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Un bosque flotante aterriza en Madrid para echar raíces

Luis García Montero y Jorge F. Hernández en la presentación de Un bosque flotante
El pasado 27 de octubre Jorge F. Hernández presentó su último libro, Un bosque flotante, en el Instituto Cervantes, de la mano de Luis García Montero

Tras los pequeños cristales de las gafas se ocultaba un rostro serio, apaciguado y aparentemente imperturbable. Con toda la seguridad que pudo reunir, un mexicano George Clooney subió con paso firme al modesto escenario del Instituto Cervantes. Algo atípico, sin duda. Venía a contar su historia, la historia de su padre y su hermana, la de su madre, y la de un país que lo acogió a él y a su familia, sin ser Clooney, aunque sí George. Un bosque flotante es el nombre de esta historia de vida tan peculiar, y el título, también, con el que Jorge F. Hernández ha bautizado a su última novela.

La sala donde nos encontrábamos era de techos altísimos, aunque no demasiado luminosa, lo que otorgaba a aquel lugar paz. Mucha paz. Porque los buenos libros no pueden aportar otra cosa sino eso. El coloquio comenzó con la apertura inicial de Pilar Reyes, directora Editorial de Alfaguara, que presentó la novela de manera breve pero directa, anunciando que, a pesar de haber visto la luz en México hacía ya un tiempo, su publicación en España no había podido darse hasta ese 27 de octubre debido a “estos meses tan complicados”. Reyes concluyó y, seguidamente, le tomó la palabra Luis García Montero, director del Instituto Cervantes.

Un bosque flotante trata sobre la identidad y la construcción de esta, pues la identidad es eso, una “construcción”, según dijo García Montero, “como la memoria”. Un bosque flotante araña precisamente esos horizontes, y explica, con la gracia de la narración más absorbente, cómo la memoria lleva a cabo esa complicada tarea a lo largo de los años, en ocasiones, mezclando lo ficticio y lo real, lo recordado y lo inventado, uniendo los hilos de la razón. “Un bosque flotante es una obra que le da plenitud y cumplimiento a una grandísima trayectoria literaria”, sostuvo el poeta. Y es que Jorge F. Hernández carga a sus espaldas una amplia carrera como escritor, pese a que su profesión, realmente, sea la de historiador.

Luis García Montero y Jorge F. Hernández en la presentación de Un bosque flotante

Como amigo estrecho de Jorge y buen defensor también de las letras, García Montero no pudo iniciar el esperado coloquio sin señalar la importancia de las raíces, pues conforman la identidad de uno, pero también de las ciudades que te acogen al llegar y que se convierten en hogar, como ellos mismos pudieron experimentar, hace décadas ya, de primera mano. Un bosque flotante habla sobre eso, y también de lo difícil que resulta a veces esta tarea.

Sin embargo, también ejerce la complicada función de contar la infancia de un niño mexicano que llega a Estados Unidos con tan solo dos años y sin un pasado perfilado, arropado por el destino. En Washington se asienta y allí escribe su historia hasta los 14, periodo de tiempo en el que los recuerdos acaban jugando un papel decisivo en la confección de esta novela. Jorge F. Hernández no dudó en asegurar que Un bosque flotante habla sobre un “tema gringo, de historia gringa”. “En el libro hago un homenaje a mi maestra de la primaria, y ella siempre me dijo que iba a acabar siendo historiador”. Razón no le faltó.

A lo largo del coloquio, Hernández nos puso en bandeja su experiencia estadounidense, sus vivencias y algunos de los recuerdos familiares más duros a los que se tuvo que enfrentar. Nos acercó su lado más íntimo y personal envuelto en un halo de magia y ficción que, inevitablemente, se hizo con nosotros. Sin escapatoria alguna. “Me volví un mentiroso profesional, pero no hay tanta mentira en esta historia”, dijo el mexicano sincerándose. Y es que, tal y como allí mismo señaló García Montero, “detrás de lo que parece más superficial está la incertidumbre y la profundidad”.

Jorge F. Hernández y Luis García Montero en la presentación de Un bosque flotante

Nos sumergimos en una sucesión de anécdotas. Secuencias que hipnotizaban al espectador, convirtiéndolo en testigo de aquello. Allí se abrió y nos contó, como si de un amigo se tratara, episodios como el del funeral de su padre, donde había “42 vendedores de lotería”; o cómo Brenda se convirtió en su hermana, sin serlo; o el momento en el que su padre lo llevó a ver el destartalado coche de Orlando Letelier. La tarde derivó en un auténtico festín de imitaciones con las que todos acabamos llorando de la risa, en mucho cine —con la posibilidad de una ansiada interpretación de Clooney en el papel del escritor—, y, sobre todo, en cultura, historia y literatura de la mano de un gran escritor.

Casi al finalizar el encuentro, Jorge confesó que algo que siempre decía su madre era que “hay que ver si hay huellas en el camino para saber si se acercó alguien a casa”. Nosotros lo hemos llevado a la práctica. Aquella tarde hubo huellas. Muchas. De amigos y familiares, de periodistas y escritores, incluso de políticos que quisieron ser actores — o al revés — . Sin embargo, nadie se acercó a la casa, sino que entraron en ella. Todos entramos a ese bosque flotante de Jorge F. Hernández.

Raquel Pablo Alcalá

Graduada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Siempre entre páginas y acordes, y sin perder el sur como norte.

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