Ámsterdam, siempre la primera vez

Uno de los canales, no podía faltar la bici

Inauguración. Parte 1.
¿Quieres que te suba la maleta?

No te preocupes, pesa poco.

Si lo digo por las escaleras…

Intento disimular mi sorpresa mientras me digo a mí misma que no puede ser tan difícil subir a un segundo piso; hasta que me doy cuenta del truco… Las casas en Ámsterdam están construidas para aprovechar el mayor espacio posible y los escalones profundos son un lujo fácilmente prescindible. Mal que bien, consigo subir con la maleta a un diáfano salón de ventanales amplios y paredes llenas de fotografías; donde me felicitan: «Lo conseguiste! ¡Has inaugurado tu experiencia holandesa!»

 

Colgada de AmsterdamInauguración. Parte 2.

Después de cenar a unas muy neerlandesas siete de la tarde; la luz que baña las fachadas de los edificios vecinos (y a los propios vecinos, demasiado privados de sol durante el año como para desperdiciarlo preocupados por su propia intimidad) invita a salir y a divertirse. En los bares te dan a probar diferentes cervezas; y reina por excelencia el color naranja: sólo un sector (no precisamente el que ha recibido la mejor educación) de la población de Ámsterdam se preocupa realmente por el fútbol; pero quienes lo hacen lo viven con pasión. Después de decantarme por la cerveza del país y decidirme a pensar en verde, intento entender algo de las conversaciones que, mitad en holandés, mitad en inglés, densan el ambiente. Hasta que el típico cliente algo borracho me dice algo que yo no comprendo, y mis acompañantes me lanzan esa mirada fastidiada de “esto también es parte de Ámsterdam”.

Inauguración. Parte 3.

Es llamativo lo poco que los amsterdameses aprecian su propia ciudad. Yo camino extasiada por la arquitectura, lo verde delPan en un mercado paisaje, el olor a tierra mojada y los ruidos de las bicicletas. Pero bien es cierto que he tenido mucha suerte, porque he traído el clima de España conmigo. “La ciudad cambia por completo cuando hace buen tiempo”, me explican, y no les falta razón: la gente sale en masa a los parques, a las terrazas, a los mercados.

Éstos son verdaderamente típicos y a la vez tienen una función puramente práctica. Dejémonos de “vintage” cuando queremos decir “de segunda mano”: en Ámsterdam los mercadillos son una forma habitual de darle una nueva vida a esa taza en la que te tomabas cuando niña la leche (acompañando tu tostada de mantequilla y sprinkles de chocolate) y que lleva años aparcada en un armario. La diferencia con España es que allí saben lo que venden, y lo que vale; sea para bien o para mal. Después de equiparme para el frío y el calor -que se suceden sin previo aviso- por un par de euros, me siento mucho más parte de la ciudad que turista, y acepto con orgullo la frase de “ahora sí eres una completa holandesa”.

Inauguración. Parte 4.

Pero no lo soy del todo. Me falta (además del largo pelo rubio y los ojos azules) moverme por la ciudad en bicicleta como todo hijo de vecino. Dicen que hay dos bicis en la ciudad por cada habitante, y los robos son, por desgracia, relativamente habituales; hasta el punto de que si encuentras una bici sin asegurar de algún modo, lo más probable es que  esté abandonada “Nadie que aprecie su bici la dejaría sin protección; y al fin y al cabo, la ciudad te da y la ciudad te quita”.

En cualquier caso, me contento con ser el paquete que va en la parte de atrás de la bici, y en concentrarme para moverme lo menos posible. A mi alrededor, los coches, bicicletas, turistas y postes (los “amsterdamers”; típicos de la ciudad, y que Amsterdamer, reinventadoartistas urbanos reinventan para darle una nota de alegría a un día de lluvia) se suceden como en una moviola.

Y cuando nos bajamos (la conductora, como si nada; yo con una tremenda sonrisa) sé que me va a decir “ya te has estrenado del todo” pero no quiero oírlo. Quiero volver a Ámsterdam una y mil veces, y seguirme estrenando cada día. Sólo podía ser en una ciudad como ésta que cada pequeño evento sea en sí una inauguración.

 

 

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