Bajo las luces rojas Yerma cose sentada en la orilla del escenario. Pasa la mano por su frente como si aquellos focos fueran el sol de tarde que calienta los campos. La función no ha comenzado aún, pero mientras los espectadores se acomodan, comentan el buen día que ha hecho, el tamaño reducido del teatro y colocan sus cosas bajo los asientos, Yerma ya ha salido de las páginas escritas por Lorca y cose acalorada frente al público.
Las puertas se cierran, las luces se apagan. Solo queda el brillo rojo bajo el que aparecen más personajes congelados con ropas blancas, rojas y anaranjadas. Todo queda quieto unos instantes. Un cuadro a punto de cobrar vida. Todos llaman a Juan, gritan su nombre. Los dos protagonistas se buscan atrapados por sábanas blancas. Intentan abrazarse, tocarse, pero la tela les impide fundirse en uno solo.
Alexia Lorrio es quien dirige esta versión de Yerma de Federico García Lorca. Nos sumerge de lleno en un sentimiento de angustia e impotencia con Yerma buscando a Juan, gritando su nombre, desesperada, sin llegar a encontrarlo aun rozándose bajo las sábanas. Con esta primera escena, Lorrio ya nos ha hecho entender sin apenas palabras. El resto de personajes abandonan el cuadro, y con Yerma y Juan sobre el escenario, comienza la obra.
Yerma quiere ser madre. Por eso se casó y por eso vive esperando. Juan quiere vivir tranquilo, trabajar duro para estar en paz y feliz. A él no le importa no tener hijos.
YERMA. ¡Cómo me duele esta cintura
donde tendrás primera cuna!
¿Cuándo, mi niño, vas a venir?
Yerma pasa los días cosiendo y cantando triste, esperando un milagro que no llega pero que florece en el vientre de las otras mujeres.
Helena López encarna a Yerma en la pequeña sala del teatro Teseo. Sufre su angustia y su dolor. Vemos en su rostro la desesperación, como si verdaderamente hubiesen pasado los meses por ella cuando llevamos solo unos minutos sentados en aquellas butacas rojas. Pasan los meses sin que Yerma alcance su único sueño en la vida.
YERMA. Quiero beber agua y no hay vaso ni agua; quiero subir al monte y no tengo pies; quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.
Manuel Pulido es Juan bajo los focos rojizos. Sus ojos reflejan un cansancio infinito, como si verdaderamente regresara de arar los campos cada vez que sube al escenario. Juan no quiere tener hijos, quiere vivir en la tranquilidad de la tierra y su hogar, pero la desesperación de Yerma por ser madre le sume en una desazón constante al ver peligrar su honra. Los murmullos de las gentes le reconcomen. Teme que Yerma busque a su amado hijo en otro hombre.
JUAN. Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.
YERMA. Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado.
JUAN. No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y cada persona en su casa.
En el teatro Teseo hay apenas 60 butacas. Es una sala pequeña, pero no ha hecho falta más para adentrarnos en las páginas de Lorca. Alexia Lorrio ha aprovechado cada metro cuadrado. Las muchachas ríen, cantan y bailan por el pasillo central, la anciana aparece por la última fila de asientos entre carcajadas macabras, Víctor entra por la esquina para observar a Yerma mientras cose. El escenario es la sala entera y el público en sus asientos son los campos amarillos del fondo. Un decorado austero, sencillo, nos traslada a esa casa rural y humilde en la que Yerma se siente atrapada. Con las luces rojizas y amarillentas vemos el trigo, las piedras, la tierra agrietada y seca, el atardecer.
Vuelven a ser solo ellos dos, Yerma y Juan, pero más viejos que al principio, exhaustos. A Yerma se le ha agotado la esperanza y Juan insiste en que se resigne y le quiera y le bese. -¡Nunca! -grita Yerma con sus manos rodeando la garganta de Juan. Los dos caen al suelo. Lágrimas y voz desgarrada.
YERMA. Marchita, marchita, pero segura. Y sola. Ahora sí que lo sé de cierto. Ya no tendré que despertarme sobresaltada todas las noches para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? ¡¿Qué queréis saber?! ¡No os acerquéis! Porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!
El público tarda en aplaudir. Esas palabras tan duras deben resonar un tiempo en el aire antes de volver a la realidad. Los ojos llorosos y la presión en el pecho del espectador deben acompañar a Yerma unos instantes más, hasta que se encienden las luces y se abren las puertas. Entre aplausos, Lorca se desvanece y todos vuelven a ser quienes son.