Intensidad en un fin de semana

 

Weekend no es una película gay más; va más allá del mero encuentro entre dos hombres que se sienten atraídos en una discoteca. Dos treintañeros, dos puntos de vista, dos maneras de vivir la vida y su homosexualidad. Todo transcurre en 48 horas. Lo que para algunos puede no significar nada, para otros da para mucho y cambia su vida. Y una grabadora. Una grabadora que da origen a todo y da voz a uno de sus protagonistas.

Russell (Tom Cullen), huérfano desde pequeño, quiere crear la unidad familiar que no tuvo en su infancia. Mientras que Glen (Chris New), quien vive su sexualidad de manera abierta, no quiere una relación debido a todo lo que sufrió en su anterior experiencia. En ambos las sombras de sus exparejas hacen mella; algo que se hace evidente en sus diálogos e inquietudes, comportamientos y gestos.

Con Russell, aún sin declararse gay ante sus amigos, volvemos a los años 60 de Inglaterra, donde la homosexualidad era aún una práctica ilegal. Deja las fiestas donde están sus amigos para irse a un club gay y conocer chicos. Pero le hacen daño. Una vez fuera de la discoteca no muestra ni una pizca de sentimiento. Mientras tanto, Glen vive su homosexualidad de una manera libre y abierta, pero detrás de este alarde de valentía se esconde un gran miedo, el miedo a sufrir, el miedo a que le vuelvan a engañar.

Una película de sentimientos que está dirigida a todos los públicos. No es una película gay, sino una película de sentimientos; de dar voz a dos personas que se acaban de conocer y tienen interés el uno en el otro. Que sean dos chicos quienes la protagonizan y dan rienda suelta a su pasión es secundario.

Habla de la historia de Inglaterra, de cómo los ingleses ven la homosexualidad. Russell tiene miedo de ser descubierto como gay, Glen tiene miedo a que le hagan daño. El miedo es un factor importante en esta película tierna y sofisticada. Asimismo, desmitifica un estereotipo de hombre gay, el libertino, el que no crea conexiones profundas con otros hombres por verse esto como algo más propio de relaciones heterosexuales.

Russell vive solo, en una área residencial de Nothingam. Desde su ventana ve aquello que él quisiera en su vida; una familia con una casa y felicidad. En cambio, vive en un bloque alto desde el cual puede divisar esta forma de vida. La ventana de su casa muestra el estado mental del protagonista, encerrado en su mundo con miedo a ser abiertamente gay. Proporciona un sentido de liberación.

Weekend, filmada en dos semanas, logra mostrar al público que el verdadero problema del colectivo gay no es necesariamente la discriminación de la sociedad sino la propia autodiscriminación a la que se someten muchas personas. Un territorio hostil con el que lidiar a diario, la barrera que se crean ellos mismos junto con la discriminación de la sociedad.

Escondidos en casa de Russell, ambos personajes mantienen una conexión exquisita. En un principio cada uno parecía tener claro lo que quería y lo que no. Tras 48 horas juntos todo cambia, se difumina y concluye en un cambio de pensamiento y ver la vida.

La cama, ese lugar donde se intercambian arrumacos y confesiones, ese lugar en el que las parejas se sienten ellos mismos, sin ojos que les miren, los amantes se hacen grandes, se unen, se hacen fuertes. La ventana, el horizonte que se divisa ya no parece estar tan lejano. El futuro se aproxima, tan distante como difuso. Un adiós abierto. Abierto a lo que vendrá. Y una grabadora que nos devuelve al principio.

 

 

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