Un pedacito del Globo

Debe de impresionar mucho actuar sobre el escenario del Shakespeare’s Globe Theatre.  El lugar posee claramente una energía especial, esa atmósfera de la que carecen los teatros actuales, como si desde una esquina el Bardo estuviese atento a cada movimiento en el escenario, asintiendo y susurrando “adelante”.  Quienes saben esto son sin duda los miembros de la compañía Fundación Siglo de Oro (Rakatá) quienes presentan ahora en los Teatros del Canal su Enrique VIII, recién llegado del Globe-to-Globe Festival, una iniciativa que, coincidiendo con los Juegos Olímpicos en la ciudad del Támesis, ha reunido en algo menos de dos meses, 37 producciones shakespearianas.

 

Si bien algunos de los montajes que allí pudieron verse (como el magnífico Giulio Cesare italiano, que fue posteriormente ganador del II Certamen Almagro Off en el manchego Festival de Teatro Clásico) habían optado por una dramaturgia y puesta en escena contemporáneas, los madrileños Rakatá han preferido en esta ocasión ser fieles a la época tudoriana.

Así, la escenografía recuerda de inmediato al teatro inglés: tres puertas al nivel del escenario; una segunda planta donde un organista observa la acción sin dejarse realmente ver; público no sólo frente al tablado, sino también a los lados… Las ideas están esbozadas, pero brillan con claridad. De igual modo, el vestuario de Susana Moreno retrata, con pocos pero concisos elementos, una corte donde nadie se deja ver como realmente es: Ana Bolena jura y perjura que jamás querría ser reina mientras sus ojos se nublan ante la idea; Wolsey asegura actuar a favor del rey, aunque en realidad esté sufriendo por conseguir manejarle, como le confiesa en la intimidad a Gardiner (un Alejandro Sáa que, si bien lleva su personaje con dignidad, no destaca como lo hacía en el anterior montaje de la compañía, Dr. Faustus)

Sólo dos personajes se muestran abiertamente, quizás porque su posición no les obliga a tener que esconderse, -aunque incluso siendo reyes, se echa un falta por momentos un segundo de maldad en los buenos y una esperanza de reforma en los malvados- Me refiero a Catalina de Aragón, fiel a su postura y al convencimiento de juicios y tribunales no conseguirán ocultar la evidencia de que su marido la repudia por una chica más joven; y al propio Enrique VIII, con unos objetivos claros, por encima del bien y del mal.

Sin embargo, aunque sobre papel los personajes puedan resultar iguales en su oposición;  a la hora de interpretarlos las diferencias y las comparaciones son odiosas.

Fernando Gil como Enrique VIIIElena González (Catalina) tarda en convencer, no ayudada por una voz demasiado quebradiza. Al principio le falta soberbia, y una vez apartada del trono, su fuerza no concuerda con sus parlamentos, donde se dice morir de febrilidad.

Por su parte, Fernando Gil derrocha energía, y no es difícil
imaginarle como el rey de las seis esposas. Radiante cuando las noticias le son favorables, iracundo si alguien se interpone en su camino y lleno de inquietud cuando sus planes se demoran: el arco interpretativo de su Enrique VIII le lleva a los extremos, sin que por ello llegue  a sobrepasarse nunca.

Con 4 estrellas del periódico The Guardian, y una muy buena acogida en los Teatros del Canal, el montaje de Ernesto Arias está disfrutando de un dulce  éxito. Una obra que nos acerca al teatro isabelino “per se”. Sólo que, eso sí, no estamos en el Globe.

 

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Un momento de la representación 

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