Las guerras tienen un denominador común: El odio. El odio al otro, al diferente, al supuestamente peligroso; capaz de arrebatarte lo que nunca ha sido tuyo, pero que tú te has apropiado.
La guerra entre los puertorriqueños Sharks y los americanos Jets, el hilo conductor de West Side Story, no es más que otra prueba de las terribles consecuencias de los nacionalismos. Este drama está ambientado en los años 60, pero podría perfectamente adaptarse a una historia actual, con otros protagonistas, otros diálogos, pero con un mismo trasfondo; de nuevo, el odio.
La película West Side Story se estrenó en el año 1961 en Estados Unidos, coincidiendo con el ascenso al poder del presidente John F. Kennedy, que tres años más tarde fue asesinado y sustituido en la casa blanca por Johnson, que prometía crear la “Gran Sociedad”, sin pobreza y sin injusticia racial. Ciertamente, una utopía. Las revueltas, los tumultos, los enfrentamientos… eran el pan de cada día en las calles de Manhattan. Justo donde se sitúa el argumento del film, conocido mundialmente y ganador de un total de diez premios Óscar, incluyendo mejor película y mejor dirección.
Ahora, sesenta años más tarde, podemos disfrutar de esta delicia, en forma de musical, en el Teatro Calderón de Madrid. Una apuesta arriesgada, que muestra al público algo diferente a lo que estamos acostumbrados. No solo a ver; al tratarse de una gran producción; sino también a escuchar; al ser música clásica la que sustenta la mayor parte del espectáculo. Una partitura que está a cargo de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, dirigida por Gaby Goldman en el Teatro. Y que, por supuesto, se compone de canciones como America, Something´s Coming, Maria o I Feel Pretty.
Las luces se apagan, la música comienza y los artistas se mueven en el escenario como la pluma lo hace en el papel. Con convicción, con destreza, con la seguridad del que conoce cada movimiento y lo lleva al extremo. Una coreografía de Jerome Robbins, adaptada por Federico Barrios, que emociona y es capaz de contar, a través de un simple chasquido de dedos, la verdad de alguien que llega de forastero a un lugar y, ni él quiere unirse a los que allí nacieron, ni los nacidos allí quieren permitirle el paso a “su territorio”. West Side Story es música que va narrando acontecimientos. Una montaña rusa que atraviesa la amistad, el amor, la sinrazón, la lucha y, por último, el duelo.
Impresionan las voces operísticas de los protagonistas; Tony, interpretado por Javier Ariano y María, una armoniosa Talía del Val. Un amor posible que, en la época tachaban de intolerable, por el simple hecho de haber nacido cada uno en un lugar del mundo. Tony en América y María en Puerto Rico.
El texto, adaptado por Alejandro Serrano y David Serrano, con diálogos demasiado edulcorados, que nos hacen viajar constantemente a la tragedia de Romeo y Julieta, nos recuerda lo mucho que hemos avanzado como sociedad. Sobre todo en el plano de la igualdad, tanto racial como de género. Actualmente, en la mayoría de países desarrollados, las mujeres son mucho más libres. Pueden trabajar, depender de sí mismas, elegir, no se les asigna un esposo (salvo en determinadas culturas), etc. Algo impensable en los años 60, y que queda plasmado en un libreto donde la figura de la mujer es, muchas veces, denigrada.
La escenografía, de la mano de Ricardo Sánchez Cuerda, es, sin duda, uno de los puntos fuertes del musical. Así como la producción de vestuario, por parte de Ana Llena. Un escenario que se transforma en bar, en una tienda de vestidos llamada Novias, en una habitación perfectamente decorada, en balcón, en plaza de pueblo… e incluso en un puente donde se lleva a cabo una fatídica pelea.
En conclusión, un espectáculo sin precedentes y con todas las letras, del que poder disfrutar hasta el 2 de junio en el Teatro Calderón.