de febrero en el Auditorio Nacional.

Aquello habría sido todo, pero a nadie le pareció suficiente. Pablo volvió a salir al escenario, esta vez solo, para interpretar una de las melodías más tristes y bellas del mundo. La Nana de Manuel de Falla. Se la dedicó a su abuela y dijo: “Me he vuelto a sorprender de lo mal que nos morimos”.

Fotografía de portada: Carlos Javier Monje Pindado.

Irene Ibáñez

Vengo de Soria, tierra de poetas. Estudié Periodismo en la Universidad de Zaragoza y escribo de vez en cuando en la revista cultural Zero Grados, donde soy redactora jefa junto a Candela Canales. // Quiero contar cuentos sin ser una cuentista.

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