El Teatro Real de Madrid se ha impregnado de diferentes estilos artísticos: Impresionismo, Expresionismo, Romanticismo tardío… Y es que desde el 25 de abril hasta el 14 de mayo será el Rey Roger el encargado de llevar el debate a las tablas: lo apolíneo frente a lo dionisiaco, la disciplina frente a la pasión, la razón en contraposición al instinto irracional, el orden frente al caos… Aunque Król Roger, inspirada en Las bacantes de Eurípides, se estrenó en 1926 en Varsovia, en esta ocasión es el director británico Paul Daniel el encargado de retomar la segunda ópera del compositor polaco Karol Szymanowski. Esta obra bebe de diferentes influencias, y por ello se funden elementos propios del expresionismo alemán, el impresionismo francés, el posromanticismo straussiano, el exotismo oriental, la tradición coral ortodoxa o el pathos mediterráneo propio de las tragedias griegas, entre otros. Durante la noche en la que trascurre toda la ópera el protagonista, alter ego del compositor, se debate entre la virtud y la tentación que le produce la llegada de un misterioso pastor que seduce a todos los súbditos e incluso a Roxana, mujer del rey Roger.
Krzysztof Warlikowski consigue recrear esta atmósfera de inquietudes y dudas gracias a una impresionante puesta en escena, que se enmarca en los años 70 del siglo pasado y muestra cómo una generación de jóvenes intentaba traspasar los límites sociales y éticos para encontrar la tan deseada e idealizada libertad.
Una auténtica confluencia de sentimientos y sensaciones se entrecruzan en el inquietante espacio simbólico creado por Malgorzata Szczesniak, en donde se mueven una serie de personajes que parecen estar alejados de todo lo que ocurre y deambulan, como sonámbulos en la noche, por esa piscina que tan pronto se abre al espectador como se cierra, dejando paso a otros decorados en donde la tensión también está presente.
Una gran pantalla se interpone en ocasiones entre el espectador y los actores, ya que son los grandes proyecciones audiovisuales y las filmaciones en tiempo real concebidas por Denis Guégnin las que invitan a recoger los diferentes caminos que se abren en esta pieza.
Las respuestas a todas estas reflexiones, o quizá las múltiples dudas, llegan al final de esta inquietante y misteriosa representación que se cierra con la resistencia del Rey Roger y el vibrante himno al Sol: Apolo, símbolo de la racionalidad propia del clasicismo que se opone al éxtasis y desenfreno de Dionisos y sus seguidores.
Quizá, sea el enigma el gran personaje de esta obra que logra fusionar corrientes tanto antiguas como modernas y vanguardistas, mostrando así una pieza transgresora que oscila entre el compromiso ético, la atracción homosexual, la libertad pagana y los valores seguros de la religión.
Todo ello envuelto en un aura de intriga en donde la cordura se mezcla con la ensoñación de la mano de los 250 artistas que dan vida a esta producción: 6 solistas, 32 Pequeños Cantores, 83 intérpretes del Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo), 90 músicos de la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid), 12 figurantes, 12 bailarines y 7 niños actores. Niños que nos sorprenden con sus saltos y danzas a la par que nos transportan al mundo Disney haciendo un guiño al tan querido ratón Mickey.
Más abajo, desde el foso, todo está perfectamente controlado y pensado para que cada melodía encaje a la perfección con cada escena, ya que Paul Daniel logra conciliar a todos los intérpretes a lo largo de la hora y media, sin pausa, que dura este grandioso espectáculo, crisol de la riqueza musical del siglo XX.