‘La casa de Bernarda’, un punto de encuentro entre Lorca y el ‘techno’

La casa de Bernarda Alba, producción del CDN
La casa de Bernarda Alba, producción del CDN

La obra más emblemática del autor estará en el Teatro María Guerrero hasta el 31 de marzo

Tras un telón de encaje negro, se esconde una casa blanca. La estructura es simple y concisa, con sus cuatro paredes y su tejado en pico. Dentro de ella viven las cinco hijas de Bernarda Alba, que deben seguir sus órdenes y sufrir el luto de su padre. Durante ocho años no se vestirán de un color que no sea el negro ni saldrán de casa. 

Alfredo Sanzol dirige una nueva versión del clásico de Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba. El montaje del Centro Dramático Nacional es fiel al texto original, aunque incluye ciertos elementos modernos que transportan a los personajes a una era limbo entre el pasado y la actualidad

Para ambientar al público en ese verano caluroso, el sonido envolvente de unas golondrinas rodean el teatro. Una luz fría ilumina la casa, en la que Adela, interpretada por Claudia Galán, vive un momento de intimidad con su querido vestido verde, ese que no podrá ponerse hasta dentro de 8 años. Al son de una música techno empapada de sintetizadores, Adela mueve su cuerpo a distintas posiciones estirándose hasta su límite. Desde el primer momento, se establece ese deseo de libertad de la hija más joven de Bernarda Alba.

Todas las hermanas tienen un momento similar durante la función. Las actrices afrontan este detalle poco convencional de una forma muy natural. No es forzado, sino con un motivo: expresar a través de su cuerpo cómo se sienten por dentro. Belén Landaluce (Magdalena), Eva Carrera (Amelia), Patricia López Arnaiz (Angustias) y Sara Robisco (Martirio) se lucen también con interpretaciones profundas de cada una de las hermanas. 

Sin embargo, es Ana Wagener la que demanda toda la atención del público. Su Bernarda Alba demuestra todo el cariño que una madre tiene por sus hijas, y la fuerza con la que las matriarcas deben ejercer en un mundo que siempre trabajó en contra de ellas. Su conexión con Adela, en especial, es una de las joyas del montaje. Entre los personajes más pequeños, pero memorables, están Ane Garabain (La Poncia), que roba cualquier escena en la que está con su carisma, y Ester Bellver (María Josefa), que transmite la locura de su personaje a la perfección.

El vestuario de Vanessa Actif demuestra que esa unión entre lo tradicional y lo moderno puede atrapar al espectador sin demandar demasiado. Los vestidos de gasa se intercalan con la falda vaquera de La Poncia y la sudadera con capucha de Martirio. 

La escenografía de Blanca Añón es la guinda en el pastel. En una primera mirada, puede parecer demasiado sencilla. Pero, el extirpar del escenario todos los elementos secundarios que hacen de una casa un hogar, hace que el foco permanezca en los personajes. Lo que convierte esa estructura básica en una casa es la intimidad que comparten al reírse juntas, al discutir y al guardarse secretos entre ellas.

Con cada acto, la estructura cambia, siguiendo la trama de la historia. Este detalle eleva el concepto del montaje, dándole aún más significado a todo lo que rodea a las mujeres de la casa. De primeras, unas paredes negras. En el segundo acto, se convierten en blancas. Y en el final, esas desaparecen, y solo quedan las columnas que sostienen los cimientos superiores.

Un final icónico hace llegar al público a una cima aún más dramática de la esperada. Las interpretaciones de Claudia Galán, aterrada y agonizada, y Ana Wagener, decisiva y decepcionada, hacen que este momento sea inolvidable

Esta interpretación de Alfredo Sanzol trae una obra reconocida a un espacio interesante, el de la experimentación, para jugar con la furia femenina, el deseo y los cánones sociales. Hasta el 31 de marzo, será posible ver La casa de Bernarda Alba en el Teatro María Guerrero. En la web del Centro Dramático Nacional se puede acceder a las entradas.

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