Van Dyck: el discípulo aventajado

Un pintor se guía principalmente por la cultura y la estética de su tiempo, a partir de los cuales configura su poética y su lenguaje. A raíz de esta idea, podemos decir que las obras de Van Dyck provocan cierta sensación de desorientación para aquel que las contempla. Esto se deriva por los frecuentes cambios de estilos que caracterizan su producción juvenil. Van Dyck tomó influencias de la tradición pictórica flamenca, de la pintura italiana y, de ésta, especialmente Tiziano. Sin embargo, fue durante los cuatro años que pasó en el taller de Rubens, los que marcaron decisivamente al joven artista. La preparación que obtuvo de su maestro hicieron que su discípulo dilecto estuviera capacitado para imitarlo a la perfección.

Esta muestra concentra obras procedentes de museos de todo el mundo, pero también cuenta con la colección que posee precisamente el Prado. En ella se ofrece un completo recorrido por la gran peripecia artística de Van Dyck, un niño prodigio que manifestó muy pronto su gran destreza con los pinceles, llegándose a convertir en uno de los pintores más importantes del siglo XVII.

Una multitud de obras con temas mitológicos y religiosos confluyen en este período tan fructífero del pintor, entre los que destacan El Sileno ebrio y La Lamentación. Finalmente, la exposición da cabida a una serie de retratos que el artista pintó antes de partir para Italia en 1621. En ellos observamos el paso de unos personajes retratados tras fondos oscuros a encuadrarlos tras una cortina roja con un paisaje a lo lejos.

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