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‘Ocho apellidos catalanes’ racanea en risas

El equipo de "Ocho apellidos catalanes"
El equipo de Ocho apellidos catalanes al completo durante el preestreno (Foto: Janire Zurbano)

Fue la película más taquillera de 2014. Le valió el Goya a tres de sus personajes principales: Dani Rovira, Karra Elejalde y Carmen Machi. Ahora, un año y ocho meses después, la segunda parte, dirigida otra vez por Emilio Martínez-Lázaro y con guión de Borja Cobeaga y Diego San José, vuelve con la intención de pisar fuerte.  Hablamos de Ocho apellidos catalanes.

Imagínese ir al cine con las expectativas por las nubes y salir pensando que le ha sobrado la mitad de la trama argumental, excepto la que incluye a dos personajes: Rafa y Koldo. Ellos son los que salvan la película, los únicos que realmente nos hacen reír sin caer en los estereotipos repetitivos y casposos del resto de personajes. Y fíjese usted que, supuestamente, estamos hablando de una comedia en estado puro. Eso sí, la imagen de Rafa llevando a caballito a Koldo o la cara más poética del vasco son los momentos cumbre de los 99 minutos que dura la película.

Partiendo de un argumento sin sentido, el resto de personajes simplemente parece parte del decorado. Clara Lago está ahí porque en toda comedia romántica hace falta una chica. Fin de la historia. Berto Romero llega hasta a parecer cansino con un personaje a medio construir y Rosa Maria Sardà representa un papel que ya conocemos: Cruella de Vil ya existió en 101 dálmatas. Los que hemos seguido su carrera, no compramos que de progenitora de Penélope Cruz en Todo sobre mi madre pase ahora a dejarse engañar por un nuevo nieto, cuanto menos, avispado.

Lo más inverosímil es que dicho lumbreras consiga enamorar a una gallega hasta el punto de que ésta se haga pasar por catalana y, encima, Belén Cuesta es sevillana. Vamos, que si hay un personaje prescindible en esta secuela es el suyo. Carmen Machi, que de Ane pasa a ser Carme, queda tan relegada a un segundo plano que si se contaran los minutos que participa en la película, no pasarían del cuarto de hora.

Lo triste es que, además, se han explotado tanto los pocos momentos de lucidez y gracia del guión, que la obra ha perdido fuerza. Antes de entrar ya sabíamos todos lo que iba a pasar y cuándo nos íbamos a reír, de eso ya se ha encargado Mediaset con sus trailers en Telecinco cada diez minutos.

Probablemente, Ocho apellidos catalanes reviente la taquilla. Pero no nos equivoquemos. Si lo hace, será en gran parte gracias a Ocho apellidos vascos, esa película fresca, original y sin complejos que conquistó al público español hace un año y que sólo comparte con su secuela el principio del título. Porque eso es Ocho apellidos catalanes, un quiero y no puedo de la primera parte que se queda a medio camino de su predecesora. Las prisas nunca fueron buenas.

 

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